Domingo, 13 de enero de 2008 | Hoy
CINE › UN DOCUDRAMA RECONSTRUYE LA VIDA DE LA MILITANTE MONTONERA NORMA ARROSTITO
El director Luis D’Angiolillo explica el sentido de La Gaby, el film que se estrenará en marzo en el Malba. Utiliza elementos documentales y ficcionales –Julieta Díaz encarna a Arrostito– para reflejar su secuestro y su cautiverio y muerte en la ESMA.
Por Cristian Vitale
El 29 de mayo de 1970, Día del Ejército, una noticia conmovía al país. La organización Montoneros se atribuía el secuestro y la posterior muerte de Pedro Eugenio Aramburu, aquel presidente de facto que, entre otras acciones de gobierno, había intentado erradicar –fusilamientos incluidos– al peronismo de la arena política argentina. Un puñado de militantes, cruzado entre la Nueva izquierda latinoamericana, la Acción Católica y el Movimiento de curas del Tercer Mundo, consigue el objetivo: darse a conocer y ganar la simpatía de parte del pueblo. Gustavo Ramus y Fernando Abal Medina, dos de ellos, mueren dos meses después, acribillados a balazos en la pizzería La Rueda de William Morris. Y una, la única mujer, queda viuda: Norma Arrostito. Pasarían seis años hasta que un comando militar –se la tenían jurada– simula haberla fusilado el 2 de diciembre de 1976 en un enfrentamiento en Lomas de Zamora, pero la lleva detenida a la ESMA, donde La Gaby –así la llamaban– pasa 410 días desaparecida hasta que una inyección de cianuro, en enero del ‘78, acaba con su vida. 34 años después, por impulso de la Fundación Caras y Caretas, la vida de Arrostito es revisitada a través de un film (La Gaby) que se estrenará a fines de marzo en el Malba (ver aparte). “Cuando recibí la propuesta, dije que era muy difícil llevarla a cabo, porque se trata de un personaje muy controvertido del que se conoce muy poco”, dice el director del docudrama –mitad documental, mitad ficción–, Luis D’Angiolillo.
–¿Razones?
–Los testimonios que existen sobre ella muchas veces son encontrados. Una de las fuentes que tomé para extraer detalles sobre su vida e imaginar el guión fue una muy interesante investigación que hizo sobre la época Cristina Zucker. Allí, hay una gran cantidad de entrevistas a compañeros suyos, que en muchos casos son contradictorios. Algunos dicen que era una líder muy revolucionaria, fuerte. Y otros que no: que era prolija, delicada y cuidada. Uno de ellos, incluso, refiere que tenía cara de no haber roto un plato en su vida. Después está quien dice que era estoica y disciplinada, y hay quien remarca que llegaba a todos lados tarde. Está claro que es difícil reconstruir una verdad histórica absoluta..., por eso traté de nutrirme de todo lo posible, e interpretar los elementos que fui descubriendo. Hay cosas que provienen de testimonios exactos y otras que están sujetas a interpretación. Sobre el secuestro de Aramburu, por ejemplo, hay muchos datos, pero todos están en duda. Hay un documento que firman Firmenich y Arrostito, pero se dice que lo escribió solo Firmenich, porque ella no estaba de acuerdo. Muchas versiones y miradas distintas, muchas contradicciones que preferí dejar de lado.
Lo irrefutable, por fuente indiscutible, es que La Gaby era hija de un anarquista y una católica. Que dejó a su primer marido –Rubén Roitvan– para casarse con Abal Medina, siete años menor que ella, y que junto a él fue dejando su militancia en la Federación Juvenil Comunista para “peronizarse”. Que era maestra, había cursado un año en la Facultad de Bioquímica, y que en los últimos jirones de su vida –estando detenida en la ESMA– se había volcado al catolicismo. “También tenía bajo perfil –agrega el director de Potestad–. No tenía carisma ni buscaba esa notoriedad que, paradójicamente y dada la envergadura del secuestro de Aramburu, terminó siendo tal. En esa época, una mujer que había tomado una actitud de rebelión era un caso casi único. Había pocas guerrilleras en Argentina. Entonces, se transformó en el prototipo de la guerrillera.”
–¿También, si se quiere, en un “arquetipo de género”?
–Sí, y por eso pensé que el enfoque de la película no tenía que estar solamente centrado en ella, sino en las militantes mujeres. Aquellas que compartieron la época..., es una fuente interesante, porque eran vidas paralelas. A lo mejor no tan notorias y tampoco, como dije, tan “guerrilleras”, pero me pareció interesante enfocar ese personaje colectivo que se fue armando durante ese período de la historia.
–¿Cuáles son los datos más fidedignos que pudo recabar sobre Arrostito para escribir el guión?
–Los públicos e históricamente probados, sobre todo los que provienen de muchas compañeras de ella, que compartieron la etapa de clandestinidad. Por ejemplo, hay un relato que hace una chica que compartía la habitación con ella y que retrata el momento en que Gaby ve a Fernando (Abal Medina) muerto en una revista. Dice que miraba la foto, lloraba y recordaba detalles de su amante: le miraba los pies y eso la emocionaba mucho. Me interesé básicamente por ese tipo de verdad, cotidiana o pequeña, que muchas veces dice más que un discurso. Ella era una chica bastante común. Yo conocí muchas chicas de la época, que por lo general empezaban adhiriendo a las juventudes políticas en el secundario. Ella empezó militando en la Juventud Comunista y después abandonó ese lugar: conoció a Abal Medina, se separó de su primer marido y se acercó al grupo de John William Cooke..., se fue peronizando como muchos sectores de izquierda. Fernando, al revés que ella, era un líder aguerrido y carismático. Ambos hicieron un viaje a Cuba y ella volvió siendo una experta en explosivos, sintiendo –como la mayoría en esa época– que no había otra forma de luchar, porque el Onganiato había cerrado todos los caminos de expresión política. El proceso es similar al que ocurre en Latinoamérica, está claro, con el Che, Camilo Torres...
–Y la Teología de la Liberación. El Movimiento de curas del Tercer Mundo fue vital para esa generación...
–Los grupos católicos tenían una influencia marcada e importante sobre las juventudes políticas. Uno piensa que la izquierda influía más, pero no: la mayor influencia provino de los grupos católicos que se radicalizaron a través de la encíclica de Juan XXIII, sobre todo los estudiantes.
–¿Cómo resuelve el agujero negro del secuestro, la detención y la muerte de Arrostito?
–El primer problema, ya desmitificado por ciertas investigaciones, es que la dictadura la secuestra pero difunde la noticia de que la abatió en un enfrentamiento. Incluso hay fotos con sangre en las paredes, armas y gente que pasa, simulando una muerte. En realidad, fue secuestrada y estuvo 410 días en la ESMA, detenida, desaparecida. Este período ocupa la mitad del film, porque nos metemos a tratar de reconstruir en lo posible qué pasó allí. Se sabe que el grado de sadismo de los marinos era inimaginable. Trato de reconstruir la forma de sobrevivir de los detenidos, el mundo surrealista que se daba. Era increíble el delirio de los militares: los famosos traslados de los miércoles con 30 o 40 detenidos, las inyecciones, los arrojos al mar, esos cajones estrechos, donde vivían engrillados. Ese es el ambiente en el que Arrostito pasó sus últimos días. Ficcionalizo ciertas escenas en busca de una mirada sobre las maneras de sobrevivir en ese mundo atroz. Una mirada sintetizada en escenas.
–¿Es real que ella no fue torturada?
–El testimonio en general es que no y la razón es que estaba mal del corazón y no querían que muriera, porque era un trofeo para los marinos. A diario llegaban otras fuerzas militares para verla..., eran visitas guiadas en las que se mostraba a los militantes más encumbrados. En el caso de Norma, tenía contacto con el director de la ESMA, el contraalmirante Rubén Jacinto Chamorro –el Delfín–, un tipo de no muchas luces que se había fascinado con la jefa enemiga y entonces la visitaba para tener charlas políticas. En eso yo recreo una escena que se da en una de esas charlas, donde Norma le plantea ciertas condiciones para morir. Según testimonios, en un momento Chamorro hace un viaje a Sudáfrica, por unos chanchullos que estaban haciendo los marinos, y el Tigre Acosta, líder real en la ESMA, aprovecha ese viaje para ir con un médico a la celda, inyectarle cianuro y matarla. Después, sobreviene su traslado, moribunda, al Hospital Naval y quien la acompaña es, casualmente, Susana Ramus, la hermana de uno de sus compañeros en el secuestro de Aramburu. Ella la ve morir.
–¿Cuál es su mirada personal sobre el secuestro y la muerte de Aramburu?
–Es un acto trasgresor y violento, difícil de entender hoy, pero si lo ubicamos en el contexto social y político de la época –proscripción del peronismo, fusilados de José León Suárez, persecuciones, etc.– es claro que significó una reivindicación y por eso generó una gran adhesión de parte del movimiento hacia la organización Montoneros.
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