Vie 21.03.2008
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LITERATURA › OSCAR CONDE Y SU SELECCION DE POEMAS CANCER DE CONCIENCIA

Un escritor reacio a la vanguardia

El autor, también profesor universitario y miembro de la Academia del Lunfardo, cree en hacer reposar su obra como los vinos y toma influencias del rock y la Generación del ’27.

El pedacito de cielo que se avista desde la esquina de Ravignani y Paraguay, en el bar Montecarlo, alguna vez se metió en los versos que escribió. Oscar Conde, poeta, profesor universitario y miembro de la Academia Porteña del Lunfardo, está convencido de que la poesía merece reposar como los buenos vinos. En los cajones de su casa de Palermo, atesoró poemas como quien colecciona fotos de los momentos vividos sin decidirse a ordenarlas, acaso por el temor de no reconocerse en ellas. Hace diez años pensó que, por su dedicación a la enseñanza y la investigación universitaria, ya no se volvería a subir al escenario literario. Pero no es tan fácil librarse de la escritura, y mucho menos de la poesía. Aunque no se animaba a publicar un libro, decidió revisar esos poemas que sólo había dado a conocer en un par de antologías. El resultado final de esa selección es el libro Cáncer de conciencia (Carpe Noctem) en donde reúne tres breves poemarios escritos entre 1984 y 1997: Recuperación territorial de la memoria, Cárcel de amor y el propio Cáncer de conciencia.

“Sobrevivientes de un descarte imprescindible”, como los define Conde, los poemas que integran esta trilogía bucean en lo social, lo político y el erotismo con una introspección final que integra, entre líneas, todas estas dimensiones. En los epígrafes de varios poemas se codean los poetas españoles Diego de San Pedro, Federico García Lorca y Blas de Otero con Luis Alberto Spinetta, John Lennon y Paul McCartney, Charly García, Fito Páez y Luca Prodan. “Todos los que estamos por encima de los cuarenta años fuimos marcados por el rock. La primera poesía que consumimos fueron las canciones de los Beatles y de Sui Generis, mal que les pese a los que dicen que no es poesía”, plantea Conde, autor de Poéticas del tango (2003) y del Diccionario etimológico del lunfardo (2004) y compilador de Poéticas del rock. “Antes escribía por placer, ahora escribo solamente cuando no puedo más, y la verdad es que cada vez puedo menos”, se lee en uno de los poemas de Cáncer de conciencia.

Conde cuenta que comenzó a escribir a los once años porque la maestra le había pedido un cuento largo ilustrado. “Todos lo hicieron en grupo, menos yo, que quise hacerlo solo. El placer de haber escrito ese cuento fue gigantesco. Ya era lector, pero eso me convirtió en un lector devorador de todos los libros que había a mi paso”, recuerda el poeta. “Recién empecé a escribir poesía a los quince años; generalmente la poesía nace con el primer desengaño amoroso, incluso los buenos poetas lo han dicho”, bromea. Conde admite que tuvo “la mala fortuna” de estudiar Letras, carrera que interfirió “gravemente” en su escritura. Cuando terminó de estudiar, retomó ese camino zigzagueante de la escritura poética con muchos reparos respecto de la posibilidad de publicar. “Mi reticencia inicial se debía a cierto cuidado estético que creo que es obligatorio tener. Me pasé la vida criticando a los escritores que siempre tienen la tentación de publicar todo lo que escriben, porque esa actitud revela una imperdonable falta de autocrítica”, explica. “Pero, finalmente, uno no puede luchar contra el hombre que es, y hace un año y medio decidí publicar porque necesitaba hacerlo. Me tomé el trabajo de hacer una selección estricta, y de todo el corpus que había más de la mitad fue desechado. Los poemas que quedaron son los que considero dignos de ser publicados.”

“¡Ese nombre vas a ponerle al libro!”, le reprochaban los amigos a Conde. El título, por cierto un tanto revulsivo, tiene una explicación. “Cuando en la década del ’80 me enteré de que Camps tenía cáncer, me dije: ‘este tipo tendría que tener cáncer de conciencia’. Ese pensamiento quedó ahí, pero un día estaba escribiendo un verso, la cría de canallas con cáncer de conciencia, los militares procesistas, y a medida que seguía escribiendo, me di cuenta de que todos tenemos un cáncer en la conciencia, cosas de qué arrepentirnos, pasados de los que querríamos librarnos, y como poeta intenté bucear en esas culpas, angustias y agobios”.

–En uno de los versos del poema “Creer o reventar” alude a “la vulgaridad hostil de mi poesía”. ¿Es una ironía o siente realmente que su poesía es vulgar?

–No es una ironía. La unión de esas dos palabras, vulgaridad hostil, lo que pretendía revelar es que mi poesía tenía en ese momento un tono combativo que para alguna gente podía resultar vulgar desde el punto de vista poético. Menos preocupación por el trabajo con el lenguaje y más por transmitir, sobre todo, sentimientos e ideas. Eso se fue modificando con el tiempo, pero de todas maneras si hoy comparo un poema escrito por mí con poemas de los grandes poetas a los que admiro, mi poesía sigue siendo vulgar, no sé si hostil.

–¿Cuáles son esos grandes poetas que admira?

–Lo que más me ha formado es la poesía española, sobre todo Blas de Otero, con el que siento cierta identificación; Vicente Alexandre, Rafael Alberti, y más hacia acá José Agustín Goytisolo. Dentro de la poesía argentina, me gusta la exquisitez del trabajo con el verso de Horacio Salas y Diana Bellessi. Jorge Boccanera me parece un poeta extraordinario. Algunos poetas más jóvenes hacen una poesía de la intrascendencia que no me interesa, donde se trata de escandalizar con coger, coger, coger, como si fuera una canción de la Bersuit. Muchos otros están en un tipo de poesía hermética, en la línea de lo que podían haber sido en su momento Girri u Orozco, que tampoco me interesa. Prefiero más la vivencia y la conexión entre las personas y los lugares.

–¿Por qué afirma en otro de los poemas que la poesía es la realidad, que el campo de la poesía son los hombres, que si fueran las palabras estaríamos listos?

–Las palabras de un poeta sirven para crear cosas y esas cosas son las que importan y no tanto las palabras. Alguien que viviera encerrado absolutamente toda su vida no sé sobre qué escribiría. Suponiendo que alguien le enseñara a escribir, quizá escribiría sobre esa persona. ¿De qué escribimos los que escribimos? De las personas que conocemos, de lo que sentimos, de las cosas que nos pasan. Descreo de las vanguardias. Yo me siento tan cómodo en la retaguardia (risas). Por empezar, porque en términos militares es muy raro que una batalla se gane gracias a la vanguardia. Las vanguardias, en muchísimos casos, trabajan meramente con las palabras y dejan de lado todo lo demás. Pueden resultar divertidos los jueguitos de palabras, incluso para mí como lector, pero no mucho más que eso.

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