CINE › “ORGULLO Y PREJUICIO”, DIRIGIDA POR JOE WRIGHT
La nueva versión de Orgullo y prejuicio encuentra actuales temas que trató Jane Austen en el siglo XVIII.
› Por L. M.
Aunque siempre fue una escritora popular y constantemente reeditada, la inglesa Jane Austen (1775-1817) tuvo su momento de mayor gloria y repercusión hace una década, cuando entre los estudios Hollywood y los de Londres exhumaron casi toda su obra y se ocuparon de llevarla a la pantalla, grande y pequeña, a través de múltiples adaptaciones de sus novelas. Con suerte diversa, las versiones cinematográficas de Persuasión (Roger Michell, 1995), Sensatez y sentimientos (Ang Lee, 1995) y Emma (Douglas McGrath, 1996) no hicieron sino abrir el camino para un fenomenal éxito de la BBC, uno de los mayores de toda su historia: la miniserie en seis episodios basada en Orgullo y prejuicio, que el año pasado exhibió el British Arts Centre de Buenos Aires. Ahora, en plena fiebre del Oscar y con cuatro candidaturas a la estatuilla (mejor música, vestuario, dirección artística y, last but not least, actriz protagónica, para la ascendente Keira Knightley), llega una nueva rendición cinematográfica de Orgullo y prejuicio, que los veteranos recordarán por la vieja versión protagonizada por Greer Garson y Laurence Olivier.
¿Por qué Jane Austen vuelve una y otra vez a través del tiempo, como si nunca hubiera dejado de escribir? Quienes han estudiado su obra aseguran que sus novelas están repletas de observaciones incisivas y detalles meticulosos, y que en todas está presente un tema característico: el alcance de la madurez a través de la pérdida de ilusiones. Sus personajes son provincianos de clase media, cuya máxima preocupación es conseguir un buen pasar económico y, su mayor ambición, el matrimonio. Y la perennidad de Austen quizá sugiera la confirmación de que las cosas no han cambiado tanto como parece desde el siglo XVIII. Al fin y al cabo, el éxito de El diario de Bridget Jones no hace sino aportar una prueba más a la hipótesis.
A diferencia de la miniserie, que por su extensión se podía permitir seguir casi capítulo por capítulo la novela, la adaptación para el cine del director Joe Wight y la guionista Deborah Moggach (ambos provenientes también de la TV británica) se vio en la necesidad de sacrificar algo del fresco familiar para concentrarse en uno de los núcleos del relato, el personaje de Lizzie (Knightley), segunda de las cinco hijas del matrimonio Bennet, una chica inteligente y sensible, amable pero intransigente, que no está dispuesta a acatar dócilmente las instrucciones de su madre (Brenda Blethyn) para conseguir marido, según los usos y costumbres de su época. La llegada al condado de Hertfordshire –donde los Bennet viven pendientes de perder su generosa granja– de dos apuestos y aristocráticos terratenientes pone en estado de alerta y excitación a las cinco hermanas y muy particularmente a su casamentera madre, para resignación del padre (Donald Su- therland), que valora precisamente a Lizzie por su carácter y por su independencia.
Un primer encuentro desafortunado entre Lizzie y uno de estos caballeros, Mr. Darcy (Matthew Macfadyen), levantará entre ellos un enorme muro hecho de orgullo y prejuicio, que solamente caerá derribado después de innumerables pruebas y malentendidos que irán sobrellevando uno y otro, mientras a su alrededor se van multiplicando, como en un juego de espejos, situaciones similares con otras hijas de la familia Bennet. La presión de las convenciones, el rígido sistema de castas, el protagonismo del dinero como motor social no harán sino alimentar dramáticamente un romance conflictivo, que está destinado a consumarse, pero no sin antes haber atravesado esa ajustada red de tabúes culturales que rodean a la pareja.
Para diferenciarse de las versiones anteriores y darle al texto de Austen un dinamismo acorde a los tiempos que corren, el director Joe Wright usa y abusa de la cámara móvil Steadicam, en largos planos secuencia como el del comienzo (que no parece justificado dramáticamente, salvo para describir el ambiente), o el del segundo baile, en la mansión de Mr. Bingle, que por el contrario juguetea brillantemente con la improbable amalgama de aristócratas y plebeyos.
Si se aceptan las falacias de todo film de época, que sólo algunos grandes cineastas (Bresson, Rohmer, Kubrick) saben trascender, Orgullo y prejuicio se deja ver con agrado, como una telenovela de lujo. El elenco está previsiblemente bien, como suele suceder en las producciones británicas, donde parece que no puede faltar, como aquí, Dame Judi Dench, con su clásica escena de bravura. En cuanto a Keira Knightley, alguna prensa se ha apresurado a calificarla como la nueva Audrey Hepburn, pero parece más lógico afirmar que viene a ocupar el lugar que la cleptomanía de Winona Ryder ha dejado vacío.
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