Jue 19.06.2008
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CINE › ADIóS A CYD CHARISSE, LA BAILARINA QUE MARCó TODA UNA éPOCA

Unas piernas que valían oro

Alcanzó a rivalizar con Marlene Dietrich por la belleza y la fama de sus piernas y dejó su huella indeleble en un puñado de comedias musicales –Cantando bajo la lluvia, Brindis al amor, Brigadoon– que están entre las mejores de la época dorada de Hollywood.

› Por Luciano Monteagudo

El número musical es uno de los más famosos de la historia del cine, un tour de force de esos que por su lujo sólo se podía permitir la Metro-Goldwyn-Mayer y que por su virtuosismo acrobático sólo le cabía interpretar a Gene Kelly: en el “Broadway Melody Ballet” de Cantando bajo la lluvia, Kelly, después de atravesar diversas fantasías neoyorquinas, se sorprende en un decorado de cabaret con un par de piernas femeninas envueltas en seda, que parecen infinitas. Recorre con la mirada atónita esa geografía y descubre a Cyd Charisse, una mujer fatal –vestido de flapper, melena oscura y garçon a la manera de Louise Brooks, en sus labios una boquilla tan larga como sus extremidades– que por unos momentos de ensueño lo lleva literalmente de las narices. Corría el año 1952 y para entonces esa bailarina espectacular, formada en Les Ballets Russes, ya llevaba casi una década fatigando pequeños papeles en la Metro, detrás de Esther Williams y Judy Garland, entre otras estrellas del estudio del león rugiente. Pero la crítica y el público del mundo –y los ejecutivos de la Metro– vinieron a descubrirla al mismo tiempo que Gene Kelly, en esa escena indeleble, que no dura mucho más que unos cuatro o cinco minutos.

De ahí en más, Cyd Charisse –fallecida la noche del martes en Los Angeles, a los 86 años, de un ataque al corazón– alcanzó a rivalizar con Marlene Dietrich por la belleza y la fama de sus piernas y dejó su huella indeleble en un puñado de comedias musicales que estuvieron entre las mejores de la época dorada de Hollywood. En lo que seguramente fue un ardid publicitario, la Metro no tardó en asegurar sus piernas por una cifra millonaria y le dio su primer protagónico, al año siguiente, en pareja nada menos que con Fred Astaire. Fue en Brindis al amor (The Band Wagon, 1953), una de las muchas obras maestras de Vincente Minnelli. Allí había varios números memorables (el famoso “Bailando en la oscuridad”, en el Central Park), pero Charisse volvió a dejar su propia marca indeleble haciendo de vamp, en aquel baile en el que Astaire, de punta en blanco, se permitía parodiar a un detective privado estilo Mike Hammer pero all singin’, all dancin’

Curiosamente, a Charisse –que bailando parecía capaz de trepar su cimbreante metro setenta y cinco por las paredes– el estudio nunca la dejó cantar y siempre se tomó la molestia de doblarla, aunque luego han sobrevivido testimonios de que no entonaba nada mal (un meticuloso crítico uruguayo descubrió que una canción eliminada del montaje final de Brindis al amor fue reutilizada ese mismo año por la MGM en Cuerpo sin alma/Torch Song para doblar a Joan Crawford: “En los extras del DVD de la película se puede ver ahora el número cortado y apreciar que fue una verdadera lástima”).

Otra de las cumbres de ese período fue Brigadoon (1954), también de Vincente Minnelli, sobre el musical de Broadway concebido por el célebre tándem Alan Jay Lerner & Frederick Loewe. Allí, Gene Kelly volvía a caer rendido a los pies de Charisse, esta vez encarnando a la más bella habitante de un misterioso pueblito escocés, capaz de renacer cada cien años. Con Kelly, Charisse volvería a bailar en Siempre hay un día feliz (1955) y con Astaire en Muñeca de seda (1957), una remake musical de Ninotchka. Al año siguiente fue la espléndida protagonista de La rosa del hampa (Party Girl, 1958) para el gran Nicholas Ray, y Vincente Minnelli la volvería a convocar para otro de sus desencantados retratos del mundo del cine y el show-business: Dos semanas en otra ciudad (1962), con Kirk Douglas y Edward G. Robinson.

Pero el resplandor de su estrella duró apenas esa década escasa. Cuando ya no pudo mostrar tanto sus piernas, el cine europeo la importó durante los ’60 para algunas comedias olvidables y Cyd decidió regresar a casa, a los escenarios de Los Angeles y Las Vegas, donde nunca dejaron de recordar quién era esa chica que había deslumbrado a Gene Kelly y Fred Astaire, que en su autobiografía la definió como “hermosa dinamita”.

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