Domingo, 5 de abril de 2009 | Hoy
CINE › EL FESTIVAL ENTREGO SUS PREMIOS CON BALANCE FAVORABLE
Aquele querido mes de agosto, de Miguel Gomes, ganó el premio mayor del Jurado Oficial. Pero el encuentro, que sigue mostrando una cota alta de calidad, sirvió también como consagración de lo que ya podría llamarse “grupo Llinás”.
Por Horacio Bernades
Si hubiera que elegir a dos grandes ganadores de la 11ª edición del Bafici, ellos serían el portugués Miguel Gomes y el porteño Mariano Llinás. Gomes se llevó el premio mayor del Jurado Oficial, con su película Aquele querido mes de agosto. Lo cual no hace más que poner en sintonía al Bafici con la primera línea cinéfila internacional, que desde que esa película se exhibió en Cannes 2008 entronizó a su autor como el último gran descubrimiento. Que lo es, sin duda. Llinás no se llevó del Bafici un premio sino cuatro, dos por cada película que presentó, en carácter de productor. Coproducida por El Pampero Cine –compañía de la cual el realizador de Historias extraordinarias es uno de los directores–, Todos mienten, de Matías Piñeyro, ganó dos premios de la Selección Oficial Internacional. Lo propio sucedió con Castro, también producida por El Pampero, que se llevó otros dos de la otra competencia de cabecera, la Selección Oficial Argentina. Dado que Todos mienten y Castro son películas hermanas, bien puede considerarse que lo que se impuso en el Bafici es una cierta concepción cinematográfica, un modo de producción y un grupo de gente que las encarna.
Pero eso no es todo, ya que también hubo un premio de un jurado paralelo (la Asociación de Cronistas Cinematográficos) para Tekton, documental de Mariano Donoso, otro integrante emérito de lo que a esta altura podría llamarse “Grupo Llinás”. Nadie que vea Todos mienten y Castro podrá dejar de relacionarlas. En primer lugar, porque en una y otra aparecen los mismos rostros, los de un grupo de actores y actrices que había hecho su presentación dos años atrás, cuando aquí mismo se exhibió El hombre robado, ópera prima de Piñeiro. Lo otro que vincula claramente a ambas películas es una apuesta prioritaria por la dinámica cinematográfica, entendida tanto en sentido físico como de movimiento interno de cada plano (ambas están llenas de virtuosos planos-secuencia). A alta velocidad se desarrollan también los ping-pongs verbales, en los que los personajes se escupen frases secas y cortantes, de humor soterrado y escritura precisa, que tal vez no se oían en el cine argentino desde los tiempos de Sábado, de Juan Villegas.
Hasta tal punto importa la dinámica en estas películas, que Alejo Moguillansky, realizador de Castro, declara que su primera colaboradora fue la coreógrafa, con la que coordinó cada una de las persecuciones en las que la película abunda. Persecuciones que, como señalara en estas páginas Luciano Monteagudo, recuerdan, en más de un momento, las de Mack Sennett y los Keystone Cops. También las de Bande à part, de Godard. Así como el conspirativismo naïf de Todos mienten implanta, en medio del campo pampeano, las capas de intrigas que le daban densidad a Paris nous appartient y otros films de Jacques Rivette, en Todos... nunca se sabe del todo quiénes conspiran contra quién, y por qué. En Castro (que perfectamente pudo haberse llamado Todos corren) no se sabe por qué sus perseguidores persiguen al protagonista: ambas hacen culto de la abstracción. Lo lúdico, la voluntad de usar el cine como un trencito eléctrico veloz y “preparado” es otro de los pilares del modo en que Piñeiro y Moguillansky (y Llinás, y el propio Donoso, y unos cuantos más que irán apareciendo) conciben el cine.
¿Fue buena esta edición del Bafici? Desde ya que sí. El festival es, desde hace rato, una rareza, no sólo en términos de calidad y continuidad sino de fidelidad a sí mismo, en un medio en el que lo bueno dura poco. ¿Algún peligro de interrupción o de cambio de línea? Un proyecto de ley, actualmente en la Legislatura, apunta a independizar el festival del poder político de turno, garantizando así la independencia que en los hechos siempre tuvo (más allá de un par de arbitrarios cambios de dirección en el pasado). Aumentado, en términos de público, un 20% con respecto a la edición anterior, el Bafici 2009 volvió a presentar una vasta selección del mejor cine del mundo. Y al mundo, una veintena de películas locales de última cosecha. En este terreno debe decirse que, más allá de las películas de Piñeiro y Moguillansky, la de Ezequiel Acuña (Excursiones) y la que tal vez haya sido la mayor sorpresa de todas, Iraqui Short Films, de Mauro Andrizzi, el resto de la selección argentina ofreció, con perdón por la cacofonía, una media apenas mediana. Pero claro, eso no es, en tal caso, culpa del Bafici. Es lo que hay.
¿Algo para mejorar? Como se señaló varias veces en estas páginas, la esencia del Bafici apunta a hacer de él un festival de descubrimientos (y redescubrimientos, que para eso están las retrospectivas). Que la competencia internacional se limite a primeras y segundas películas está en línea con esa voluntad. ¿Qué sentido tiene programar, en esa sección, películas que vienen llenas de premios y consagración? ¿No sería más coherente con el credo del Bafici destinar esos films a una sección como Panorama y llenar los casilleros vacíos con films menos conocidos, menos premiados? Habrá que pensarlo...
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