CINE › LEóN GIECO, DEMIáN FRONTERA Y LA EXPERIENCIA DE MUNDO ALAS
El músico y el bailarín coinciden en remarcar la potencia que ganó el proyecto gracias a la conjunción de las voluntades individuales en el momento justo: “Si nos hubiéramos encontrado antes, tal vez no habríamos estado preparados para conocernos”.
› Por Facundo García
“Acá el casting lo hizo la vida”, comenta el bailarín Demián Frontera, y León Gieco se para en seco porque ha vislumbrado un trocito de verdad. Dos segundos después retruca, mezclando su emoción con una carcajada: “Qué genial eso... ¡Me vas a hacer llorar, boludo!” Así se inaugura la charla con ambos artistas, que junto a colegas con capacidades diferentes protagonizan Mundo Alas, documental que se estrena hoy y que repasa las aventuras de una banda en la que, más que instrumentos, lo que se tocan son corazones.
Son las seis de la tarde y la troupe está encendida. En los pasillos del Bauen se escuchan chistes y guitarras. Se percibe la energía que electriza el aire cuando alguien está pasando por una experiencia única. Gieco y Frontera se apartan un poco para dejar que siga la farra e intercambian impresiones sobre el proyecto que empezó en 2006 y que tuvo uno de sus puntos culminantes en el gran concierto que el grupo ofreció en el Luna Park, durante los festejos por los veinte años de este diario.
Pero lo mejor es empezar por el principio. Hace tres veranos, León decidió reunir a varios amigos especiales que había ido conociendo, para montar un espectáculo donde mostraran su talento. Motivos había miles. Uno era que los doce integrantes de lo que más tarde se transformaría en Mundo Alas tienen una vibra que los hace inolvidables. Otro era que todos sintieron, desde la primera reunión, que se abría un portal a lo inesperado. “Para mí fue como descubrir un paisaje espiritual. Todos tenemos la capacidad de percibirlo, lo que pasa es que andamos ocupados y no la ponemos a nuestro alcance. En mi carrera había conseguido varios logros importantes, y de repente rodearme con amigos que cultivaban su espíritu permanentemente me marcó una nueva senda”, reconoce el cantor de Cañada Rosquín, que además se animó a acompañar a Fernando Molnar y Sebastián Schindel en la dirección. “A veces veo que uno de nosotros tiene que ir al baño o levantarse a hacer un trámite. Y se complica, porque en ocasiones necesitan sí o sí de la ayuda de otro. Esa espera de ‘ir-a-llamar-a-uno-para-que-te-dé-una-mano’ los reincorpora en su cuerpo y en su mente, y creo que eso genera una gran sabiduría. La espera produce espiritualidad destilada.”
¿Y cómo se experimenta el contacto con esa espiritualidad? “Es como una sensación que se produce acá en el estómago”, se pone el dedo en la panza Gieco. “Una emoción que te hace percibir lo que antes no notabas.” Es gracioso oír a un personaje tan conectado con lo terrestre describir andanzas por esos reinos intangibles: “Qué querés que te diga. Yo a cada uno le veo un aura, y es una suerte poder estar al lado de gente así. Si Demián baila la veo, te lo juro. Lo mismo con el resto. Un día hicimos un juego con Carina Spina, que ella nos contara cómo nos imaginaba. Y la pegaba, ¿podés creer?”
Según coinciden los que participaron, lo más increíble es que cada etapa se dio sin buscarla. El pegar onda, el salir de gira por Córdoba, Rosario y Cosquín –entre otras ciudades– y hasta el aunar criterios para las grabaciones. “Eso es lo que quería decir con eso de que el casting lo hizo la vida”, se integra Demián. “Probablemente yo tenía que pasar doce años bailando, León treinta y cinco en su oficio, y así. Si nos hubiéramos encontrado antes, tal vez no habríamos estado preparados para conocernos. Es como dice Pancho Chévez, que le dedicó una canción a su amigo Beto en la que dice que hay que estar tranquilo porque ‘Dios siempre sabe qué hacer’.”
En el libro IX de La Eneida, Ascanio –el hijo de Eneas– arenga a su tropa gritando “¡Macte, nova virtute, puer, sic itur ad astra!”; que en criollo sería “¡Animo, muchachos, que así se alcanzan las estrellas!”. O sea: no son las armas ni la riqueza, sino el empuje lo que mueve la existencia hasta destinos inesperados. Y aunque la frase se aplicaba a guerreros romanos, cabría perfectamente para los de Mundo Alas. “Ellos tienen una potencia tal, que si bien la idea original no era hacer un largometraje, se originaron situaciones que inclinaron la balanza para que se diera. Yo tengo mis parámetros para darme cuenta de lo que funciona. Acá supe que se cumplían”, reflexiona León.
El primer encuentro formal fue en un concierto en la Casa Rosada. Con su carácter de locomotora, Pancho Chévez había conseguido el teléfono de Néstor Kirchner y lo llamaba permanentemente porque quería tocar en la sede del gobierno. Hasta que el ex presidente tuvo que aflojar. “Nos presentamos en el Salón Blanco y los componentes de Mundo todavía no se conocían mucho entre sí. Luego del show no venían a cholulearme a mí, sino que intercambiaban opiniones entre ellos. Se unieron espontáneamente y no me dieron ni bola”, acusa Gieco, divertido. Había nacido una fuerza que era superior a la suma de sus partes. De ahí salió el impulso para organizar la gira, conversar con EMI para armar un disco y mirarse mutuamente desde una perspectiva que no era la de la tele ni las revistas. Por lo común, la persona que se sale de la norma es considerada un pedazo de carne que no puede hacer otra cosa que depender y quejarse. Eso se terminó. Como sus compañeros, Demián se lo tiene jurado. “En cierta época de mi adolescencia, yo no tenía brillo en la mirada, era un triste”, recuerda. El joven que reinventa su cuerpo gracias a la danza quedó en silla de ruedas a los catorce, por un accidente en un entrenamiento de gimnasia. “Oía a mi vieja que decía ‘¿Y el alma de este chico, dónde está?’”, añade, antes de que le saquen el tema de su casamiento y la cara se le ilumine al confesar que todavía no vio la escena del arroz a la salida de la iglesia.
“Demián es un luchador”, señala Gieco. “Hace mucho me pasó un video con él bailando. No lo vi. Pensé que si alguien quería bailar un tema mío subido a una silla ya era un valiente, así que lo invité a reunirnos. Era su actitud. Y tenés a un pibe como Maxi, que tenía once años y se me trepó al escenario porque quería cantar. O Pancho Chévez, que tenía quince al conocernos: mientras tocaba vi que estaba delante de todos, y lo convoqué a mi camarín porque quería saber quién era ese chabón que cantaba todos los temas. ¿Sabés lo que me dijo apenas entró? Me preguntó cómo podría hacer para ser famoso. Me quedé tieso. Agarré el atril de la armónica, se lo puse y empezó a tocar. Ahora ya estuvo con La Renga, la Bersuit. Desde el comienzo se sentía un artista, y me vio a mí como un puente.”
Más allá de circunstancias individuales, hay un denominador común que contribuyó a juntar a esta “familia rodante” y proyectarla a las estrellas. Dice León: “No quisieron estar en cualquier escenario, sino en uno donde se cantaban letras políticas, contestatarias. Sin desmerecer a nadie, no quisieron ir con Valeria Lynch. Prefieren estar con las Madres que ir a un cóctel por el avant première de la peli”. Demián asiente. “Los integrantes del Grupo de Danza ALMA –apunta– apostamos por León por su coherencia política. Compartíamos con él una perspectiva que nos hizo descubrir juntos a maestros como José Poblete, un militante desaparecido que formó un frente de personas con discapacidad contra la dictadura. En la banda asumimos esas posiciones.”
Mundo Alas es una de esas películas de personajes que se van buscando a sí mismos en sus andanzas por la ruta. Eso no significa que el viaje haya comenzado cuando el colectivo rosado puso primera y empezó a comer kilómetros de asfalto. Hubo una instancia previa, y cada protagonista se debe haber trenzado íntimamente con esas preguntas que se agigantan bajo ciertas condiciones. Interrogantes como ¿quién querrá verme y oírme?, ¿aplaudirán mi talento o mi discapacidad? No obstante, un paso más abajo en la identidad estaba, lisa y llanamente, el deseo de estar en un escenario.
Es que las tablas son un territorio de protección. Un cuadrado mágico que pone paréntesis en la mirada usual y ubica en el centro a los que eligieron expresarse. “Vos estás ahí –observa Demián– y sabés que te están mirando, que no se pueden hacer los tontos. Nadie se mete con vos. Si las cosas te salen bien, percibís tus avances en la reacción de los otros. Y al entrar en ese camino de evolución, al captar que un día te conectaste mejor con los demás mejor, ya no hay vuelta atrás. Sabés que de ahí en adelante lo que hagas tendrá que ser superior. Caso contrario, vas a sentir que te estás engañando.” De a tramos dan ganas de grabar a “los alados” y reproducir la entrevista a varios figurines que sacrificaron su brillo íntimo en el camino hacia la fama. Gieco sintoniza y confirma que, en definitiva, el arte no ofrece chance. “No hay opción, flaco. Como le gustaba repetir a don Atahualpa, ‘quieras o no, vas a salir a tocar con tu vida’. Ahí arriba no podés fingir ni negarte, porque se van a dar cuenta.”
La tribu se apresta para ir a grabar el disco. Lo que era una ilusión ya se filtró a la realidad y continuará con estrenos en las provincias y otras zonas del continente, que se sumarán a un espectáculo que pretende seguir recorriendo el país, ¿Cómo se pudo llegar a tanto empezando con tan poco? Un cuento del japonés Ryunosuke Agutagawa quizá brinde una explicación: relata la historia de un viajero que ofrece sus servicios en una casa a cambio de que le enseñen a ser sabio y volar. Creyendo que el viajero está loco, los dueños se avivan: le aseguran que le van a revelar el secreto del vuelo sólo si se queda a trabajar con ellos gratis durante veinte años. El hombre acepta y se convierte en un trabajador dedicado. Al cumplirse el plazo, los amos le prometen que le revelarán el método si él sube a lo alto de un pino. El criado se trepa, y desde abajo le sugieren que el secreto de volar está en que se suelte. Se lo indican, con la esperanza de que muera del porrazo. Pero entonces el criado aparta las manos de las ramas con fe y agradece con una reverencia. Sin una sombra de rencor, sube de a suaves pasos por el cielo, hasta perderse entre las nubes. Ese tipo podría ser un integrante de Mundo Alas.
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