Viernes, 2 de mayo de 2008 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR GRIEGO VASSILIS ALEXAKIS
El autor de Las palabras extranjeras plantea el tema de la identidad en la cultura griega, que confronta la tradición clásica y la cristiana bizantina. “Es un conflicto terrible porque son mundos opuestos”, sostiene.
Por Silvina Friera
El escritor griego Vassilis Alexakis estuvo desparramando su simpatía por la Feria del Libro y por las calles y milongas de una ciudad que visita por primera vez. Por momentos, confiesa, Buenos Aires le resulta un tanto incomprensible. “Muchas veces me encuentro con que no están los nombres de las calles en las esquinas”, le dice a Página/12. Pero más allá de esa ausencia desconcertante para un turista, Alexakis, que se exilió en Francia a fines de 1968 como consecuencia de lo que se llamó “la dictadura de los coroneles”, cuenta que está sorprendido por la cantidad de librerías que vio y por el tango. “Esa pasión viva por el tango es un misterio para mí. Me gusta mucho estar aquí, veo que tienen problemas de identidad como en Grecia, y me parece bien. Es necesario tener conflictos de identidad, lo grave es cuando no hay tensiones, eso significa el final”, plantea el autor de la novela Las palabras extranjeras, traducida y publicada en la Argentina por Del Estante.
El problema de la identidad griega, según comenta Alexakis, es la confrontación entre la tradición clásica y la cristiana bizantina, “un conflicto terrible porque son mundos opuestos”. El escritor explica que se manifiesta, especialmente, en las escuelas, donde se enseña la cultura griega clásica en aulas que tienen crucifijos. “No se puede enseñar a Platón con un crucifijo, las dos cosas no van juntas, es imposible.” Aunque conservar las dos lenguas es fatigoso y complejo, Alexakis elige escribir en griego o en francés, de acuerdo con el tema, y se traduce así mismo de una a otra lengua. “El hecho de cambiar de lengua es un estímulo para la imaginación. La literatura es una forma de diálogo con el mundo, y yo lamento no poder aprender nuevas lenguas.”
–¿Cómo fue recibida Las palabras extranjeras en Francia, un país que no parece celebrar, como lo hace usted, las palabras extranjeras?
–Al principio causó bastante sorpresa por el hecho de que los franceses vivieron mucho tiempo en Africa pero nunca aprendieron las lenguas autóctonas, entonces les parecía muy raro que un griego que vive en París escribiera una novela en donde el personaje aprende una lengua africana. El problema no es la lengua francesa, son los franceses (risas). El francés se ha vuelto menos receptivo con los extranjeros, pero la lengua francesa siempre me ha parecido muy acogedora, me ha dado todas las libertades para escribir lo que yo quería.
–¿La lengua materna se desestabiliza y se olvida cuando se incorpora otra?
–No. Hay que mantener un contacto constante con la lengua materna y conocerla bien porque a través de esa lengua uno puede aprender otras. Hace veinticinco años que vivo la mitad del tiempo en París y la otra mitad en Grecia, porque las lenguas cambian y hay que seguir de cerca esos cambios. La lengua es la vida de una comunidad y hay que participar de la vida de esa lengua para poder expresarse y escribir. Eso exige un trabajo y un esfuerzo complementario. Es como las relaciones con las mujeres, uno no puede tener una relación permanente por teléfono (risas). Seis meses por teléfono puede andar, pero después no, hay que estar ahí, hay que estar presente. Claro, la ventaja que tengo es que entre París y Atenas hay tres horas de avión.
–Aunque se pueda dominar muy bien varias lenguas, se supone que este dominio no implica sacar un documento de identidad, ¿no?
–La identidad es una noción en permanente movimiento. El viaje es parte de la identidad griega. No me basta con un renglón sobre el pasaporte para decir cuál es mi identidad. Me hacen falta mil páginas. No hay que tener sobre la identidad una mirada de policía. Tampoco sobre la lengua, que es parte de la aventura. Las preguntas sobre la identidad son interesantes mientras quedan en estado de pregunta, si hay respuestas esas respuestas son siempre erróneas.
–¿Por qué en esta época, a diferencia de otras, se pregunta tanto por la identidad?
–Quizá sea el efecto de una gran angustia, el sentimiento de ir hacia un mundo que uno no conoce. Las personas tienden a regresar a sus tradiciones, pero en lugar de pensar en el pasado hay que imaginar el futuro, si no se cae en hechos o situaciones ridículas. No tengo ganas de repetir lo que hacían mis ancestros, creo que hay cosas positivas en las tradiciones, pero también hay muchos aspectos estúpidos, supersticiones y creencias ridículas. Hay que buscar en la tradición lo que incremente nuestra libertad, saber qué recordar y qué olvidar.
–Después de leer Las palabras extranjeras surge un interrogante: ¿la política empieza con las palabras?
–(Piensa.) Es una pregunta que me planteo ahora y quizá sea el tema de mi próximo libro: en qué momento los hombres empezaron a hablar y qué dijeron al principio, qué necesidad los llevó a hablar, porque durante mucho tiempo, quizá cien mil años, tenían la posibilidad de hablar, pero no lo hicieron. En un momento dado alguien empezó a hablar; por qué lo hizo, qué dijo, sobre qué habló. Cuando haya escrito ese libro quizá le pueda responder esta pregunta. ¿Hablaron para organizarse mejor? ¿para expresar un sentimiento? ¿para evocar la muerte? No lo sabemos.
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