CINE › DOS PELICULAS TANGUERAS EN LA CARTELERA PORTEÑA
Sueños de tango en un siglo XXI problemático y febril
Cristina Fasulino, con El sur de una pasión, y Mercedes Guevara, con Tango, un giro extraño, confluyen –una desde la ficción, la otra desde el documental– en el modo de abordar el género por su costado marginal y reo, sin concesiones a la estética “for export”.
Por C. V.
Más que al azar, Cristina Fasulino y Mercedes Guevara responsabilizan a un designio del destino el hecho de haber llegado juntas, el mismo día y a la misma hora, a estrenar sus películas. La coincidencia no radica en un simple lanzamiento simultáneo, lógico, sino en que ambas (El sur de una pasión y Tango, un giro extraño) tienen algo en común: el tango. Una desde la ficción, otra desde el documental, ambas confluyen en una intencionalidad casual: abordar al género por su lado marginal y reo. Esquivando estereotipos, según ellas. “Para mí no hay nada más cercano a los tangueros, que los personajes de Arlt –sostiene Fasulino, directora de El sur..., que se puede ver en el Complejo Tita Merello–. Y los míos son totalmente artlianos, así de sórdidos. Creo que son los verdaderos sujetos de las letras del tango y conforman un submundo cerrado, alejado de las luces de exportación”. “Yo lo encaré por el lado menos ‘for export’ –agrega Guevara, en sintonía–. El tango de mi película (Tango, un giro extraño está en cartel en el Village Recoleta) no se baila en las milongas para turistas, sino en otras de atmósfera turbia y luz difusa.”
Sin embargo, lo que resalta a primer ojo –y oído– en el documental de Mercedes –más allá de su “atmósfera turbia”, arrabalera y antipostal– es la banda de sonido. Tras una minuciosa investigación, la directora hizo una selección correcta de grupos y solistas ligados al género (La Chicana, Las Muñecas, Pablo Mainetti, Brian Chambouleyrón, 34 Puñaladas) y se valió de sus músicas para ir de lo particular a lo general. De las historias individuales de tangueros reales y concretos como Acho Estol, Fernando Otero, Dolores Solá y Juan Fossati a cómo cada una de ellas explica el tango joven, insolente. “Es un documental atípico. No quería que fuera el usual ‘onda tv’, con expertos que hablaran y eso. Por eso, no hay voz en off”, define. En El sur de una pasión, en cambio, la música pasa a segundo plano. Priman en ella vínculos tortuosos entre personas desalmadas, sordidez y oscuridad. Fasulino revela el misterio centrándose en Susan, personaje eje del melodrama, cuya característica es enamorar víctimas para después herirlas. “Es una jodida que, si tiene que pisar cabezas, las pisa, una especie de antiheroína”, señala.
–Una antiheroína solitaria, que se mueve entre borrachos, borrachas y sexo rápido.
Cristina Fasulino: –Convive con seres humillados que ni siquiera son solidarios entre sí. Que se maltratan y no soportan convivir con personas iguales a ellos. Acá no existen esos personajes típicos del cine argentino que o son buenos o se redimen al final.
–¿Por qué remarca este rasgo como tipicidad del cine argentino?
–Porque los autores siempre vuelcan su alter ego cuando escriben un guión y nadie quiere verse reflejado en un cretino. En cambio, la mía es una guacha.
–¿Es autorreferencial?
–No (risas). Llegué mal a la conclusión. Digo que no me molesta trabajar con personajes malos, porque creo que estamos rodeados de seres así. Mi mamá va a salir horrorizada cuando vea la película de su hija.
Cristina y Mercedes coinciden también en detalles extraprofesionales. Ambas tienen hijas únicas (Luna y Casandra) y las dos le entraron al cine por las letras. “Desde chica me gustó leer, contar cuentos. Incluso estudié letras y fui periodista, hasta que se me cruzó esto del guión”, evoca Mercedes. Se lanzó en 1995 con un cortometraje que adaptaba el relato Pájaros prohibidos, de Eduardo Galeano, en siete minutos. Después se le animó al largo. Y debutó en este formato en 1999 con Río escondido, film en el que actuaron Paola Krum y Juan Palomino. “La película pasó sin pena ni gloria acá. Fue un momento bastante esquizofrénico en mi vida”, admite. Fasulino también empezó estudiando letras pero, por curiosidad,terminó aprobando los exámenes –oral y escrito– en la escuela de cine y se quedó. “No entendía nada, ni siquiera sabía qué era un montaje. Egresé en dirección casi por casualidad”, reconoce. Comenzó a guionar telenovelas con Alejandro Doria, mientras juntaba plata y voluntad para producir el film debut, que le demandó varios años. “Para mí, la realidad se ajusta más a la ficción que la ficción a la realidad. Mis referencias son personajes y la gente real siempre se parece a ellos. De hecho, en mi película hay un aprendizaje del mal en el personaje. Susan es lo antitodo, si tomamos como referencia el cine naturalista argentino. Siento que estoy rompiendo con lo políticamente correcto.”
–¿Con qué rompe usted?
Mercedes Guevara: –Con la idea instalada de que el último que innovó en el tango fue Piazzolla. Yo conocía poco del género, hasta que comencé a curtir milongas y me encontré con un universo lleno de códigos nuevos. Con chicos muy jóvenes bailando en jeans y zapatillas, provistos de actitud rockera y esencia tanguera, que le dieron una nueva orientación al género.
–No es el caso de Las Muñecas. Más allá de sus pelos largos, ellos son gardelianos y ortodoxos. De hecho, la versión de Yira-Yira es guitarrera, bien a la antigua.
–Claro. Igual me sirven para instalar la idea de que el tango no está sacralizado, como parece cuando uno ve o escucha a Susana Rinaldi. Acá hay ironía, alegría, color y mucha milonga, vieja y nueva.
–¿Qué expectativas tienen sobre ambos estrenos?
C. F.: –Me gustaría que mi peli movilice y rompa estructuras, pese a carecer de publicidad. La idea es hacer después otra y avanzar, pese a lo duro que resulta.
M. G.: –Yo confío en el boca a boca, porque la crítica especializada es un tema duro para los cineastas en Argentina. No quiero que me regalen nada, pero una película independiente es muy dura de hacer y una se siente vulnerable ante las críticas.