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Lunes, 12 de enero de 2009

CINE › ENTREVISTA AL DIRECTOR ESTADOUNIDENSE OLIVER STONE

“Bush es una combinación de John Wayne y Oliver Hardy”

El cineasta habla de W., el film que se estrenará aquí este jueves. Stone explica por qué decidió abordar el personaje en términos ficcionales y abunda en diversas cuestiones: su visión del poder, el rol de los EE.UU. en el mundo y la utilización de la sátira para describir a Bush.

 Por Jonah Weinberg

“Es demasiado indulgente”, protestaron algunos. “No lo pinta como un asesino, sino como un pobre tipo”, reclamaron otros. Pero hubo también quienes consideraron que el retrato del personaje y de su administración eran lo suficientemente amplios como para permitir conocer facetas personales y entretelones políticos, que el día a día mediático suele dejar afuera. Después de JFK, Nixon, su par de documentales sobre Fidel Castro y hasta Alejandro Magno, el nuevo poderoso con el que se mete Oliver Stone es nada menos que George W. Bush. Pero no el último, por cierto: mientras prepara su biografía de Pablo Escobar, el realizador de Pelotón filma en estos momentos, en Venezuela, un documental sobre Hugo Chávez.

Con estreno previsto para este jueves en la Argentina, W. abarca cuatro décadas en la vida del presidente que ocupó Irak, desde los días de juventud sesentista hasta poco después de la caída de Saddam, cuando sus colaboradores le arriman la novedad de que lo de las armas químicas había sido todo un invento. Entre un extremo y otro se despliega la errática vida del primogénito de George y Barbara Bush, demasiado dado al alcohol y sin otra vocación que su pasión por el béisbol. Hasta que de pronto se convierte en gobernador del estado de Texas, y de allí, sin escalas, no para hasta la reelección presidencial. Su casi enfermiza rivalidad con el padre y su conversión religiosa, acontecida a mediados de los ’80, son otros de los ejes dramáticos de W., que no se ata a una linealidad cronológica, sino que va y viene en el tiempo.

En el momento de abordar el rodaje, Stone venía de tres fracasos sucesivos. Dos de ellos fueron de crítica y público: Alejandro Magno, cinco años atrás, y Las Torres Gemelas, en 2006. El tercero fue de producción, cuando su proyecto de filmar la masacre vietnamita de My Lai, que iba a llevar por título Pinkville, se cayó en estado avanzado. Fue allí que el realizador de The Doors llamó a Stanley Weiser, que había trabajado con él en Wall Street, para escribir la primera biografía de un mandatario en ejercicio que recuerde la historia del cine. Para ello consultaron la entera bibliografía disponible sobre el más famoso receptor de zapatazos del mundo entero, desde los libros que narraban sus locos años de juventud (First Son, de Bill Minutaglio, y Fortunate Son, de James Hatfield) hasta aquellos que hacían eje en su política, como State of Denial, de Bob Woodward, The One Percent Doctrine, de Ron Suskind, y The Dark Side, de Jane Mayer.

W. tiene por protagonista al ascendente Josh Brolin, que venía de llamar la atención con su protagónico de Sin lugar para los débiles. En un elenco lleno de rostros famosos, haciendo de otros rostros famosos, Richard Dreyfuss funge como el vicepresidente Dick Cheney, Scott Glenn como el ministro de Defensa Donald Rumsfeld, Jeffrey Wright como el general Colin Powell, Thandie Newton como Condoleezza Rice, Elizabeth Banks como Laura Bush y James Cromwell y Ellen Burstyn como papá y mamá Bush. En la entrevista que sigue, Oliver Stone explica su punto de vista con respecto al personaje y de qué manera decidió construirlo en términos ficcionales, abundando además en cuestiones como el compromiso cívico del cineasta, su visión del poder, la inevitabilidad de la sátira y una extraña conjetura, según la cual Bush tal vez sea la más perfecta combinación entre John Wayne y Oliver Hardy.

–¿No temió que filmar una película sobre un presidente en ejercicio pudiera quitarle perspectiva histórica?

–Creo que era una película que debía filmarse. Las presidencias de George W. Bush han representado algo muy serio para los Estados Unidos. Él embarcó al país no en una guerra, sino en tres: una en Irak, la otra en Afganistán y otra más, a la que llamó “guerra contra el terror”, que puede librarse en cualquier momento, en cualquier país. El peso político e histórico que su gobierno ha tenido, en relación con mi país y el mundo, obliga a los cineastas a dar un paso adelante y hablar. Me parece que con las películas debería suceder algo semejante a lo que ocurrió en el ámbito del periodismo de investigación, donde se publicaron una cantidad de libros importantes sobre su gobierno. En este sentido, no pretendo que la mía sea la película definitiva sobre George W. Bush, sino simplemente la primera. El puntapié inicial, detrás del cual es de esperar que vengan otras.

–Para W. usted volvió a convocar a Stanley Weiser, quien había escrito el guión de Wall Street. ¿Cómo encararon la película?

–W. trata sobre la formación de Bush Jr., el modo en que llegó a ser quien es. Primero, en la juventud, el muchacho díscolo, alocado incluso. Un tipo que es la oveja negra de la familia. Pero no por contestatario, sino por fracasar en todo lo que emprende: en los estudios, su carrera universitaria, los intentos de convertirse en hombre de negocios. Después, su moderación, que viene asociada con la conversión al evangelismo y su primera experiencia política, como gobernador del estado de Texas. Finalmente, su cristalización como hombre poderoso, a partir del 11-9.

–¿Puede considerarse que ése es el punto de quiebre, el turning point de su carrera como político?

–Creo que sí. Hasta ese momento, daría la sensación de que Bush Jr. no había terminado de definirse como político. Era como que estaba de vacaciones. A partir de entonces asistimos al surgimiento de un nuevo George W. Bush. Se vuelve autoritario, asume el mando, se pone en el papel de señor de la guerra. No hay duda de que allí, el que había sido un tipo débil se convierte en hombre fuerte.

–Esta es la tercera vez que usted se acerca al más alto poder de una nación y del mundo. La primera fue en Nixon. Después entrevistó a Fidel Castro, en dos ocasiones diferentes. Ahora, finalmente, Bush. ¿Tienen estos tres hombres algo en común?

–Nixon y Bush son personas totalmente distintas. Pero podría considerárselos parte de un linaje. En ese linaje Nixon sería el abuelo, Reagan el papá y Bush Jr., el nieto. Los tres aprovecharon instancias históricas para polarizar el país y canalizar sus propias ansias bélicas. Respondieron a determinadas situaciones de la geopolítica internacional, apelando a un belicismo irracional. A lo largo de sus gobiernos, lo que se conoce como “complejo militar-industrial” creció enormemente. Sobre todo en esta última presidencia. Al día de hoy el gasto militar de los Estados Unidos es de ¡un trillón de dólares!

–¿Y Fidel?

–Nada que ver con los otros dos. El opuesto exacto, no sólo en términos ideológicos, sino como jefe de Estado. Tal vez haya sido un tipo de reacciones calenturientas en los comienzos de su ejercicio, pero en el curso del tiempo se fue moderando. Se fue volviendo político, si se prefiere expresarlo así. El Fidel que yo encontré, a mediados de los ’90, era un político sabio y septuagenario, un hombre de estado de relieve mundial.

–¿Qué aprendizaje personal le dejó ese roce cercano con el poder?

–Algo si se quiere tautológico: el poder es el poder. El poder es algo muy real. Hasta el punto de que un solo hombre puede cambiar el mundo, si cuenta con el poder para hacerlo.

–Hubo otra ocasión en la que usted se acercó a un hombre poderoso, aunque bastante más distante en el tiempo. Me refiero a Alejandro Magno. ¿Qué relación encuentra entre ese conquistador de la Antigüedad y estos amos del mundo moderno?

–Como Bush, Alejandro dirigió sus campañas militares al Este. Pero fíjese lo que hizo en los países conquistados: formó un ejército de hombres de ciencia, se mostró interesado en la adquisición de conocimiento, estudió con Aristóteles, abrió el camino a la construcción de bibliotecas. Una clase de conquistador muy distinta, ¿no?

–Se supone que todos conocemos de sobra lo que hizo Bush a lo largo de sus dos períodos. ¿Qué puede aportar sobre él una película, que ya no sepamos?

–Creemos conocerlo. Todo el mundo tiene una opinión sobre Bush y su gobierno. Pero no creo que lo conozcamos realmente. No sabemos cómo es que llegó a gobernar la nación. Es posible que los periodistas políticos lo sepan. Pero el ciudadano medio, difícilmente. Y es a él a quien está dirigida la película. W. no es una película para conversos, es para todo el mundo. La idea es que el que lo votó se pregunte quién es en verdad ese tipo al que ayudó a investir.

–¿A eso se debe que usted se permita cierta empatía con el personaje?

–La idea básica no consistía en criticar a Bush, sino en poner al espectador en sus zapatos. De allí que intentamos mostrarlo en todos sus aspectos, sin fijarnos si esos aspectos eran positivos o negativos, si coincidían o no con nuestro pensamiento. Tratamos de ser fieles a todo lo que leímos sobre él. Y no sólo sobre él sino sobre sus laderos de más peso, ya se trate de Dick Cheney como Donald Rumsfeld o Colin Powell. Nos propusimos hacerle entender al espectador el pensamiento de esta gente. En qué consiste o consistió la Doctrina Bush.

–A pesar de la empatía de la que hablábamos, W. tiene momentos de sátira.

–Me parece que era inevitable. Esta gente hizo y dijo cosas y muchas de ellas son muy graciosas. Nada de lo que se cita en la película es falso o inventado, todo es estrictamente cierto. Bush es un tipo divertido. En términos de presencia cinematográfica, una combinación de John Wayne y Oliver Hardy. Nunca va a reconocer su error, y eso es algo bien de cowboy. Pero a la vez tiene la rara cualidad de meter la pata. Como los cómicos, dice las cosas más extrañas en los momentos más inadecuados.

–Uno de los ejes temáticos que usted plantea es la relación entre Bush padre y Bush hijo. ¿Cree que esa relación puede haber tenido repercusiones políticas?

–Sin duda. Creo que un fuerte componente de la personalidad de George W. reside en la voluntad de mostrarle a su padre su verdadero valor. Aunque ellos mismos desautorizaron estas especulaciones como “tonteras psicologistas”, yo estoy convencido de que la relación padre-hijo tuvo indudables consecuencias en el plano político. El hijo se propuso ser un presidente más fuerte que el padre, incluyendo una reelección a la que aquél no pudo aspirar. El afirmó haber tenido “un padre más grande que su propio padre”. Se supone que se refería a Dios. Yo creo que se refería a Reagan. Reagan fue su padre sustituto. Y Nixon, su abuelo adoptivo.

–¿Qué lo llevó a elegir como protagonista a Josh Brolin, un actor que recién ahora está empezando a emerger?

–En cuanto conocí a Josh lo vi como encarnación de Bush. Lo cual nunca terminó de caerle del todo bien, a decir verdad. Josh tiene ese aura como de cowboy, que es esencial al personaje. Suele componer tipos duros, agresivos: mírelo en Sin lugar para los débiles, por ejemplo. Cuando le ofrecí el papel se ofendió. “¿Yo, Bush?”, saltó. Después escribí un nuevo guión y se lo volví a llevar. De a poquito se fue ablandando. Al comienzo estaba temeroso, no le hacía gracia la idea. Pero una vez que tomó la decisión se entregó con todo al personaje. Hasta el punto de que para actuar en mi película dejó caer unos cuantos ofrecimientos muy lucrativos. Yo creo que está perfecto en el papel. Y eso que no podría ser más distinto al personaje que encarna: a Josh le gusta leer, escribe, es un tipo con sentimientos...

Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.

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Oliver Stone junto con el ascendente Josh Brolin, el protagonista de W.
 
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