CINE › CHINA ZORRILLA, BOY OLMI Y LOS PERSONAJES DE SANGRE DEL PACíFICO
La actriz y el director dan detalles del film que se estrena este jueves, que cuenta con un personaje clave con la inmigrante Charito: “Aunque sea un trabajo digno, no es justo que una mujer tenga que dejar a su hijo para venir a cuidar otro que no le pertenece”.
› Por Oscar Ranzani
Si bien el actor y conductor Boy Olmi realizó numerosos videos independientes y documentales, puede asegurarse que su carrera como director de cine comienza con Sangre del Pacífico, largometraje de ficción que se estrena este jueves. La historia tiene como protagonista a Jorge (Delfi Galbiati), un actor de cine enfermo que quiere filmar una película sobre las guerras por la independencia latinoamericana, antes de morir. Para ello se contacta con un granadero, ya que necesita que lo entrene en el arte de la esgrima para poder interpretar un personaje en su película. Jorge tiene una hija, Sara (Ana Celentano), que realiza investigaciones antropológicas sobre mujeres pobres del exterior que tuvieron que venir a trabajar a la Argentina. En una muestra, Jorge se encuentra con Carmen (China Zorrilla), una vieja amiga quien lo invita a un almuerzo: allí conoce a Charito (Emilia Paino), la mucama. Charito es una joven peruana que vino desde la selva y ha dejado a su pequeño hijo al cuidado de su hermana para poder trabajar y ganar unos pesos para mantener a su familia. Cuando Jorge conoce a Charito siente una extraña pasión que no sabe bien de dónde proviene. Pero, sin proponérselo, Charito lo enfrentará con su pasado y le hará descubrir la pesada carga que Jorge arrastra. “Me encontré dirigiendo artistas como China, por ejemplo, con una comodidad, con una alegría que se me hizo muy sencillo. El rodaje de esta película fue para mí una fiesta, en la cual yo era el anfitrión y donde la gente venía a jugar el juego que yo les proponía. Además de tratar de hacer bien las cosas, intentamos pasarla bien, ser felices en ese momento”, relata Boy Olmi en la entrevista con Página/12 en la que también participa la legendaria China Zorrilla, quien compone a una mujer paqueta de clase acomodada, motivo del encuentro entre Jorge y Charito.
–China, teniendo en cuenta que Boy es también actor, ¿sintió que tenía una modalidad de trabajo diferente a otros directores?
China Zorrilla: –Me sentí muy cómoda. Aunque a mí me da un poco de terror el cine. Entró tardíamente en mi vida, después de haber hecho cincuenta años de teatro. Pero me parece que es una aventura. Además, uno tiene que acostumbrarse a la espera, a la no posibilidad de arreglo, a lo totalmente terminante del “ya está, ya lo hiciste”. Bien, mal o regular, si no te gusta lo que hiciste, no podés mejorar. Hay que tomarlo como está. Es una aventura más riesgosa que el teatro. Al mismo tiempo, me encontré con gente como Boy, a quien conozco desde que nació. Si hubiera sido Visconti el que me propusiera algo, hubiera entrado en pánico. Pero todo lo que me decía Boy funcionaba como un vaso comunicante. Me decía algo y me parecía siempre una buena idea.
–¿Por qué siente terror por el cine?
–Ch. Z.: –Porque entró en mi vida muy tardíamente. La primera película que hice fue Un guapo del 900 con Lautaro Murúa. Y es tan distinto el cine al teatro... Cuando uno tiende a ser exuberante, por ejemplo, tiene que estar conteniéndose todo el tiempo y después uno se da cuenta de que en el fondo eso no importa. Lo que importa son esos dos minutos de las palabras que decís que se van a magnificar por la pantalla y que se van a oír con una claridad como nunca te oyeron nada de lo que dijiste en teatro en toda tu vida. Y te das cuenta de que no hay nada más distinto que esas dos cosas.
–Boy, teniendo en cuenta que Jorge es actor y quiere dirigir una película, ¿la historia tiene elementos autobiográficos?
Boy Olmi: –No tiene elementos autobiográficos en lo anecdótico, pero sí tiene resonancias en mi inconsciente por todos lados. Todos los personajes tienen algo de mí. Todos tienen parte mías porque cuando uno escribe, busca la resonancia de esas palabras, de esos pensamientos o de esas emociones. Y después las disfraza de mujer, de hombre, de soldado, de viejo, de joven. Pero los que nos dedicamos a la escritura, escribimos todos los personajes desde nosotros: en un momento poniéndolos en un lugar y haciéndolos resonar.
–¿Cómo definiría las sensaciones que despierta Charito en Jorge?
B. O.: –Charito despierta una pasión que él mismo, en su no registro completo de la realidad, no puede explicarse de dónde viene. Justamente, el misterio de la película es descifrar esa pasión que él siente por esa mujer. Ese es el nudo de la trama y da justo en el clavo. El personaje empieza a cometer torpezas o queda medio expuesto porque siente una atracción por una mujer que lo trastorna. El secreto y el nudo de la película consiste en ver dónde está el origen del amor loco de ese hombre. Busqué que Jorge tuviera algo del Quijote: es un hombre que está con un pie en la tierra y otro en el más allá, o en otra dimensión. Hay un punto de él que transita el mundo de los sueños, de las fantasías, de las utopías. Y muy contradictoriamente con ese pie que tiene en la tierra, y que lo enfrenta con las contradicciones que como hombre ha padecido en su vida.
–¿El film tiene un contenido ético, en el sentido de que un personaje se pregunta lo que hizo bien y mal en vida?
B. O.: –Ultimamente he comenzado a pensar que es una película moral, en el sentido de que lo que Jorge propone al iniciar la trama es un discurso sumamente épico, que tiene que ver justamente con retratar las guerras por la independencia latinoamericana, algo muy grande. Y finalmente con lo que se enfrenta, que es su propia vida personal, y ha padecido esas contradicciones que lo hacen humano y falible. Cometió errores que lo han llevado a no ser tan feliz y a tener que arrepentirse de cosas “mal hechas”. Y esas “cosas mal hechas” son las que tienen que ver con la moral.
–Si uno mira la vida de Charito, que tuvo que dejar a su hijo en el Perú para venir a trabajar a la Argentina como mucama, parece haber en eso una denuncia a la injusticia y una mirada sobre las formas de esclavitud de la actualidad. ¿Usted lo ve así?
B. O.: –Absolutamente. A mí, desde niño, me impresionó que hubiera mujeres en el mundo contemporáneo que tuvieran que dejar a sus familias y a sus hijos en provincias lejanas o en países limítrofes para venir a esta gran ciudad a cuidar niños ajenos, a meterse en casas ajenas, a convivir con familias que no les eran propias simplemente por una cuestión social y económica. Siempre me pareció que eso formaba parte de nuestro mundo contemporáneo y que lo estamos tolerando y aceptando, pero ya es hora de que cambie. Es decir, no es justo que una mujer tenga que dejar a su hijo para venir a cuidar a otro que no le pertenece, más allá de que puede ser muy digno que una mujer trabaje para cocinar para alguien, para lavar la ropa, o limpiar una casa. Pero ese hecho de quedar atrapada dentro de una casa para salir unas horas los domingos me parece una injusticia.
–China, ¿cómo define a Carmen, su personaje?
Ch. Z.: –No tiene ninguna cuestión que llame la atención, y creo que eso es lo más difícil de hacer en esta profesión. Uno siempre tiene dónde agarrarse. Pero es serena. Me divertí mucho haciéndolo. En inglés y en francés, para definir el verbo actuar se utiliza jugar. Y a esta altura del partido, con todo lo que tengo de años vividos y de teatro, yo lo mantengo. Cuando viene una cosa totalmente nueva, inesperada, se me presenta un juego. Tengo que ver si me divierte. Y si no me divierte, lo hago mal. Este me divirtió desde el principio porque me pareció que estaba bien escrito. Todo empieza siempre en la primera línea.
–Y al encontrarse con algo inesperado como decía antes, ¿cómo fue el trabajo de composición del personaje?
Ch. Z.: –Yo no soy muy analítica y eso me ha costado peleas con mucha gente. Creo que si estás haciendo de una princesa rusa en el exilio y te ofrecen una obra de Florencio Sánchez, no pensás “qué distinto es”: te sacás un vestido y te ponés otro. No preguntás si está planchado y si es lindo. “Necesito este vestido”, decís, y te lo ponés. Y, aunque parezca mentira, no se analiza, lo tenés puesto. A mí me pasa eso. Tengo cincuenta años de hacer teatro y me ha pasado de hacer al mismo tiempo dos obras muy distintas. Le gente me pregunta: “China, ¿cómo podés?”. No lo llevo al terreno de cómo sería ese personaje.
–El hecho de que Carmen pertenezca a la clase alta, ¿le produce una ceguera sobre un mundo tan distinto al de ella como es el de las mucamas?
Ch. Z.: –Eso me produce lo mismo que un dolor de muelas, porque es una realidad que está tan presente en el mundo actual como estaba hace doscientos años. Son esos horrores a los cuales uno se acostumbra y no debería.
–¿Los personajes terminan descubriendo otra manera de ver el mundo y las relaciones humanas?
B. O.: –Sí, creo que en toda obra tiene que haber una modificación: de los que transitan la obra desde adentro y de los espectadores. Una obra tiene sentido si modifica algo de tu vida. Si vos te parás frente a un cuadro y, por algún motivo que te detuviste, eso dispara alguna asociación, pensamiento, aunque sea algún placer, la función de esa obra está cumplida porque es parte del movimiento cósmico que hace que estemos en permanente cambio. Entonces, creo que así como los personajes tienen que cambiar a lo largo de la historia, el espectador también debería cambiar algo de su propia historia, de su propia reflexión. Si eso ocurre, yo sería muy feliz.
–Sin proponérselo, ¿Charito le ayuda a Jorge a luchar contra sus fantasmas?
B. O.: –Lo enfrenta con sus fantasmas y lo ayuda a resolver esa carga que tiene, que no le permite morir en paz. Esta es la historia de un hombre que dice que quiere filmar una película pero que, en realidad, lo que tiene que hacer es contar un secreto. Ese secreto que a él le pesa en su conciencia porque siente que ha obrado mal en su vida, es la modificación que Charito contribuye a que él haga.
–En un momento, Jorge dice: “Cuando uno ve la posibilidad de la muerte, la vida se ve de otra forma”. ¿Ustedes qué creen?
Ch. Z.: –Es un tema que me toca mucho. Yo pienso en la muerte desde que tuve uso de razón. Lo primero que pensé y le pregunté a Aquél fue siempre: “¿Por qué me complicás la vida?”. Y he pasado ochenta y pico de años preguntándome lo mismo. Y creo que el que no piensa eso, no sé si envidiarlo o decirle que es bobo. No es que yo piense más ahora que estoy vieja. Siempre reflexioné sobre esa cosa inexorable de la que no se salva nadie. Además pasan los años y te acercás. No le tengo miedo, pero es una cosa obsesiva. Y no se imagina a la cantidad de gente que le cuento y me dice: “Ay, qué suerte que a vos también te pasa eso”. O sea, hay mucha más gente de la que una cree que lo lleva adentro como una vergüenza que hay que esconder, como un grano mal ubicado.
–Charito le pregunta a Jorge si es difícil ser artista. ¿Alguna vez le resultó difícil ser artista a usted?
Ch. Z.: –No. Papá era escultor, mi abuelo era poeta y mi tío era un violinista famoso. Yo vivía en ese mundo de gente que hacía cosas como algo natural. En vez de ir a la oficina a escribir a máquina, papá llegaba al taller de Punta Carretas, se ponía un overol y empezaba a modelar la pata de un caballo de cinco metros de altura. Todo eso no era normal. Yo crecí con eso. Para escandalizar a toda la familia, mi abuelo comentaba que yo quería ser actriz y me decía: “Vos me vas a dar el gusto”. “Papá, no diga eso”, decían mis tías. O sea, que yo me daba cuenta de que no era muy normal todo eso. A mí me intrigaba saber por qué no querían que fuera actriz.
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