CINE › “SECRETO EN LA MONTAÑA”, DE ANG LEE, LEON DE ORO EN VENECIA Y FAVORITA AL OSCAR
La principal candidata a los premios Oscar es un melodrama que subvierte la clásica imaginería machista del Far West.
› Por Luciano Monteagudo
¿Qué tienen en común la espectacular saga de artes marciales orientales El tigre y el dragón, la versión del comic estadounidense Hulk, la puntillosa adaptación de Sensatez y sentimiento sobre la novela previctoriana de Jane Austen o el western revisionista Cabalgando con el diablo? En apariencia, absolutamente nada. Y, sin embargo, todas fueron realizadas por el mismo camaleónico director, el taiwanés Ang Lee, que en septiembre pasado ganó el León de Oro de la Mostra de Venecia y ahora es el favorito de los premios Oscar de Hollywood con su nueva película, Secreto en la montaña, dramática historia de amor entre dos vaqueros del estado de Wyoming, ambientada en el mundo del rodeo y del arreo de ganado de los años ’60, donde la palabra gay ni siquiera era conocida.
Lee no es un recién llegado a los grandes premios. Ya en 1993 había ganado el Oso de Oro de la Berlinale por su segundo largo, Banquete de bodas, una comedia agridulce que también ponía en escena las dificultades de integración de una pareja gay, uno de cuyos miembros se veía forzado a casarse por la presión de sus padres. “Para hacer una gran historia romántica, se necesitan grandes obstáculos”, describió Ang Lee en Venecia. “Y los muchachos de Secreto en la montaña viven en el Oeste profundo de los Estados Unidos, que tiene valores tradicionales y machistas. No pueden expresar sus sentimientos, los tienen que ocultar. Y ese amor que no puede articularse es algo muy dramático.”
Basada en un elogiado relato de la escritora estadounidense Annie Proulx, publicado en 1997 en la revista The New Yorker, Secreto en la montaña se inicia cuando dos jóvenes vaqueros en busca de trabajo, Jack Twist (Jake Gyllenhaal) y Ennis Del Mar (Heath Ledger), consiguen el arreo de un rebaño de ovejas a través de Brokeback Mountain, un paraje remoto y espectacular en el corazón de Wyoming. No se conocen previamente y tienen que adaptarse rápidamente a unas condiciones duras: el frío es extremo, la comida pobre y la soledad se presenta como única compañera del viaje, pero los cowboys –taciturnos, de pocas palabras– parecen disfrutar de la libertad y la belleza del paisaje.
Una noche helada, después de agotar las reservas de whisky, dan rienda suelta a una tácita atracción que, con el correr de las semanas, había ido surgiendo entre ellos (una escena que Lee filma sin romanticismo ni sordidez, con un distanciamiento casi clínico). A la mañana siguiente, sin embargo, ya están arrepentidos de haber tenido sexo. “No soy un maricón”, se apresura a aclarar Ennis. “Yo tampoco”, le responde Jack. Pero una oveja que aparece muerta, quizá por la voracidad de un lobo, preña al relato de un signo ominoso: esa pasión que acaba de surgir entre los cowboys parece condenada al sacrificio del silencio y la negación.
A partir de ese comienzo, que dura unos cuarenta minutos y funciona extraña, simultáneamente, como prólogo pero también como clímax dramático del film, Secreto en la montaña irá registrando –con una mezcla de pathos y melancolía– los estragos que el tiempo va acumulado sobre Jack y Ennis y su relación, que nunca se atreve a decir su nombre. Ambos siguen caminos separados pero paralelos: se casan, los años pasan, tienen hijos, y atraviesan venturas y desventuras económicas y sentimentales. Pero el recuerdo de Brokeback Mountain no sólo no se desvanece, sino que se va acrecentado entre ellos, al punto de que después de mutuos intentos de olvido y negación no pueden evitar encontrarse, al menos una vez al año, en ese paisaje que marcó sus vidas para siempre.
Como si quisiera comprender el espíritu del Oeste, Ang Lee filma la imponencia y la eternidad imperturbables de la naturaleza en contraposición con los desgarramientos de sus agonistas. Y hace de ese inmenso horizonte la cárcel más estrecha que puedan encontrar los sentimientos de Jack y Ennis. Con esta decisión, el director evita por un lado caer en la mera denuncia –la homofobia está siempre apenas sugerida, lo que hace aún más siniestro ese punitivo orden social– y, por otro, se aferra a los recursos legítimos del melodrama.
Estamos muy lejos, por cierto, de los melodramas duros de Fassbinder de los ’70, e incluso de Lejos del paraíso (2002), donde Todd Haynes recurría con maestría al metalenguaje del mélo de Hollywood de los ’50 para hacer explícito su contenido gay. Pero aun aceptando estas diferencias, incluso admitiendo ciertos convencionalismos de puesta en escena y un trabajo a veces irregular de los actores, no puede sino reconocérsele a Ang Lee la sensibilidad y la emoción que hacen de Secreto en la montaña un film capaz de comunicarse legítimamente con un gran público y, al mismo tiempo, de subvertir la clásica imaginería machista Marlboro.
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