Jueves, 20 de agosto de 2009 | Hoy
CINE › LA OLA, DEL ALEMáN DENNIS GANSEL, CON JüRGEN VOGEL
El film recrea en términos actuales una tristemente célebre experiencia docente, cuando un profesor consiguió que un grupo de adolescentes aburridos y apáticos se transformara en una activa comunidad filofascista gracias a la más rígida disciplina.
Por Luciano Monteagudo
Masivo éxito de público en su país de origen, Alemania, y succès d’estime en varias capitales, lo que ahora facilita su resonante estreno en Buenos Aires, La ola es esa clase de películas denominadas “de tesis”, que le deben menos a sus cualidades cinematográficas que a su voluntad manifiesta de provocar un debate, del cual no parece difícil adivinar a priori sus conclusiones. Correcta en sus facetas estrictamente técnicas y eficiente (a la manera en que lo puede ser un producto bien terminado) como máquina narrativa, el film escrito y dirigido por Dennis Gansel recrea en términos actuales la tristemente célebre experiencia docente californiana de Ron Jones allá por 1967, cuando en poco menos de una semana consiguió que un grupo de adolescentes aburridos y apáticos se transformara en una activa comunidad filofascista, gracias al sentido de pertenencia que disparaba en ellos la más rígida disciplina y la disolución de la identidad individual en favor del espíritu de cuerpo.
La acción tiene lugar ahora en una escuela secundaria alemana, con chicos de buen pasar económico, a quienes no parece faltarles absolutamente nada, salvo quizás alguna motivación más profunda que la pulsión por gastar su tiempo y dinero en un shopping o ensordecerse en una disco. (Nada muy distinto de lo que sucede en las clases medias de medio mundo, lo que en términos de marketing acerca en principio la identificación de un público internacional con la película, fríamente calculada para que despierte el interés de padres e hijos, docentes y alumnos, todos actores potenciales del pretendido debate.)
Uno de los profesores de esta escuela es Rainer Wenger (Jürgen Vogel, un rostro muy conocido en el cine alemán de la última década), joven, informal, con un pasado berlinés como squatter y amante del punk rock, como lo prueban sus obvias remeras de The Clash y los Ramones. Parece la persona indicada para dar un seminario sobre Anarquía, pero otro profesor –pintado como su antítesis: un gris veterano de saco, corbata y anteojos– se le adelanta, con lo cual a Rainer no le queda más remedio que aceptar lo que le queda: el proyecto de Autocracia. La simpatía que se ha ganado el profesor entre sus alumnos logra sin embargo cosechar una buena cantidad de inscriptos, que aumentarán a medida que comiencen a circular como un reguero de pólvora sus métodos no convencionales para tratar el tema.
El problema de La ola como cine es que somete a su espectador a la misma manipulación con que Rainer va llevando de las narices a sus alumnos. La idea del profesor y de la película es la misma: que tanto los estudiantes como el público se dejen llevar por “la ola” para descubrir, hacia el final, algo que por otra parte todo espectador, se supone, ya sabe antes de entrar al cine: que el fascismo es malo y peligroso. La diferencia, en todo caso, estriba en que los alumnos de Rainer no parecen darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde y se precipita la tragedia.
Si en Funny Games, el austríaco Michael Haneke confrontaba a su público con la violencia más descarnada para provocarle una reacción revulsiva, inversa a la complicidad con que suele aceptarla pasivamente en el cine y los medios masivos; o si en Elephant, Gus Van Sant, a partir de la matanza escolar de Columbine, se permitía inquietar a partir de un film que ofrecía infinidad de preguntas y ninguna respuesta, La ola es todo lo contrario: una película que, como tantas, utiliza la violencia –aunque más no sea potencial– como anzuelo y que parece tener todas las respuestas antes de haber formulado las preguntas.
En la rígida estructura de La ola, cada uno de los personajes no vibra por sí mismo, por sus propias contradicciones y complejidades, sino a partir de la función estricta y unívoca que le asigna en su mecanismo el guión y que cumple dócilmente en la utilitaria puesta en escena: el profesor, su mujer también docente, los directivos, los padres, cada uno de los alumnos (los chicos ricos que tienen tristeza, el turco y el ossie que se sienten disminuidos, el débil de carácter que se convierte en el primer nazi), absolutamente todos representan un engranaje, un estereotipo, una “idea” previamente asignada por el libreto para armar el Meccano que termina siendo la película.
A diferencia de Entre los muros, de Laurent Cantet, que también se ocupa de educantes y educandos, y donde el cine nunca cede ante el tratado sociológico, porque todas las puertas y ventanas del aula y del film –a pesar de transcurrir entre cuatro paredes– están abiertas y se percibe la agitación y la incertidumbre de la vida cotidiana, La ola en cambio es una película cerrada como un paquete, en el cual no habita ninguna sorpresa, ninguna verdadera inquietud, nada que enfrente al espectador con algo que ya no sepa o piense de antemano. En cine, no hay peor conformismo que ese.
5-LA OLA
Die Welle, Alemania, 2008.
Dirección: Dennis Gansel.
Guión: Dennis Gansel y Peter Thorwarth, basado en la novela homónima de William Ron Jones.
Fotografía: Thorsten Breuer.
Música y sonido: Heiko Maile.
Intérpretes: Jürgen Vogel, Frederick Lau, Max Riemelt, Jennifer Ulrich y Christiane Paul.
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