CINE › “LA DEMOLICION”, DE MARCELO MANGONE
› Por L. M.
El origen de La demolición hay que buscarlo en una obra teatral que el dramaturgo Ricardo Cardoso presentó en 2002 en Andamio 90. Las fábricas quebradas por los dueños estaban en pleno proceso de toma y recuperación por los obreros y el núcleo del film habla precisamente de la dignidad y la esperanza. Un empleado que dedicó toda su vida a la empresa se niega a abandonarla cuando aparece una cuadrilla con la instrucción de tirarla abajo. Lo suyo no es parte de una resistencia colectiva, sino un gesto solitario de lúcida locura: no puede entender que allí donde había trabajo y vida vayan a quedar sólo escombros. Su nobleza y su obstinación, sin embargo, lograrán despertar a su alrededor la conciencia y la solidaridad del barrio.
Volcada al cine por Marcelo Mangone con la colaboración en el guión de Cardoso, la obra parece ganar en su despliegue de producción y en su dimensión exterior, pero no alcanza a profundizar ni a actualizar su tema, bastante más complejo que la declaración de buenas intenciones que propone el film. Jugada al modo de una comedia costumbrista, que cambia su tono hacia el grotesco a medida que la situación se descontrola, La demolición es, como cine, excesivamente tributaria del texto teatral, y como teatro le falta la densidad propia de un buen texto dramático. Mucho de esto sucedía ya con Plata dulce y El arreglo, las películas de Aries Producciones del comienzo de la democracia, pero eso fue ya hace más de veinte años y da toda la impresión de que La demolición busca ese modelo, sin advertir todo lo que el cine argentino ha cambiado.
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