CINE › FESTIVAL INTERNACIONAL DEL NUEVO CINE LATINOAMERICANO
En la inauguración de la muestra, con el film argentino El secreto de sus ojos, se puso de manifiesto la pasión que le pone el público cubano a este encuentro cinematográfico. La exhibición se realizó en el Teatro Karl Marx, con capacidad para tres mil espectadores.
› Por Oscar Ranzani
Desde La Habana
Por estos días la ciudad de La Habana se convirtió en la capital del cine del continente. Es que el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano se ha hecho carne en la población cubana, después de más de tres décadas de noble labor de los organizadores, cuya principal misión es difundir audiovisuales que de otra manera no podrían conocerse. Y el público lo vive con mucha pasión: ante cada escena importante, los espectadores gritan, aplauden, disfrutan, se ríen. Y si hay que irse de la función, se van. Esa es una de las principales características de los cubanos cuando se sientan en las butacas de los enormes cines (segunda diferencia con Argentina) que, incluso, se llenan en horarios matinales. Y esa pasión quedó demostrada en la inauguración del festival con la proyección de El secreto de sus ojos en el imponente Teatro Karl Marx, con capacidad para albergar tres mil espectadores. Un público entusiasta –en su mayoría joven– tardó una hora en llenar el recinto. Pero había una sorpresa: el prestigioso pianista Chucho Valdés y la legendaria cantante Omara Portuondo, dueña de una voz tan particular que la convierte en inconfundible, subieron al escenario para levantar la temperatura del ambiente, más allá del calor caribeño. Y vaya si lo lograron: primero, Chucho interpretó “Bésame mucho” y luego subió Portuondo para cantar “Veinte años” y “Dos Gardenias”, acompañada por el pianista. Lo que sucedió al terminar fue el anticipo de la consagración de una genuina fiesta popular: no hubo una sola persona de las tres mil almas que no se haya puesto de pie para despedir a estos artistas que abrieron las puertas del festival de cine. Luego de ese momento de vibración colectiva, el presidente del festival, Alfredo Guevara, dio por inaugurado el evento al pronunciar un discurso de fuerte contenido político: apeló al compromiso de los jóvenes cineastas (que vaya si tienen maestros en donde reflejarse).
Lamentablemente, no pudo venir ningún integrante del largometraje de Juan José Campanella para presenciar la proyección. Esto se debió a diversos compromisos laborales que tanto el cineasta como los actores tienen en estos momentos. Hubiera resultado gratificante tanto para el elenco como para el realizador observar cómo el público cubano respondió satisfactoriamente ante la exhibición del film que compite en la Sección Oficial de Largometrajes de Ficción y que volverá a probar suerte tras el traspié en el Festival de San Sebastián, donde también había cosechado elogios de la gente y de la crítica, pero no obtuvo ningún premio.
Por otro lado, ayer se proyectó Dawson, Isla 10, de Miguel Littin, uno de los nombres esenciales del cine chileno. El film, basado en el libro de Sergio Bitar, refleja a través de la ficción la historia del destino que tuvieron los ministros del Interior, Defensa, Economía, Salud y otros funcionarios del gobierno del presidente Salvador Allende, luego de que el general Augusto Pinochet encabezara el golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. Todos ellos fueron derivados a un campo de concentración en la isla de Dawson en la Patagonia chilena. La película comienza con la llegada de una delegación de la Cruz Roja Internacional debido a las inhumanas condiciones de detención. “A partir de este momento, no tienen nombre, no existen, no tienen pasado ni futuro”, les dice el comandante a cargo del operativo de detención para dejar en claro –por si hacía falta– que los militares chilenos no se diferenciaban demasiado de los argentinos. El film avanza con las situaciones dentro del campo de concentración y una voz en off de un prisionero va narrando la mirada que tenían de aquella nefasta experiencia: “Queríamos cambiar la historia, pero el destino nos dio esta situación de incertidumbre”, dice. “¿Cuál fue nuestro error? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué fue lo que provocó tanto odio?”, se pregunta sin obtener una respuesta. Es que los ministros fueron humillados, sometidos a interrogatorios donde se los acusaba de delitos que no habían cometido y eran obligados a realizar trabajos forzosos en condiciones inhumanas que violaban tratados internacionales. Si bien son películas diferentes, Dawson, Isla 10, tiene una similitud con Iluminados por el fuego, de Tristán Buer, en la manera de mostrar el maltrato físico y psicológico producido por los militares.
Esta ficción, protagonizada por Benjamín Vicuña (quien asume el personaje del propio Sergio Bitar) y Cristián de la Fuente (que interpreta a un represor), se propone transmitir a través del horror el preciado valor de la libertad que tanta sangre le costó a Chile y la obligada convivencia entre opresores y oprimidos en un lugar perdido del mundo.
Otra película argentina que debutó ayer en la Competencia Oficial de Operas Primas es Mentiras piadosas, de Diego Sabanés, que pasó inadvertida en la cartelera porteña hace un par de meses. Sabanés eligió hacer una versión libre del cuento “La salud de los enfermos”, de Julio Cortázar, para darse a conocer al universo cinematográfico argentino. Este joven cineasta –que está en Cuba para presentar las distintas exhibiciones del film– se reconoce lector del autor de Rayuela, pero no especialista en su obra. La historia comienza con la presencia casi fantasmal de Pablo (Walter Quiroz), quien decide irse a vivir a París con la ilusión de un futuro mejor como músico. El tema es que, a medida que pasan los días y ante la falta de noticias, su madre (Marilú Marini) comienza a preocuparse y vive los días con notoria incertidumbre. Como su estado de salud es delicado, los hermanos de Pablo, Jorge (Claudio Tolcachir) y Nora (Paula Ransenberg) urden un plan: comienzan a escribir cartas ficticias de Pablo para crear una especie de realidad paralela en la mente de su madre, para que se tranquilice. El asunto cobra mayor dimensión porque, a medida que pasa el tiempo, cada vez es más numerosa la cantidad de personajes involucrados en esta confusión entre realidad y ficción.
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