Mié 18.03.2009
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CINE › FATIH AKIN Y AL OTRO LADO, SU úLTIMO FILM, QUE SE ESTRENA MAñANA

Melodrama sobre el desarraigo

Alemán de origen turco, el director aborda conflictos entre tradición y modernidad que testimonian el entorno en el que creció.

› Por Thea Rittau

La película que consagró a Fatih Akin en el mundo entero es también la que lo hizo conocido en Buenos Aires, cuatro años atrás. Arrebatado melodrama de amor/odio, atavismo y desarraigo, tras el Oso de Oro ganado en Berlín a comienzos de 2004, Contra la pared acumuló una larga serie de premios internacionales, prólogo de su estreno aquí, al año siguiente. No era, en verdad, la primera película de Akin que el público porteño tuvo oportunidad de ver. Nacido en Hamburgo, en el seno de una familia turca, este cineasta de 35 años es, desde siempre, un abonado de los ciclos de cine alemán que se celebran, periódicamente, en la sala Lugones y el Village Recoleta. Cineasta precoz, desde su debut en el largometraje (a los 25 años), Akin lleva realizada media docena de films argumentales y documentales, además de varios aportes para films colectivos.

Cambiando algunos datos, el ciclo de Contra la pared se repite, calcado, con Al otro lado, el más reciente film de ficción de Akin: premio en festival de cabecera (Palma al Mejor Guión en Cannes 2007), decenas de galardones otorgados por distintas entidades y festivales (incluyendo cuatro German Film Awards) y, finalmente, estreno porteño, que tendrá lugar mañana. Film coral, la voluntad expansiva de Al otro lado la lleva a atravesar nacionalidades, generaciones, clases sociales y barreras sexuales, de Alemania a Turquía. En el tapiz de historias hay lugar para disputas generacionales, conflictos entre tradición y modernidad, persecución política y hasta una abrupta love story lesbiana e interétnica. Además, claro, de una otoñal Hannah Schygulla, a quien la insistencia del cineasta hamburgués logró devolver, tras varios años de ausencia, a la primera línea del cine internacional.

–Como en varias de sus películas anteriores, en Al otro lado volvió a rodar en tierra de sus mayores.

–En términos cinematográficos, Turquía es un decorado imponente. Hay una luz increíble, y Estambul es una ciudad tan cosmopolita como Nueva York. Me gustan mucho las ciudades así.

–¿Cómo vive el hecho de ser alemán, hijo de padres turcos?

–Me hace sentir dividido. Crecí en Europa, pero mis padres me inculcaron la cultura turca, y eso siempre ocupó un lugar importante en mi vida. Cuando era chico mis padres me llevaban todos los veranos a Turquía, lo cual me permitió establecer lazos. Creo que esa doble identidad se ve reflejada en todas mis películas.

–No siempre de modo amable, ¿verdad?

–A Alemania la tomo como algo dado. Mi relación con Turquía, en cambio, es más pasional. Tengo una relación de amor-odio. En verdad, hasta que me gradué en la universidad nunca me había interesado por el país de mis mayores. A mediados de los ’90 fui a filmar un corto y descubrí facetas que me resultaron fascinantes. De todos modos, en términos políticos suelo estar peleado con Turquía. Odio el nacionalismo, que allí sigue siendo muy fuerte.

–La burocracia turca queda muy mal parada en su película.

–Es que Turquía es un país kafkiano. Y bastante policial, debo decirle. Hay una escena de la película en la que la policía detiene a un grupo de activistas, y la multitud aplaude, por considerarlos “enemigos del Estado”. ¿Usted piensa que inventé esa escena? Nooo, fueron los extras los que aplaudieron, sin que yo les indicara nada.

–La película parecería apostar por la instrucción como arma de liberación.

–La lectura es un elemento clave en la película. Como dice en una escena el personaje de la activista, en Turquía la clase baja no tiene acceso a la educación. Tal vez suene ingenuo, pero soy un convencido de que sólo la educación salvará al planeta.

–¿Cómo se le ocurrió el personaje de profesor?

–En primer lugar, porque la inteligencia me resulta sexy. Me parece sexy un profesor (risas). Pero además, que sea un profesor de origen turco me permite desafiar el prejuicio de que en Alemania todos los turcos están vinculados con la marginalidad, el contrabando o la prostitución.

–Sin embargo, en la película una mujer se prostituye.

–Sí, pero para pagar los estudios de la hija.

–Y el profesor, para hacerlo más irritante, enseña alemán.

–¡Sí, un turco profesor de alemán! ¡Ja!

–Hay en la película dos parejas de madres e hijas. En un caso son alemanas y en el otro, turcas. ¿Es un modo de aludir a las relaciones entre los dos países?

–Susanne y Lotte representan la Unión Europea, y Ayten y Yeter, a Turquía. Todo lo que sucede en la película simboliza las relaciones entre esos dos sistemas políticos. Hay una escena en que dos de ellas se abrazan, en una librería, y al fondo aparecen las banderitas de los dos países. Pero esas banderitas no las puse yo, sino un asistente.

–¿Por qué la historia de amor es entre dos mujeres?

–Porque que una turca morocha se enamorara de un alemán rubio me parecía muy cliché, muy King Kong. Además, entre dos mujeres me parece más sexy.

–¿Cómo se vinculó con Hannah Schygulla?

–La conocí en Belgrado, unos años atrás, y simplemente me hechizó. Desde ese momento decidí que quería trabajar con ella. Por suerte logré convencerla.

–Muchos han visto en sus películas la huella de Fassbinder. Ahora, con la presencia de su actriz más icónica, daría la impresión de que la huella se hace más manifiesta.

–Sin embargo, no creo que mi cine se parezca al de Fassbinder. El venía del teatro, yo vengo de la calle. Me contó Hannah que en sus películas los actores tenían que repetir de memoria las líneas de diálogo. En mi caso es al revés: dejo que improvisen todo lo que se les ocurra. En verdad, me siento más próximo a Yilmaz Güney, el realizador de Yol, que terminó en prisión.

–El personaje del padre lo hace el actor turco Tuncel Kurtiz, que es tan representativo del cine de Güney como Schygulla lo fue para Fassbinder.

–Sí, pero no lo hice con la intención de usar a Hannah o a Tuncel como iconos del cine de Fassbinder y Güney. No pretendía ponerme a la altura de ellos, eso hubiera sido muy pretencioso de mi parte. Sólo me pareció que la presencia de ambos podía ser beneficiosa para la película, por eso los convoqué.

Traducción, adaptación e introducción: Horacio Bernades.

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