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Martes, 8 de abril de 2008

LITERATURA › OSVALDO AGUIRRE HABLA DE SU LIBRO LA CONEXIóN LATINA

Los pasos de la mafia corsa

A través de entrevistas con familiares de los protagonistas, jueces, abogados y periodistas, el autor reconstruye la red de criminales que buscaron refugio en la Argentina. Solo un capítulo de una historia que, dice, “aún no fue escrita”.

 Por Silvina Friera

La escena sucede en la residencia Los Molles, en La Falda. Un periodista toca el timbre de un chalet de dos plantas donde vive, a los 86 años y con mal de Parkinson, Françoise Chiappe, alias “Labios gruesos” o “Marcel el Corso”, miembro de la mafia corsa y prófugo de la Justicia francesa, conocido en la Argentina tras ser detenido por el asalto a una sucursal del Banco Nación, en 1968 –nunca se pudo comprobar su participación–, y por su posterior fuga de la cárcel de Villa Devoto, confundido entre los militantes políticos liberados en la amnistía del gobierno de Cámpora, el 25 de mayo de 1973. La que rechaza la entrevista es Margarita Naval, mujer de Chiappe, quien sólo desea el olvido. En el parque del chalet, esta mujer confiesa al periodista: “Los militares, dentro de todo, me dijeron algo bueno: ‘Señora, cállese la boca y va a seguir con vida’”. El periodista y escritor Osvaldo Aguirre cuenta esta anécdota en La conexión latina (Tusquets), libro en el que investiga la irrupción de la mafia corsa en la Argentina con la llegada en 1947 de Auguste Ricord, uno de los primeros franceses que organizó una fina telaraña de correos para traficar heroína desde Buenos Aires hacia EE.UU. y Francia en los ’60 y ’70.

Ricord –condenado a muerte en ausencia por colaborar con los nazis en 1950– fue el primer eslabón de una cadena en la que se sumaron colegas franceses con prontuarios similares: ex colaboradores de los nazis o prófugos de la Justicia. Como señala Aguirre, el rumor corrió por los bajos fondos de París y Marsella. En Buenos Aires, Ricord –con documentos falsos a nombre de Lucien Dargelés– recibía a los buscados por la Justicia, los alojaba y les daba trabajo. “Es una historia atomizada por el tipo de organización que tuvieron”, plantea Aguirre. “No tenían una estructura piramidal, no había un jefe. Ricord era el más influyente, pero se relacionaban de manera horizontal. El individualismo es casi un rasgo cultural del criminal francés. En los ’30, los rufianes franceses, a diferencia de los polacos que tenían una organización muy jerárquica y cerrada, eran más elásticos y se movían solos.”

“Ricord no era un aventurero ni se sentía un delincuente. Se consideraba un hombre de negocios”, subraya Aguirre. “En las entrevistas que dio en Paraguay, donde lo detuvieron, afirmaba su adhesión a Petain, pero estas declaraciones hay que leerlas con cuidado porque podía ser su coartada para explicar su pasado tan problemático en Francia. Muchos profesaron la cuestión anticomunista, pero siempre buscaban preservar sus negocios. Se pueden comparar con los mafiosos sicilianos, que también se movían así.” Aguirre dice que si para los policías franceses el narcotráfico parecía una cuestión menor, para los argentinos ni siquiera existía. “En los ’60, el consumo y tráfico de drogas en la Argentina tenía una dimensión menor”, precisa el autor del libro de cuentos Roncarol, la novela Estrella del Norte y los libros de crónicas Los pasos de la memoria y La Chicago argentina, entre otros. “Hay un momento en que el peligro de la droga aparece como cuestión periodística. En EE.UU. detenían a gente que entraba al país con heroína y se comenzó a mencionar el papel de la Argentina.” Hacia fines de los ‘60, funcionarios de la aduana norteamericana informaban que 27 argentinos estaban presos por ingresar con heroína en la ropa o en valijas de doble fondo. “Buenos Aires es la sede mundial del tráfico de estupefacientes”, anunciaba La Razón.

Para transportar la heroína era fundamental el papel de los correos. “Elegían a una persona insospechable que tuviera alguna razón para viajar con frecuencia a EE.UU. A veces se pasaron de rosca, como con Raúl Osvaldo Leguizamón, un gran jugador de fútbol que fue sorprendido en marzo de 1970 con 28 kilos de heroína en Nueva York”, recuerda Aguirre. En La conexión latina, el periodista analiza el impacto cultural que tuvo la cuestión de las drogas a fines de los ’60, y recuerda cómo el hallazgo ocasional de LSD, marihuana y cocaína en cantidades ínfimas dio pie a reiterados embates contra la cultura rock y el movimiento hippie. “Así, una supuesta banda de traficantes sorprendida en una casa de Recoleta terminó por revelarse como un grupo ocasional de jóvenes, entre ellos Tanguito, que había comprado marihuana en Paraguay y fumaban sin molestar a nadie; pero la policía aseguró que se movían en un ‘ambiente de promiscuidad’ y en fiestas ‘dedicadas a toda clase de aberraciones’.” La presión norteamericana se profundizó a principios de los ’70. “EE.UU. y Argentina firman un nuevo tratado de extradición, el que regía hasta entonces era el de 1896 y obviamente no contemplaba el narcotráfico, y se aprueba la primera ley contra las drogas”, enumera Aguirre los resultados de esta presión.

Entre las historias que despliega Aguirre no podían faltar la de Chiappe, que llegó a Buenos Aires el 9 de marzo de 1965, como polizón del vapor “Provence” y con pasaporte italiano a nombre de Silvio Bianchi, ni la de Lucien Sarti, prófugo tras haber asesinado a un policía en Bruselas, que se instaló en Buenos Aires en 1966, ni la de Michel Nicoli, que se radicó en 1962 también en esta ciudad, tras ser condenado a muerte en Francia por un asalto. En las entrevistas que Aguirre realizó, a familiares de los protagonistas como la hija de Ricord, abogados como el paraguayo Hirán Delgado Von Leppel –director de la cárcel donde estuvo Ricord y actual abogado de la familia Stroessner–, jueces y periodistas, comprobó por qué Sarti se había convertido en personaje de leyenda. “Lo recordaban como alguien a quien le gustaba leer”, revela el autor. “Cuando le allanaron la casa, hay una foto en la revista Así de un policía que miraba los libros que tenía. Este detalle es importante para no construir al gran delincuente o gran narcotraficante al que le atribuyeron sucesos tan estrambóticos como falsos, como haber sido terrorista en Yemen o uno de los asesinos de John F. Kennedy.”

A Aguirre le sorprendió descubrir el reparto de beneficios en la organización, “cómo Nicoli podía ser un correo y después, en el reparto de beneficios, tener un porcentaje equivalente al de quien lo había mandado”. El autor confirma que le atrajo Nicoli porque en las entrevistas le decían que era un tipo muy duro que podía resistir la tortura. “La paradoja es que fue quien habló, y su declaración sirvió para condenar a muchos”, agrega. “Esta investigación es un capítulo de una historia más amplia: la historia de las drogas en la Argentina, que aún no fue escrita.”

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“Esta es una historia atomizada por el tipo de organización que tuvo la mafia corsa”.
 
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