Jue 24.11.2005
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CINE › LA PEQUEÑA INDUSTRIA LOCAL GENERADA ALREDEDOR DE HARRY POTTER, UN FENOMENO AL PARECER INAGOTABLE

Cuando la magia se exhibe en las vidrieras

Fotos, varitas mágicas artesanales, escenas de la película recreadas con muñecos y libros-parásito componen una industria alrededor del mago que trasciende los libros y la pantalla.

› Por Julián Gorodischer

Su fortuna personal es mayor a la de la reina de Inglaterra –ronda los 450 millones de dólares–, pero ella no le debe demasiado al merchandising en torno de su obra. J. K. Rowling, autora de la saga Harry Potter, no respeta las reglas de modelos como La Guerra de las Galaxias o El Señor de los Anillos. “No entra suficiente mercadería al país”, se queja Nancy Eberle, de la comiquería Entelequia, harta de reclamar más oferta. “Es un fenómeno distinto al de La Guerra... George Lucas entendió de qué iba la cosa, acentuó la variedad, la abarató, construyó su imperio sobre eso. Rowling tiene algo de desprecio por los muñecos, las varitas, las fotos...” En la víspera del estreno de Harry Potter y el cáliz de fuego, Página/12 recorrió la escena de los objetos, juguetes, retratos y fans, allí donde el vendedor de la comiquería Camelot distingue entre los compradores compulsivos de 30 a 40 años que rinden tributo a Star Wars, los ejecutivos que vacían los estantes de la saga de animé porno de Sailor Moon XXX, y estos nuevos, semiletrados, ¿víctimas de la moda?, menos gastadores y más jóvenes que alimentan el fenómeno Harry Potter.
¿Cómo se compone la fortuna de Rowling? De su capital millonario, 240 millones de dólares corresponden a ganancias por los libros y otros 200 millones a los derechos de las películas y el merchandising, traducidos en auspicios de Coca-Cola, la firma Lego, juegos de mesa, artículos de librería, anteojos de plástico, ropa, golosinas y varitas mágicas. Desde 1997, cuando comenzó a correr el rumor sobre un libro que conjugaba magia y una identidad británica reinventada, se anunció la saga editorial de cinco libros y cuatro películas. El negocio millonario, que comanda directamente Rowling, siempre más celosa de sus derechos de autor que del dominio de los ingresos por merchandising, incluye aristas curiosas como el incentivo indirecto a fábricas artesanales de escobas, en Inglaterra, luego de que Harry las volviera un objeto glamoroso. Los Nash, de Hampshire, celebran la revitalización de su empresa familiar, que ahora vende sus escobas (las mismas que aparecen en el último film) por Internet.
Por fuera del boom de ganancias alrededor de Harry Potter, que se sintetiza en los 80 millones vendidos en conjunto por los cuatro primeros títulos, ¿qué hay para comprar? Queda claro que este conjunto de objetos e imágenes para la idolatría se corre del estándar: menos variado, poco accesible, orientado al consumo infanto-juvenil, al menos antes de este estreno que eleva la prohibición a los menores de 13. El cáliz... es la más oscura entre las historias filmadas, proponiendo un regreso de entre los muertos del temible Lord Voldemort (Ralph Fiennes) y un ingreso de Harry, ya adolescente de 14 años, al territorio de lo sexual. El catálogo es, en cualquier caso, poco convencional e incluye un único hit entre los más vendidos. Es la foto del astro Daniel Radcliffe (Entelequia, a nada módicos quince pesos).
El adolescente más rico de Inglaterra (según se supo esta semana) modifica la norma de la devoción por ídolos juveniles. Aquí, se verá al nada carilindo puesto en personaje, despeinado y con esa réplica de nido de hornero que adorna su look, con las típicas gafas que erotizan al nerd del grupo, corbata y pulóver escolar. La foto hiperconsumida de Harry nunca lo ubica en pose, lo presenta en cambio cargando un bolso o agitado, sin mirada dirigida a la cámara. “Acá se lo ve jugando al quidditch (deporte sobre escobas voladoras con tres pelotas distintas)..., acá ingresando al colegio Hogwarts...”, muestra la fan Luciana Lago su book numeroso, que no incluye ni una sola foto del propio Radcliffe en persona. Siempre se lo ve desconcentrado, aportando a la defensa del héroe ficcional frente a la técnica del ídolo pop. No dedica la aparición a nadie, nunca se sale de situación: es la revalorización de uno del montón.
¿Cómo es el fan típico? “Tiene entre nueve y veinte años, viene por un parche para el uniforme del colegio (a cinco pesos), es muy nuevo, todavía no se lo puede definir bien, no se sabe si es parte o no de una moda. Por ser letrados no son más cultos: ésta es literatura fácil”, describe Lucas Bauzá, vendedor experto de la comiquería Camelot. En ese centro porteño de satisfacción para fans de toda índole, tienen identificadas a las castas: el de El Señor de los Anillos gasta muchísimo por cada estatua o muñeco gigante de su saga, dispuesto a vaciar el stock de las de Aragorn (interpretado por Viggo Mortensen) aunque cuesten 140 dólares... El padre de todos, el de La Guerra de las Galaxias, es poligeneracional, llega en familia (padres, hijos, tíos), no se niega al disfraz, es proclive a imitar looks y actitud, reclama espadas luminosas, vestuario, máscaras, algo inusual para el seguidor de Harry Potter. Dentro del catálogo disponible, que importa la firma Hasbro, no se registra ni una sola máscara, y las pocas túnicas de graduación que llegaron se agotaron en la segunda entrega cinematográfica. ¿Los más pedidos? El fan típico tiene ideas ocurrentes como clavarse el escudito o el pin (a uno o dos pesos, los más accesibles de la oferta de merchandising), y acudir con su división entera al acto escolar, inventándose una raigambre anglófila bajo excusa argumental. “Muchos simulan una tradición escolar que acá no existe, poniéndose en el blazer del uniforme un escudo de casas escocesas como Gryffindor”, sigue Bauzá.
Para las huestes de Rowling trabajan incontables equipos de abogados, guardianes privados, jefes de prensa, lectores y editores dedicados a hacer respetar los derechos de la autora y las editoriales acreditadas. La pesquisa incluyó una demanda por 100 millones contra el New York Daily News por haber adelantado unos párrafos de uno de los libros antes del lanzamiento. Y hubo casos de herejes victimizados como la editorial Verso, que debió destruir todas las copias de un ensayo que analizaba a Potter sólo por compartir colores de portada y diseño con los originales del niño mago. Rowling y su séquito son conocidos por perseguirlos hasta el final, pero su influencia parece todavía lejana en la Argentina, donde todavía hay lugar para la invención o la iniciativa artesanal. Sorprende en la comiquería la varita de madera y símil hueso que parece extraída del mango de un plumero, “concebida por un hippie que olió la veta comercial”, admite el vendedor irónico. La varita se vende, y mucho, en un mundito de fans y compradores menos recelosos de la originalidad y la fidelidad a los contenidos, y hasta permisivos con la varita fatta in casa.
“Es un público más chico, sin fanáticos, más preocupados por los libros que por los objetos. No se verá en el local una escultura de 150 dólares, como era frecuente en El Señor de los Anillos”, sigue Bauzá. Lo más caro del recorrido es la escena con hábitat y personajes, más austera cuando se trata de un momento de la graduación de Harry y más sofisticada en una de título The chamber of keys, donde el mago aparece volando en escoba junto a su compañero Ron, enganchado con cuidado para permanecer flotante. “Mi preferida entre las escenas es la de Harry frente al espejo mágico –dice la fan compradora Mariana Jacobo, pescada in fraganti–, cuando descubre su deseo más profundo, que es reencontrar a su familia. El espejo le revela que tiene una piedra que protege su vida.” ¿Pagaría los 140 pesos? “De Estados Unidos traje model kits, estatuas de adorno para la estantería, pins, dos tazas, mochila y todos los libros en su idioma original”, enumera como para que no queden dudas.
La revolución de la saga, queda claro, deberá interpretarse como aplicada a la industria editorial, más significativa que el impacto de las películas. Fueron los cinco libros de Harry Potter, editados en tiradas de más de diez millones de ejemplares –de los cuales un 70 por ciento está destinado a los Estados Unidos–, los que forjaron fenómenos insólitos como las colas antes del alba en librerías para esperar la salida de cada nuevo best seller y el descenso en la edad de iniciación en novelas a nueve años.
Pero los más osados arriesgan a profundizar el rédito del panorama extraliterario, que incluiría imponer entre los chicos el juego delquidditch terrestre (en el film es sobre escobas voladoras, persiguiendo esas pelotas que se mueven a voluntad), para lo cual ya se consigue en librerías un manual (en Entelequia, a cinco pesos) que fomenta la creación de una mística. Se atribuye ese deporte apócrifo a una cofradía secreta; se aconseja cómo mejorar en la práctica, parasitando algo del éxito de Rowling. Es que aquí la inquisición comercial parece tan lejos..., con cifras que no escandalizan ni dejan con la boca abierta. J. K. Rowling, novata entre los billonarios célebres de la lista de Forbes, no parece enterada del movimiento mínimo, aquí donde el fan muchas veces se va sin nada, harto de repetir el mismo muñequito, y donde la vendedora de Entelequia le dirige, a la distancia, su reclamo: “Rowling, ponete las pilas, no desprecies el merchandising”.

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