Vie 19.09.2008
espectaculos

CINE › NUEVO MUNDO, POTENTE RELATO HISTORICO DEL ITALIANO EMANUELE CRIALESE

Hacer la América a puro sacrificio

Ganadora de un León de Plata en Venecia 2006, Nuovomondo es una de esas películas en las que el estilo lo es todo: lo que se cuenta es mínimo, pero el director romano lo hace con una fuerza visual que recuerda la impronta de los hermanos Taviani.

› Por Horacio Bernades

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NUEVO MUNDO
(Nuovomondo, Italia/Francia, 2006).

Dirección y Guión: Emanuele Crialese.
Fotografía: Agnès Godard.
Intérpretes: Charlotte Gainsbourg, Vincenzo Amato, Aurora Quatrocchi, Francesco Casisa y Filippo Pucillo.
Proyección DVD, en los cines Arteplex Centro, Arteplex Belgrano y Cinedúplex.

Opus 3 del realizador romano Emanuele Crialese, ganadora de un León de Plata en Venecia 2006, Nuevo mundo es una de esas películas en las que el estilo lo es todo. Lo que se cuenta es mínimo y no representa, en sí, ninguna novedad: se trata de volver una más sobre ese fare l’America que, un siglo atrás, llevó a multitudes de italianos del sur a emigrar en busca de trabajo y, si la fortuna acompañaba, algún viso de prosperidad. La diferencia está en cómo se lo cuenta, y es en ese terreno donde Crialese (de quien hace unos años se había estrenado, en Argentina, la ya inusual Respiro) hace toda su apuesta.

El comienzo es una de esas piezas de cine puro, no muy frecuentes de ver. En medio de la inmensidad siciliana, dos pastores ascienden a pie desnudo por la roca viva. Lo hacen en medio de un silencio casi teatral, apretando cada uno una misteriosa piedra entre los labios. Se siente el esfuerzo, así como el empecinado, milenario hábito de prescindir de toda queja. Crialese acentúa el carácter ceremonial de la escena, resistiendo la tentación de musicalizarla y combinando primeros planos de gran impronta física (las manos de los hombres aferrándose de la roca, sus pies sucios, la transpiración) con planos generales, en los que todo es piedra y color ceniza. Vistos así, a la distancia, los hombres parecen reptar, como alimañas. Sin una sola palabra ni nota musical (no por nada uno de los protagonistas es mudo), todo lo que hay para comunicar se comunica a pura imagen, con total parquedad: la dureza del lugar, la inmensa sequedad, el carácter aguantador de los pobladores, su familiaridad con lo ritual. Porque de un ritual se trata. Un ruego a la virgen, al pie de una cruz, allí arriba. Para eso eran las piedras que los pastores llevaban en la boca: para ofrendarlas, para que la virgen bendijera su viaje.

El ambiente, la época y circunstancia recuerdan a algunas películas de los hermanos Taviani. Sobre todo, Padre padrone y Kaos: la tosquedad rural, el atraso, el apego a veces cerril a las tradiciones, la religiosidad popular acompañando la precariedad material, la búsqueda de horizontes, las masas de emigrantes esperanzados. También recuerda a los Taviani esa teatralidad de carácter ceremonial, en la que el gesto brusco reemplaza a la palabra. Como cuando Pietro, el mudo, se levanta el sombrero frente a dos desconocidas y les muestra su cabeza llena de caracoles. Parco y solemne, es Salvatore, pastor de cabras (Vincenzo Amato, actor favorito de Crialese), quien ha resuelto partir a América, llevando con él a sus hijos y a la mamma, testaruda curandera de la región. Con ellos viajarán muchos más. La mayoría, analfabeta. Y tan poco entrada en la modernidad como para seguir llamándole “Nuevo Mundo” a aquel otro continente, cinco siglos después de Colón.

En arriesgada decisión, la película pone en imágenes las fantasías de los emigrantes, que suponen que en ese nuovomondo papas, gallinas y cebollas son grandes como la gente. Nadar en ríos de leche, producto de esa naturaleza ubérrima que ansían encontrar, se tornará imagen casi un leit motiv. Ayudado por esa verdadera poeta de la fragmentación que es Agnès Godard (directora de fotografía de Bella tarea, La vida soñada de los ángeles, la recién estrenada Backstage), Crialese narra el viaje a pie de las familias de pastores, el trayecto en uno de esos buques atestados que recuerdan a Chaplin, la llegada a Nueva York, las humillantes inspecciones físicas, los lambrosianos interrogatorios, los casamientos forzados con que hombres y mujeres buscan hacer pie y fijar residencia. Lo hace prestando siempre más atención al detalle, la sensación (como el memorable ralenti con el que el buque deja puerto, con ruido ahogado de engranajes marinos) que al acontecimiento en sí.

Tal vez resulte un poco forzada la presencia de la francesa Charlotte Gainsbourg (haciendo de inglesa fina, pero necesitada de marido), mientras que en la última parte el espectador local no dejará de reconocer rostros familiares: el de Emilio Bardi, Andrea Prodan o ese rey del cameo criollo que es a esta altura el distribuidor cinematográfico Pascual Condito. Sucede que la Nueva York de Nuevo Mundo no es Nueva York, sino Buenos Aires, donde hace un par de años largos se filmó media película.

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