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Jueves, 27 de noviembre de 2008

CINE › EL úLTIMO GRAN MAGO, DE LA AUSTRALIANA GILLIAN ARMSTRONG

Preocupa la pandemia de ilusionistas y magos

 Por Horacio Bernades

Es como si en medio de un acto de escapismo un ilusionista intentara sacar conejos de la galera, al mismo tiempo que practica el viejo truco de la mujer cortada en dos y con la mano libre juega con huevos y pañuelos. Llevando en el título (el local, al menos) la promesa del fin para la pequeña pandemia de “películas de magos” que afectó el cine mundial a lo largo de un par de años, El último gran mago nunca termina de decidir si es una película sobre Harry Houdini, una picaresca de timadores, una reflexión sobre la ética del entertainer, una love story o un drama materno-filial. Como le sucedería al ilusionista del ejemplo, la película termina hecha un nudo, sin que el público sepa muy bien qué es lo que se quiso hacer.

En 1926, el célebre Harry Houdini llegó a Escocia, como parte de una gira mundial que debía cerrarse en Montreal. En Canadá, el más legendario escapista de la historia de la humanidad iba a hallar la muerte, a los 52 años, ante el estallido de su apéndice, como consecuencia de los golpes recibidos. Es que una de las provas de bravura de HH (nacido en Hungría, con el nombre de Ehrich Weiss) consistía en invitar a los presentes a aplicarle tremendas trompadas en el estómago, contando para ello con la ayuda de una faja de cuero escondida bajo la camisa. Cuando la faja se probó insuficiente, ya era tarde. Esto (y el hecho de estar casado y tener una mamá y un manager) es más o menos lo que hay de cierto sobre su vida en El último gran mago. El resto es pura invención.

Personificado por un Guy Pearce de cabello tan ensortijado como el propio HH, en cuanto llega a Edimburgo el mago hace un desafío público: pagará diez mil dólares al vidente que lo ponga en contacto con su madre muerta. Raro desafío, teniendo en cuenta que Houdini fue famoso (la propia película se ocupa de recordarlo) por desenmascarar embaucadores, espiritistas sobre todo. Pero, bueno, ése es el pie para que entre en escena la morochaza Catherine Zeta-Jones, cuyo origen galés le permite hablar sin problemas con acento escocés. El problema es el papel, que no le queda lo que se dice a medida. Como que debe encarnar a Mary, paupérrima madre soltera, con hija preadolescente (Saorsie Ronan, de Expiación, deseo y pecado) y sobreviviente mediante una serie de hurtos, robos y timos. El más inofensivo de los cuales es encarnar, en un piringundín rasposo, a una presunta deidad y vidente oriental.

Desde ya que será ella quien recoja el guante echado por Houdini, que en cuanto la ve cae flechado. O enamorado. O encaprichado con pasar unas noches con la morocha. Por el lado de Mary, otro tanto. ¿Pero cómo, no es que era una aprovechadora? Es que el corazón tiene razones que los guionistas desconocen. No es que El último gran mago sea molesta de ver. Las actuaciones de Pearce y el gran Timothy Spall (haciendo una suerte de Sancho Panza hiperpragmático), la espléndida fotografía y dirección de arte, el oficio de la veterana realizadora australiana Gillian Armstrong (Mi brillante carrera, Mujercitas) ayudan a disimular incoherencias. Al menos, hasta que el mago empieza a anudarse en escena, después de haber tirado al agua la llave que le permita abrir las cadenas.

5-EL ULTIMO GRAN MAGO

Death Defying Acts, Gran Bretaña/Australia, 2007.

Dirección: Gillian Armstrong.

Guión: Tony Grisoni y Brain Ward.

Intérpretes: Guy Pearce, Catherine Zeta-Jones, Timothy Spall y Saoirse Ronan.

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Harry Houdini, según la caracterización de Guy Pearce.
 
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