CINE › BOOGIE EL ACEITOSO, DIRIGIDA POR GUSTAVO COVA
La película es tanto o más sangrienta que la tira, una lealtad para con el original que termina dándole cierto carácter idiosincrásico a la versión de Cova. Pero la inclusión de un enemigo de Boogie corre al personaje de Fontanarrosa al lugar impensado del héroe.
› Por Diego Brodersen
BOOGIE EL ACEITOSO
(Argentina, 2009)
Dirección: Gustavo Cova.
Guión: Marcelo Páez-Cubells.
Montaje: Andrés Fernández.
Dirección de arte: Iván Olszevicki.
Sonido: Jorge Stavropulos.
Música: Diego Monk.
Voces: Pablo Echarri, Nancy Dupláa, Nicolás Frías, Rufino Gallo.
Estreno en copias 2D en 35mm y en 3D en salas digitales.
No era tarea fácil llevar al cine a uno de los personajes más famosos del recientemente fallecido Roberto Fontanarrosa. Boogie el aceitoso, tal vez el asesino a sueldo más violento y misógino en la historia de la historieta, nació en las páginas de la famosa revista Hortensia durante los pesados años ’70, aunque su vida de trompadas y plomo tenía más que ver con la fascinación por el policial norteamericano –particularmente el noir y sus varias resurrecciones– que con la vida política de nuestro país. Usualmente en dos páginas y con el inextinguible pucho colgando del labio inferior, cada nueva aventura del blondo mercenario involucraba algún encargo profesional o una situación cotidiana que desembocaba en sangría. O al menos con alguna mandíbula quebrada. Breve, rebosante de humor negro, con diálogos irónicos rematados por algún “Shit!” o un “maldito bastardo” (expresiones deudoras de la exposición al cine del Norte, en versión original o doblada al español neutro), la tira ponía siempre al espectador ante una situación incómoda: disfrutar de la violencia y el machismo exacerbados sin olvidar la esencia del personaje, una versión caricaturesca de ciertos arquetipos masculinos al uso.
El primer problema que enfrentaban el director Gustavo Cova (¿alguien recuerda Alguien te está mirando?) y demás creadores del proyecto se relaciona precisamente con el personaje y su mundo. Una tentación muy grande a la hora de transplantar personajes de la historieta para adultos al mundo de la animación es la infantilización de ese universo, contemplando la posibilidad de acceder a una mayor cantidad de público. Afortunadamente Boogie el aceitoso, la película, se juega por mantener bien en alto los niveles de violencia en pantalla, aprovechando las posibilidades del dibujo animado para jugar formalmente con los efectos sanguinolentos. El largometraje es tanto o más sangriento que la tira, detalle que se agradece por su lealtad para con el original y porque además su presencia como recurso estilístico es uno de los elementos que termina dándole cierto carácter idiosincrásico al film.
Algo similar puede afirmarse del protagonista. Lejos de encarnar una versión edulcorada, este Boogie de la pantalla grande es tan machista e inescrupuloso como su par dibujado en negro sobre blanco: “Todo lo humano me es ajeno”, afirma en una línea de diálogo tiempo después de matar por placer a una dulce abuelita, con la expresiva voz de Pablo Echarri, encargado de dar presencia vocal al personaje. La animación, básica pero funcional, es otro de los logros del trabajo en conjunto del equipo artístico, excepto cuando el abuso del 3D rompe con las reglas de estilo del resto del film.
Superada esa primera prueba, surgía el problema de la temporalidad. ¿Cómo sostener narrativamente ochenta minutos de metraje tomando como base esos relatos breves, concisos y secos como ráfaga de ametralladora? La solución es de manual de guión: crear una estructura clásica con su comienzo, nudo y desenlace y disponer sobre ella las características esenciales de la historieta. Esa configuración vertebral, que incorpora como personajes relevantes a un mafioso italiano, a su ex amante despechada y a otro killer dispuesto a acabar con la vida de Boogie, ofrece la posibilidad de jugar con infinitas variaciones de una misma idea de manera inteligente, punto de partida de algunos de los mejores gags de la película, tan brutales como divertidos (entre ellos un sueño retro que conforma un buen cortometraje en sí mismo).
Pero es también la responsable de las mesetas de Boogie el aceitoso, aquellos momentos que intentan parodiar o reutilizar diversos géneros sin justificativo aparente –del spaghetti western a las películas de persecuciones automovilísticas, pasando por el cine de acción moderno– y aquellos otros que se acoplan a cierta idea de clasicismo narrativo y terminan descansando en exceso sobre lugares comunes cinematográficos. Esa estructura es finalmente el origen de una gran paradoja. Al crearle al protagonista una suerte de Némesis en la figura de Blackburn –otro despiadado asesino–, este último se transforma en algo así como el villano de la película, corriendo al propio Boogie hacia el lugar del héroe. Situación que, por cierto, ni él ni su creador Fontanarrosa hubieran imaginado en sus más salvajes fantasías.
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