Lunes, 2 de noviembre de 2009 | Hoy
CINE › FERNANDO DíAZ HABLA DE SU SEGUNDO LARGOMETRAJE, LA EXTRANJERA
El cineasta llevaba más de una década en Francia, donde hacía documentales para un canal de arte. Por eso, su propia historia tiene resonancia en la película, que narra cómo una chica que limpia boliches en Barcelona vuelve a su pueblo en San Luis.
Por Oscar Ranzani
Dirigió su ópera prima, Plaza de almas, hace doce años y luego se fue a vivir a Francia para realizar documentales en un canal de arte. Por eso, a pesar de que la historia no es autobiográfica, no resulta casual que su segundo largometraje se titule La extranjera. A Fernando Díaz, que conoce a la perfección el término por su pasado en el exterior, el presente lo encuentra volviendo a vivir en la Argentina. “Estaba en Francia, quería irme de la ciudad, estaba harto, y nació esta historia bastante simple”, comenta sobre su opus dos, que se estrena este jueves.
La extranjera tiene como protagonista a María (María Laura Cali), una mujer de origen humilde que vive en Barcelona y que se gana la vida limpiando boliches. Al enterarse de la muerte de su abuelo, el único integrante de su familia que le quedaba, decide viajar a un pueblo inhóspito cercano a San Luis –que en la ficción se conoce como Indio Muerto– para ver qué hacer con la humilde chacra que heredó. María regresa a su lugar de origen pero como una extranjera. Y los habitantes la miran con cierto recelo, con la excepción de un hacendado que también se ha instalado en el pueblo y que la recibe muy cálidamente. Si bien en principio pensaba quedarse sólo hasta concluir unos trámites, ese viaje se convertirá en un profundo recorrido interior de autoconocimiento. El otro protagonista de La extranjera es Arnaldo André, que interpreta a un hombre adinerado, casi un benefactor del pueblo, que se interesa mucho por María.
–¿Qué impulsa a María a dejar Europa y a quedarse en un pueblo inhóspito?
–En un principio, ella llega pero con la idea de volverse. No sabe lo que hay en el pueblo. Una vez que ve que no hay gran cosa, justo tiene un desperfecto mecánico y se queda una noche. Al día siguiente descubre el horizonte, el sol, la naturaleza, y decide hacer algo que siempre quiso, aunque sea por unos días: tener un caballo. Poco a poco se arraiga cada vez más en ese terreno. Y comienza a hacer cosas que no tenía previstas.
–¿Por qué tiene problemas para relacionarse?
–Es producto de su carácter y creo que siempre lo tuvo. Es una chica que tiene un gran resentimiento o, más que eso, dolor. Desde que llega, siempre se siente observada. Y siempre se siente menos, porque su madre era sirvienta, y ella siempre estuvo de casa en casa y sirviendo a los demás. Nunca participó de nada. Por eso la vemos en Barcelona trabajando en un guardarropas y no en la fiesta. Y luego la vemos en encuentros populares, donde ella siempre está del otro lado. No se anima nunca a entrar, como si no tuviera derecho a participar de todo eso.
–¿Como trabajó con María Laura Cali la introspección y el conflicto interno del personaje?
–Trabajamos básicamente el tema de la extranjería, de la timidez, a partir del resentimiento y del problema que tiene ella al sentirse menos. Suena agresivo, pero es un profundo complejo de inferioridad que tiene el personaje. Cada vez que se expresa suena mal pero, en realidad, ella se muere de miedo de conectarse con la gente, de sentirse observada. A partir de ese punto es que trabajamos la introspección del personaje.
–¿El film busca estimular el análisis de cómo se produce el sentido de pertenencia a un lugar y a una cultura?
–Es mucho más personal que el hecho de insertarse en una cultura o que esté motivada por descubrir sus raíces. Ella llega de casualidad al pueblo donde nació y ahí puede iniciar su nueva vida. Podría haberla iniciado en otro lado donde le hubiera ocurrido algo, donde ella hubiera decidido abrirse y empezar una vida comunitaria con sus vecinos. Llega justo a Indio Muerto, que es donde nació. Pero la película no busca un tema de raíces específicamente, sino que trata el hecho de dejar de ser extranjero a partir de que uno lo decide. Ella se abre a los demás y así encuentra su lugar de pertenencia. El mensaje es que uno puede encontrar su lugar, su territorio, su país, por más que esté lejos de sus raíces. Uno tiene que abrirse, integrarse a donde llega y también recibir lo que le dan los demás. A partir de ahí, aunque sea en un pueblito perdido en la China, uno puede encontrar su lugar en el mundo.
–Al principio de la historia, María parece estar peleada con su pasado y no vislumbra un futuro. ¿Sólo le importa el presente?
–Hay un momento en la película en que ella se permite soñar. Piensa en hacer una cooperativa, en salvar su tierra. Se entusiasma. Y a partir de que se permite soñar, también busca imaginar un futuro posible que es en ese pueblo. Y es con toda la gente que ella ve y cree que es del mismo origen social que ella.
–¿Por qué decidió convocar a Arnaldo André?
–Estaba buscando un actor de cine y cuando planteé el casting no era Arnaldo. Sin embargo, vi una nota que le hicieron en la que recordaba que hacía como treinta y cinco años que no participaba en cine y que le encantaría. Y pensé que valía la pena acercarle el guión porque es alguien con una gran trayectoria y con una personalidad enorme. Al conocerlo, me pareció un tipo extraordinario, un compañero increíble. Y ademáss es muy dúctil, además es un cinéfilo. Arnaldo logró hacer un personaje que no tiene nada que ver con lo que hacía en televisión. Trabajamos un adolescente viejo, un ingenuo burgués. El descubre cómo es la vida a partir de un momento en el que se da cuenta de que estaba viviendo en una nebulosa completa.
–¿Por qué imaginó esta historia con una mujer y no con un hombre?
–No lo sé. Me la imaginé así y se dio muy naturalmente que fuera una mujer, en parte porque María Laura Cali fue protagonista de un corto mío. Después, en Plaza de almas, ella hacía un personaje secundario. Y la conozco hace más o menos veinte años, cuando participamos del taller de teatro de Agustín Alezzo. Inmediatamente, empecé a escribir pensando en ella. Me seducía mucho que fuera una mujer porque la veía más frágil. Es fabuloso que una mujer pueda relacionarse con la tierra como lo hace ella. Un hombre me sorprendería menos.
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