Jueves, 12 de junio de 2008 | Hoy
CINE › HERNáN PIQUíN Y LA FILMACIóN DE ANICETO, QUE SE ESTRENA HOY
El bailarín recuerda que, cuando sonó el teléfono, pensó que era una broma. Esa misma noche abrió el libro que le había pasado Favio y descubrió quién era Aniceto: “Saltaba en una pata, tenía un protagónico sin pasar por un casting”.
Por Alina Mazzaferro
Hernán Piquín nunca podrá olvidar esa llamada, ese primer encuentro, esa voz en el teléfono que, sin previo aviso, le dijo: “Hola, soy Leonardo Favio”.
–Mentira, es una broma... –contestó el bailarín.
–No, es verdad. Soy Leonardo Favio. Me encanta como bailás y me gustaría conocerte personalmente. ¿Por qué no te venís para mi oficina? Traete una camisa blanca y el pelo tirado para atrás.
Así comenzó la relación entre Hernán y Leonardo, dos artistas de mundos distanciados. La paradoja es que, espacialmente, estaban muy cerca, a sólo dos cuadras de distancia, y ese día después del inesperado llamado, en tan sólo unos minutos Hernán estaba ahí, en el estudio de Favio, listo para hacer una prueba de cámara con el pelo engominado. Bailó para el cineasta imaginando que tal vez, si tenía suerte, podría llegar a hacer de extra en alguno de sus films. Favio miraba al monitor y repetía: “La pucha... La pucha...” “¿Eso significa que voy bien o mal?”, se preguntaba Piquín. La prueba terminó. “Estoy por hacer una película y me encantaría que vos estuvieras en ella”, le dijo Favio inmediatamente, entregándole el guión en la mano. Y le anticipó: “Sos el Aniceto”.
Esa noche, en su casa, Hernán abrió el libro y, para su sorpresa, su personaje era el protagonista. “Saltaba en una pata, iba a hacer mi primer película, tenía un protagónico sin haber pasado por un casting”, se acuerda, todavía emocionado. El film era Aniceto, una versión en ballet de Este es el romance del Aniceto y la Francisca, de cómo quedó trunco, comenzó la tristeza... y unas cuantas cosas más, película con la que Favio ganó varios premios en 1965. Este nuevo enfoque sobre esta historia de amor que desde los ’60 obsesiona al director de Juan Moreira (1972) y Gatica, el mono (1991) se estrena hoy en Buenos Aires, dos años y medio más tarde de aquella llamada telefónica.
Si bien la historia de Aniceto empezó a cobrar vida cuando Favio convocó a Piquín, Natalia Pelayo (bailarina del cuerpo estable del Teatro Colón) y Alejandra Baldoni (miembro del Ballet Argentino de La Plata), siguiendo los consejos de dos coreógrafas de gran trayectoria, Margarita Fernández y Laura Roatta, el director venía trabajando en esta idea desde hacía siete años. Es que este film conllevaba dos dificultades: Favio no tenía conocimientos de ballet y sus protagonistas, tres bailarines clásicos, nada sabían de actuar para cine. “Cuenta Favio que hace más de diez años, en el último cumpleaños de Niní Marshall, se encontró con Lino Patalano (productor y representante de Julio Bocca), quien le dijo: ‘¿No pensaste en hacer El romance del Aniceto y la Francisca... en ballet?’. Favio ya tenía esa idea en mente, pero le faltaba ese empujón, esas palabras de aliento, para animarse”, relata Piquín. “Escribió el libro durante siete años y, según él, tiró mucho papel en ese intento.”
Una vez que la decisión de rodar el film estuvo tomada, Favio terminó de conformar su equipo: Iván Wyszogrod en la creación y dirección musical; Roberto Samuelle y Aldo Guglielmone en escenografía; Andrés Echeveste y Juan Danna en la dirección y realización de arte; Alejandro Giuliani en fotografía. Además, Rodolfo Mórtola y Verónica Muriel colaboraron con Favio en la confección del libro cinematográfico definitivo y Javier Leoz tuvo a cargo la producción ejecutiva. Ana María Stekelman fue convocada para realizar la coreografía pero, como sus compromisos en el exterior le impedían cumplir con los tiempos del rodaje, la tarea les fue encomendada a las mismas coreógrafas que le indicaron a Favio que Piquín era el bailarín idóneo para ese rol: Fernández y Roatta. “Con ellas preparamos las coreografías y Favio venía a casi todos los ensayos a verlas”, cuenta Piquín. “Estaba encantado y empezó a ponernos textos. De repente, dejábamos de bailar y empezábamos a caminar y a hablar. Fue un verdadero trabajo en equipo. El confió ciegamente en nosotros. Trató de empaparse con nuestro lenguaje, viendo videos de ballet. Fue muy generoso; me consultó en todo lo que respecta a la danza, hasta en las posiciones de cámara para tomar determinadas series de pasos.”
Filmar danza es una verdadera proeza para quien no sabe nada acerca de ella. Piquín es consciente de que una cámara en el lugar incorrecto en el momento menos adecuado puede hacer parecer “que tenemos los pies chuecos”. La razón es sencilla: una cámara al costado del escenario registrando a un bailarín de perfil hace que éste se vea “cerrado” (es decir, con poca rotación en las piernas), mientras que de frente luce su en dehors. “Leonardo es un tipo tan inteligente –confiesa Piquín—, él abiertamente me dijo: ‘De ballet no sé nada, confío ciegamente en lo que me vos me digas, si esta escena se tiene que filmar desde arriba, de frente, de costado’. En cambio, si te toca un director que quiere tomarte desde la diagonal... Pero con Favio tuvimos muy buena comunicación, él nos escuchó y siempre tuvo en cuenta nuestra opinión.”
–Con respecto a la interpretación, ¿Favio lo ayudó en la creación de su personaje? ¿Tuvo que entrenarse como actor?
–Extrañamente, no encontré ninguna dificultad para componer el personaje. Yo no tenía ninguna formación actoral, salvo la experiencia de bailar distintos roles, desde príncipes hasta esclavos. En realidad, este tipo de personajes, fuertes, de mucho carácter, son los que más me representan. Favio dejó que creara libremente mi personaje. Nos entendimos tan bien que él no me tuvo que marcar casi nada. Hacíamos la escena por primera vez y él se mostraba asombrado, feliz. Y yo más feliz aún. No podía creer que no me corrigiera. Algunos actores que trabajaron con él me habían anticipado que él suele decirte lo que quiere, que está encima del actor, pero conmigo casi no pasó. Sólo algunas veces me dio consignas del tipo “un poco menos triste”, porque yo lloro por cualquier cosa y mi personaje debía ser más indiferente y no tan melancólico.
Porque el Aniceto es un verdadero reo, un mendocino gallero (cría un gallo para las riñas), un tipo de pueblo, con poca educación pero pasión de sobra. Vive con la Francisca (Natalia Pelayo), una chica “decente” y dulce que le plancha, le lava y le cocina. Mientras tanto, sigue enamorado de la Lucía (Alejandra Baldoni), tan seductora como “fácil”, que está con Aniceto pero también con tantos otros hombres. Un triángulo amoroso que terminará en tragedia; según Piquín, una fórmula ideal para ser contada mediante el lenguaje del movimiento. “Es como Romeo y Julieta, una de esas historias de amor que pueden ser narradas a través de la danza”, dice.
–La historia cinematográfica puede ser llevada al ballet, en un acto de transposición. Pero, ¿qué le pasa al ballet al ser llevado al cine?
–Si bien tengo 34 años, soy de la generación de bailarines que ya está acostumbrada a ver ballet en video. Pero Aniceto es una película y eso la distingue de cualquier grabación de una función para teatro. Es una obra de arte que tiene el sello de Favio. A mí me encanta que esto suceda, hay que acostumbrar al público a cosas nuevas. Cuando va a ver ballet a veces se aburre, porque ya conoce la historia de El lago de los cisnes. En cambio, cuando ve algo distinto sale con otra energía, asombrado. Innovar siempre es bueno.
–¿Este nuevo soporte –el cinematográfico– vuelve al ballet más popular o ésta es una película para amantes del ballet?
–Para nada. Es para todo el mundo y es una forma de apoyar a que el ballet se popularice. La gente debe ir a verla porque es cine argentino.
Para Piquín, Aniceto es algo totalmente nuevo dentro del cine argentino y, tal vez, internacional. Si bien hay otros directores que volvieron su mirada hacia la danza y el teatro, para el bailarín “Aniceto es muy distinto a todos ellos”. A diferencia de Centre Stage (de Nicholas Hytner, en donde puede verse al American Ballet en acción), The Company (de Robert Altman, un film acerca del Jeoffrey Ballet de Chicago) y todos los films que han tratado de armar un retrato de la vida del bailarín (desde Flashdance y Dirty Dancing hasta Sol de medianoche o Billy Elliot), Aniceto pretende narrar una historia muy distinta pero con pasos de ballet. “No se cuenta si yo tengo los dedos ampollados por usar media punta, no es mi historia sino la de Aniceto”, explica Piquín. Tampoco es una comedia musical ni pertenece al género de la videodanza. Se parece a Dogville, de Lars von Trier, en esta propuesta de llevar la escena teatral al cine, pero se diferencia de este film porque la estética de Aniceto en ningún momento reposa en el hecho de evidenciar el espacio artificial de la escena teatral. “En Aniceto el agua chorrea, hay tormentas, árboles de verdad; es mucho más real escenográficamente, a pesar de que no actuamos en escenarios naturales, sino que se reprodujo todo dentro de una sala”, explica el protagonista.
El espacio que eligió Favio para armar este escenario fue un gigantesco hangar del Ejército ubicado en Quilmes, de esos que servían para guardar los aviones Hércules. Allí se montaron enormes escenografías, donde se rodaron hasta las escenas al aire libre. “El cielo es un telón con estrellitas, la luna es de papel. Todo es muy teatral y, a la vez, se ve muy real”, dice Piquín. Los números de danza se filmaron completos, sin interrupciones, y a la hora del montaje (que llevó dos años) Piquín participó de la elección de las tomas. “La gran ventaja del cine es que si algo salía mal pudimos volver a repetirlo”, destaca el protagonista. Más allá de esta posibilidad, en Aniceto no hay trucos cinematográficos que participen de la composición coreográfica; los bailarines saltan, giran, danzan como lo harían en una sala teatral. Así lo asegura el bailarín: “Salvo la sangre y las acuchilladas, el resto es todo real”.
–Después de esta experiencia, ¿le gustaría volver a hacer cine?
–Me encantaría volver a hacer cine o televisión. Pero no me pongo metas para no frustrarme. Todo lo que hice me fue llegando sin que lo buscara, inesperadamente. Esa es mi fórmula: dejo que todo surja, como surgió Aniceto.
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