Miércoles, 17 de marzo de 2010 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A ALEX VAN WARMERDAM, DIRECTOR DE LOS úLTIMOS DíAS DE EMMA BLANK
El cineasta holandés es además guionista, actor y compositor de la música del film, que se estrenará mañana en la Argentina.
Por Ezequiel Boetti
Las respuestas de Alex van Warmerdam son tan provocadoras como la primera película de su autoría que tendrá estreno comercial en la Argentina, Los últimos días de Emma Blank, en cartelera desde mañana. “Me encantan los dictadores”, dispara vía e-mail este holandés de 57 años, quien alguna vez catalogó a este film como una “historia horrorosa” motorizada por la “avaricia y carencia total de compasión” de los personajes que la habitan. La referencia inicial carece de arbitrariedad: la dama del título actúa como una auténtica tirana con ínfulas dictatoriales, y mantiene un trato con el equipo de empleados más cercano al sometimiento y a la esclavitud que al servicio doméstico. Los gritos y los insultos son parte de la tensa cotidianidad que impera en la mansión donde transcurre casi la totalidad del metraje. “Quería que la casa y el campo que la rodea fuera un personaje importante, una especie de mausoleo viviente”, explica el director de Grimm, una retorcida reversión en clave de comedia negra del clásico de la literatura infantil Hansel y Gretel.
La trama no avanza demasiado hasta que el espectador vislumbra la perversión que se esconde tras la endeble fachada laboral. El jefe de servicio, la cocinera, la joven ama de casa y el tosco encargado del mantenimiento no son sino la continuación genealógica de la protagonista, quien está en el ocaso de su vida aquejada por un cáncer fulminante. No hay una motivación humana ni espiritual; es la pugna por la jugosa herencia. Los últimos días de Emma Blank es, entonces, un gran juego de muñecas rusas donde cada habitante de este particular universo esconde su autenticidad bajo una coraza hermética de fantasía. Basada en una texto teatral escrito por el propio Van Warmerdam, la adaptación a la pantalla grande tiene varias modificaciones. “Siempre tuve en mente hacer algo más con esa obra de teatro”, explica el director, que también fue el guionista. “Cuando comencé a armar los bocetos de las escenas, me di cuenta que era una buena idea adaptarla. La reescritura del guión me llevó un año. Cambié el ochenta por ciento de los diálogos y modifiqué a los personajes originales. No tengo un método para construir un personaje. Al escribir buenas escenas se desarrollan por sí mismos”, asegura.
Sin educación musical más que la otorgada por cuanto disco cayera en sus manos, el realizador de El pequeño Tony también se ocupó de la música en Los últimos... “No escribo música de antemano. Cuando encuentro algún acorde interesante, lo grabo inmediatamente para no olvidarme. La partitura se construye mientras voy haciéndola”, afirma, antes de reconocer la influencia del spaghetti western italiano: “Además de la acción, transmite mucha paz y tranquilidad. Está latente la tensión de la espera, de la liberación. En Los últimos..., el personal también comparte esa espera: la muerte de Emma”, explica. Como si los tres roles detrás de cámara fueran insuficientes, Van Warmerdam también actúa. “Para mí está todo conectado, una cosa lleva a otra. Además, no sucede todo al mismo tiempo”, afirma. Esta película, preestrenada en la sexta edición de Pantalla Pinamar, es la tercera en la que el multifacético creador se desempeña en las cuatro áreas: director, guionista, compositor e intérprete. “Cada uno es consecutivo del anterior. Primero la escritura, luego la dirección, recién después llega el momento de abordar la actuación y mucho más tarde es el turno de la música. No me cuesta delegar, está claro que soy el responsable”, asegura. Para él, su correcto desenvolvimiento en cada etapa de la producción del film se debe fundamentalmente al “equipo muy capacitado” con el que se rodea. Al igual que gran parte de su filmografía, Los últimos... está producida por su hermano Marc, y protagonizada por su esposa, Annet Malherbe, que interpreta a una de las empleadas, y además se encargó del casting.
El papel que Van Warmerdam se reservó para sí es quizá el más sufriente y rebajado. Además de soportar los gritos y las órdenes de la mandamás, debe someterse a todo el plantel de empleados. Theo es la mascota: juega como tal, se alimenta de las sobras y hasta condiciona sus esfínteres a la voluntad de los habitantes de la casa. Confiesa que no estaba en sus planes prestarse a semejante denigración: “Se suponía que debía desempeñar a Haneveld, el jefe de limpieza, pero hemos encontrado un mejor actor de reparto por esa rol (Gene Bervoets). Mi esposa me sugirió que debería desempeñar Theo y así sucedió”. A lo largo de la película flota la perturbadora cuestión sobre la viabilidad humana de someterse a semejante humillación en pos de un objetivo puramente material. Van Warmerdam mantiene el estandarte de la provocación hasta la última respuesta: “La gente hace lo que sea por dinero”.
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