CINE › ANTE LA CRISIS, LOS ESTUDIOS DE HOLLYWOOD APELAN AL ARCHIVO
Hoy, más que nunca, las productoras de la Meca del cine apuestan a lo seguro. Por eso, el panorama para esta temporada aparece salpicado de proyectos que rescatan títulos conocidos. Incluyendo algunos que ni siquiera fueron un éxito.
› Por Toni García *
Hollywood es, por tradición, un lugar donde hay una crisis grave cada cuarto de hora y una solución salomónica cada veinte minutos. Un montón de billetes pueden tapar cualquier agujero. Por eso, cuando el dinero fluye con menos intensidad, las ideas frescas, los conceptos atrevidos y el riesgo en general dejan de ser bienvenidos. ¿Vienen curvas peligrosas? Pues entonces, a mirar en el archivo. Lo decía The New York Times en un artículo publicado hace pocas semanas: “Parece que Hollywood ha agotado las ideas”. Lo refrendaba otro periódico, Los Angeles Times, con un titular más explícito: “La tierra de las re–re–repeticiones”. Esta vez la fea de la clase se llama remake y consiste, básicamente, en rehacer un producto ya existente creando una nueva versión mejorada. En teoría, por supuesto.
Es probable que en 2009 las salas del Primer Mundo estrenen hasta cuatro remakes al mes. ¿Le suena alguno de estos títulos? Los goonies, Doce del patíbulo, Fuga en el siglo XXIII, Robocop, Highlander, Laberinto, Porky’s, Los siete samurais, Los pájaros, Viernes 13, Pesadilla, Los 39 escalones, Piraña, Rocky Horror Picture Show, Conan el bárbaro, Lucha de titanes, Rojo amanecer, Footloose... Este año y el próximo la cartelera volverá a ofrecer todos esos títulos. Los ejecutivos de Hollywood planean reventar las carteleras con películas que en algunos casos ni siquiera fueron un éxito en el momento de su estreno. ¿Locura? Ni mucho menos. En primer lugar hay que tener en cuenta el factor tiempo: dar luz verde a una remake es mucho más sencillo que aprobar un proyecto nuevo. Los tipos que mandan en Hollywood saben que, en la gran mayoría de los casos, no tienen que pagar ni un dólar por repetir una película.
Hace unos años, uno de los herederos del mito del cine mudo, Harold Lloyd, demandó a la compañía Disney por considerar que la película The Waterboy, protagonizada por Adam Sandler, tomaba “prestados” muchos de los rasgos del film que Lloyd protagonizó en 1924, The freshman. Sus abogados presentaron un exhaustivo estudio donde encontraron hasta 56 puntos que unían las dos películas y exigieron la friolera de 50 millones de dólares. Perdieron, claro.
La pregunta del siglo es: ¿qué es realmente una remake? No es que haya mucha teoría al respecto, apenas un puñado de artículos cuyos autores se ven obligados a recurrir una y otra vez a las mismas fuentes (empezando por Make it again, Sam, de Michael B. Druxman, el primer vademecum sobre el tema y que data de 1975). Quizás la teoría más conocida sería la de Thomas Leitch, que en su artículo La retórica de la remake, incluida a su vez en el que probablemente es el mejor libro sobre esta tendencia atemporal, Dead Ringers: The remake in theory and practice (de Jennifer Forrest y Leonard R. Koos), clasificaba las remakes en cuatro grandes grupos: los que readaptan una obra antigua con el propósito de actualizarla, los que además de readaptarla revisan o transforman parte de sus ingredientes, los que pretenden rendir homenaje al original y los que simplemente vuelven a hacer la misma película. Leitch traza así el retrato robot del espectador potencial de una remake: aquel que nunca oyó hablar del original; el que oyó hablar del original pero no lo vio; el que lo vio pero no se acuerda; el que lo vio, lo recuerda, pero no termina de gustarle; el que lo vio, le gustó y espera repetir... No hay duda: Leitch debe de ser el autor más leído por los grandes ejecutivos hollywoodenses. ¿Ausencia de malicia? Para críticos como Anne Shulock, lo malo no es sólo que los grandes estudios dejen de buscar historias sino que “oculten el origen de las que están adaptando”. Como ejemplo cita el caso del director español Alejandro Amenábar y su película Abre los ojos. “Roger Ebert, probablemente el crítico de cine más célebre de los Estados Unidos, no citó ni una sola vez al original español en su pieza sobre Vanilla Sky”, se quejaba Shulock. Las multinacionales del séptimo arte compran los originales y limitan su distribución, evitando mencionar –en muchos de los casos– el título del original e incluso su existencia. De esta forma se vende una película “completamente nueva”. Y si los críticos (encabezados por Ebert y Leonard Maltin) parecen ya bastante hartos de seguir la corriente, los creadores y banqueros no parecen tener excesivos problemas para justificarse: Joe Roth, productor de la nueva Alicia en el país de las maravillas de Tim Burton, cree que “si eres capaz de que la película parezca fresca y puedes acercarte a la historia de una forma diferente, la remake es perfectamente aceptable”. Gus Van Sant, director de la nueva versión de Psicosis, afirmó que su versión “no es una remake, sino más bien un gemelo esquizofrénico del original”, mientras que Zach Snyder, realizador de El amanecer de los muertos (una nueva versión del clásico de George Romero) declaró que su visión era “una revisitación, una reinvención del original al que le agregué esteroides”.
Si da dinero, funciona. A Tarantino, rey del cut & paste, cuando se le recordó que Perros de la calle guardaba sospechosos parecidos con la producción de Hong Kong City of fire, dejó claro que, en esencia, le importaba un pito: “Si mis películas tienen algo es que tomo de aquí y de allí... Pienso robar de cada película que se ha hecho. ¿No te gusta? No vayas a verlas”. El cierre de persiana de las distribuidoras y divisiones dedicadas al cine independiente de los grandes estudios (cada vez hay menos Junos y Miss Sunshines) agravó la situación, incrementando la necesidad del mainstream respecto de los mercados secundarios (ya sean el europeo o el asiático) y –obviamente– de su propia filosofía de trabajo: si da dinero, funciona. Así, en 2009 se hablará otra vez del inolvidable arte de la remake: se cambiarán las fotos, el autor y un par de párrafos y hasta puede que se cambie el papel. Con un poco de suerte no se notará nada.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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