CINE › “EL HIJO”, OTRA NOTABLE OBRA DE LOS HERMANOS LUC Y JEAN-PIERRE DARDENNE
Al estilo de una tragedia clásica
Estrenado aquí con un atraso considerable, el film de los belgas es otra prueba de un cine único, en el que imagen, guión y actuación se conjugan para una obra enigmática.
Por Horacio Bernades
Hubo que esperar, pero parece que el 2006 será, finalmente, el Año Dardenne en Argentina. Miembros indiscutibles de la más alta aristocracia artística del cine contemporáneo, de los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne hasta el momento sólo se había estrenado en nuestro país (y con atraso) su tercer film de ficción, La promesa, que es de 1996. Tras quedar inédita su magistral Rosetta (1999, Palma de Oro en Cannes), ahora llega a las salas El hijo, de 2002. Y para dentro de muy poco se anuncia su film más reciente, L’enfant, nuevamente Palma de Oro en la última edición de Cannes. El hijo se lanza de modo hiperreducido (en apenas dos salas, Arteplex Belgrano y Duplex Caballito) y con copias a las que se les notan los tres años transcurridos. Aun en esas condiciones, sería imperdonable no acercarse a alguna de las salas donde se exhibe el opus 5 (sin contar documentales) de los Dardenne. Es que, por más que falten 11 meses y 25 días para fin de año, puede anticiparse ya que El hijo será una de las películas del 2006 en la Argentina.
Debe haber pocos cines más reconocibles, más fieles a sí mismos, que el de estos hermanos belgas que andan por la cincuentena, y El hijo no hace más que confirmarlo. Todos los Dardenne están aquí. El guión largamente asentado. La sequedad expositiva, la reducción a lo esencial. Las estudiadísimas elipsis narrativas y visuales, que eliminan del relato todo elemento superfluo. La nerviosa, urgente puesta en escena, hecha de largos, a veces titánicos planos-secuencia con cámara en mano. La infrecuente, casi única, combinación de denso planteo moral y realismo extremo. El depurado, riguroso trabajo sobre el sonido y el fuera de campo. El estricto punto de vista sobre lo que se cuenta, con su rara coexistencia entre distancia y cercanía. Esos actores dueños del más común de los aspectos, cuya intimidad más recóndita la cámara parece empeñada en escrutar. Y el protagonismo, claro, de Olivier Gourmet, el actor regordete y taimado que ellos prácticamente “inventaron” para La promesa y a partir de allí convirtieron en la encarnación misma de su cine.
De entrada nomás, el espectador de El hijo es arrojado a un mundo del que no se le dan pistas previas. En ese mundo de pasillos, talleres de trabajo y fuertes sonidos de sierras y martillazos, primero se recorta un personaje y luego otro. El primero que se dibuja es Olivier (Gourmet, ganador de la Palma de Oro al mejor actor por este papel), encargado de la sección carpintería de un centro de reinserción para adolescentes con problemas. En medio de reuniones con los encargados del lugar, alguien ofrece a Olivier un nuevo aprendiz. Olivier lo rechaza, pero después de observarlo, de estudiarlo atentamente, vuelve sobre sus pasos y decide tomarlo. “¿Estás seguro de que es él?”, pregunta la ex esposa a Olivier, pasada la media hora de proyección. “El, ¿quién?”, se preguntará a su vez el espectador, a quien los Dardenne jamás facilitan ningún dato. Unas escenas más adelante se sabrá: ese chico –rubio como un querubín– es quien cometió un hecho atroz en el pasado.
Para saber por qué hizo lo que hizo este chico (en quien, para desesperación de maniqueos y facilistas, no se adivina nada que lo haga intrínsecamente condenable) habrá que esperar varias escenas más. Y ni siquiera en ese momento podrá resolverse moralmente el asunto. Como todo el cine de los Dardenne, lo que El hijo plantea al espectador es un viaje.
Una aventura en territorio desconocido, para la cual no proporcionan brújula ni bitácoras. Ese viaje es literal, no sólo por el recorrido en auto que ocupa buena parte del último tercio de película, y que lleva a la (ir)resolución final del enigma, sino por la incesante y ansiosa serie de desplazamientos físicos en los que el film se embarca, de modo característico en sus autores, desde el minuto cero hasta el último fundido a negro.
Puede no saberse de entrada a qué se debe tanta inquietud de la cámara. A medida que ese mundo va destilando sus claves, sin embargo (y lo hace de modo implacable), terminará por transparentarse que lo que esos recorridos dibujan bien podría ser un mapa del interior de los personajes. Ciertamente, ese mapa jamás llegará a tener un dibujo definitivo: es el croquis de un dilema y no hay dilema que no permanezca abierto. El acertijo moral que plantea el opus 5 de los Dardenne se abre a cuestiones como el duelo, el dolor por la muerte del hijo, la justicia por mano propia, el sentido de la venganza, la vida y las motivaciones del prójimo. A la larga, no habrá pregunta que tenga respuesta posible. En el mejor de los casos se trata de engañosos espejismos, de certezas que la experiencia, el estar en el mundo se ocupan de derrumbar.
El fuerte, perdurable regusto que deja El hijo es el de una tragedia clásica, pero una en la que lo único que subsiste es la duda, corazón de la modernidad. Como todos los films de los Dardenne, se está en presencia de un drama abstracto, pero narrado del modo más físico y material que pueda concebirse. Para decirlo en una palabra, es como si la cámara de John Cassavetes se hubiera puesto a contar una novela de Dostoievski, con estilo documental y bajo el ojo espartano de un Robert Bresson. Esas cuatro influencias encontradas parecen presidir no sólo El hijo sino todo el cine de los Dardenne.
9-EL HIJO
(Le Fils) Bélgica/Francia, 2002.
Dirección y guión: Luc y Jean-Pierre Dardenne.
Fotografía: Alain Marcoen.
Intérpretes: Olivier Gourmet, Morgan Marinne, Isabella Soupart, Nassim Hassaini y Remy Renaud.