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Viernes, 21 de agosto de 2009

CINE › LA “NOCHE CANARO” EN EL TEATRO AVENIDA

Tributo a la Guardia Vieja

Una orquesta dirigida por el pianista Nicolás Guerschberg recreó las dos formaciones más recordadas de Francisco Canaro, uno de los artistas emblemáticos de la historia del tango. Se lucieron las voces de Ariel Ardit y Soledad Villamil.

 Por Carlos Bevilacqua

En 2008 les tocó a Troilo, a Piana y al Piazzolla de la Orquesta de Cuerdas. El sábado pasado el favorecido fue Pugliese. Anteanoche fue Francisco Canaro el músico histórico homenajeado con los conciertos de recreación de estilos que viene produciendo el Festival de Tango de Buenos Aires desde que lo dirige Gustavo Mozzi. Los espectadores que llenaron el Teatro Avenida disfrutaron de logrados remedos de la Orquesta Típica de Canaro y del Quinteto Pirincho, ambos dirigidos por el pianista Nicolás Guerschberg en base a los arreglos originales de esas formaciones.

Como conviene a este tipo de rescates, para que el resultado fuese bien emotivo las obras interpretadas fueron algunas de las más famosas del repertorio de Pirincho, apodado con el nombre de esa variedad de pájaro por el pelo encrestado que mostraba al nacer. La noche no hubiese sido tan feliz sin los inspirados aportes de dos cantantes de conocido talento: Ariel Ardit y Soledad Villamil. El desplegó su fraseo justo, afinado y prolijo por el romanticismo de “Nobleza de arrabal” y “Parece mentira”, primero, y por el tono más dramático de “Sentimiento gaucho” y “Destellos”, después. Ella, aunque con menos recorrido en el género, brilló en temas disímiles, porque así como supo interpretar la ansiedad de “Yo no sé qué me han hecho tus ojos” y la nostalgia de “Madreselva”, mostró la picardía necesaria para “Se dice de mí” y “De contramano”, siempre con una dicción estupenda y aprovechando sus dotes actorales para adornar la candidez de su registro.

Claro que si ellos se lucieron como goleadores fue porque detrás hubo un equipo de eficaces músicos que generaron esas chances. Desde el piano, Guerschberg lideró a una orquesta típica de diez músicos que en algunos tramos dejaba inactivos a la mitad de sus miembros para reproducir el sonido del quinteto Pirincho desde dos violines, un bandoneón, piano y contrabajo. En ambos formatos los músicos tuvieron la oportunidad de ser protagonistas excluyentes con los compases enérgicos, bailables, magnéticos de “El Internado”, “Corazón de oro” y “Milongón”, entre otros. Con el agregado circunstancial de una ligera percusión, los violines de Sebastián Prusak, Damián Bolotín, Pablo Agri y César Rago; los bandoneones de Daniel Ruggiero, Alejandro Guerschberg, Santiago Polimeni y Marco Fernández; el contrabajo de Juan Pablo Navarro y el piano del director lograron reproducir un estilo muchas veces menospreciado por su simpleza, como si esto fuese de por sí un defecto. Si bien Canaro no logró una identidad tan definida como otros grandes directores de orquesta, ostenta un acabado equilibrio entre lo lírico y lo rítmico, es considerado pionero en el uso de ciertos recursos musicales y logró mantener su orquesta durante casi medio siglo, en el que cosechó una popularidad impactante.

La función de anteanoche culminó con la participación de una diva: la ya octogenaria Virginia Luque, quien tras un extraño cierre del telón apareció en una versión recargada (por maquillaje, vestuario e histrionismo) para entregar su propia interpretación de “Destellos”. Portando una copa de champagne alusiva a la letra, lo suyo fue tan recitado como cantado, pero cuando se animó a entonar mostró una voz todavía entera, para delirio de una audiencia en su mayoría entrada en años. Un rato antes había subido al escenario Rafaela Canaro, hija del homenajeado, con un rosario de agradecimientos y la evocación de una frase del padre: “Soy lo que soy gracias al público”. Aunque suene obvia, la sentencia resume el concepto del arte como algo accesible que Canaro desarrolló como violinista, compositor, director y productor artístico a lo largo de cinco décadas. Desde que empezó a destacarse en la segunda década del siglo XX hasta fines de los ’50, Pirincho dejó alrededor de 4000 grabaciones, compuso unas 300 obras, tocó en innumerables bailes y locales nocturnos, fue uno de los primeros en llevar el tango a Francia (de ahí el famoso tango “Canaro en París”), llegó a administrar varias orquestas simultáneamente (una de ellas a cargo de su hermano Juan) y bregó por los derechos de autor cuando todavía no existía Sadaic.

Canaro había nacido en Uruguay en 1888, pero su familia emigró pronto a Buenos Aires en busca de un mejor pasar. La situación no cambió mucho de este lado del río: Francisco debió trabajar desde adolescente en distintos ámbitos, uno de los cuales fue una fábrica de latas de aceite. Según cuenta él mismo en sus memorias, con una de esas latas más un listón de madera y unas cuerdas se fabricó el violín que todavía no se podía comprar. Aunque rudimentario, el instrumento le sirvió para empezar a estudiar de manera intuitiva, “sin más maestro que mi gran voluntad”, como corresponde a un representante de la llamada Guardia Vieja, tal vez el más conspicuo.

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El sonido de Canaro, rescatado en el siglo XXI.
Imagen: Jorge Larrosa
 
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