Viernes, 14 de mayo de 2010 | Hoy
CINE › SE EXHIBIó NOSTALGIA DE LA LUZ, DEL CHILENO PATRICIO GUZMáN
Con su nueva película, que ya puede considerarse un punto alto del festival recién inaugurado, el director de La batalla de Chile y El caso Pinochet demuestra que sigue siendo una piedra en el zapato de la conciencia de su país.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
“La memoria tiene fuerza de gravedad, siempre nos atrae”, reflexiona el cineasta chileno Patricio Guzmán, en el final de su estupendo documental Nostalgia de la luz, que ayer marcó uno de los puntos altos de la segunda jornada del Festival de Cannes. El autor de la monumental La batalla de Chile (1975-1979) sigue siendo una piedra en el zapato de la conciencia de su país, continúa luchando por el ejercicio de la memoria en una sociedad que decidió sumergirse en la amnesia colectiva y olvidar los crímenes de la dictadura militar. A diferencia de El caso Pinochet (2001) y Salvador Allende (2004), sus documentales inmediatamente anteriores, en los que abordaba el tema de manera más directa, aquí Guzmán privilegia un acercamiento en escorzo y se sumerge en un procedimiento metafórico, que lo lleva del cielo a la tierra, de lo universal a lo particular.
Astrónomo aficionado desde que en su infancia aprendió a disfrutar del conocimiento de las estrellas, Guzmán comienza su nuevo film deslumbrado por el espectacular observatorio internacional desarrollado en el desierto de Atacama, a tres mil metros de altura, en el norte de Chile, allí donde el aire es tan limpio y seco que se distinguen constelaciones enteras a simple vista. En el mayor proyecto astronómico del mundo, que parece salido de una novela de ciencia ficción, el principal tema de estudio de sus científicos no es el futuro, sino precisamente el pasado, descifrar los secretos del origen del Universo a través de las señales que transmite la luz a través del tiempo y el espacio.
En ese desierto no sólo trabajan astrónomos: también hay arqueólogos, porque el impiadoso efecto del sol directo y la ausencia casi absoluta de humedad ha permitido que los restos humanos más antiguos –momias de civilizaciones precolombinas, cadáveres de trabajadores mineros del siglo XIX– se preserven casi intactos. Pero no son los únicos: en ese desierto también están los restos de los desaparecidos chilenos ejecutados por la dictadura de Pinochet, que aprovechando las instalaciones de un viejo complejo minero abandonado, en las ruinas de Chacabuco, organizó allí su mayor campo de concentración, lejos de los ojos y la Justicia del mundo.
En ese desierto, en el que astrónomos llegados de los más diferentes rincones del globo miran hacia el cielo buscando cuerpos celestes y se preocupan por el calcio de las estrellas, un grupo de mujeres, hermanas y viudas de los desaparecidos sólo tienen los ojos fijos en la tierra, en el suelo. Buscan los cuerpos de sus seres queridos, los huesos masacrados por las palas mecánicas de la dictadura y dispersos por un espacio que parece tan vasto como el que tienen sobre sus cabezas.
“Somos la lepra de Chile, su memoria incómoda”, dicen esas mujeres que viven en estado de búsqueda permanente y que, como los astrónomos del observatorio de Atacama, trabajan con la energía que les llega del pasado, el recuerdo de sus familiares, que fueron secuestrados y ejecutados a cielo abierto. Hay una dimensión trágica en el documental de Guzmán, que se arriesga a internarse en un terreno poético difícil y a trabajar con unos contrastes que le ofrece la propia realidad, pero que él tiene la virtud de haber advertido.
De un valor muy distinto, que no tiene nada de cinematográfico, otro documental fuera de competencia, el italiano Draquila-l’italia che trema, de la actriz y animadora televisiva Sabina Guzzanti, también le agregó una dimensión política a la jornada de ayer en Cannes. Basada en una investigación que partió de la tragedia del terremoto que derrumbó a la ciudad de L’Aquila en abril del año pasado, Guzzanti desnuda de qué manera el aparato político mediático del primer ministro Silvio Berlusconi se aprovechó del desastre natural para sus propios fines. No sólo le permitió a Berlusconi –en pleno período de desgaste político por sus escándalos sexuales y de corrupción– recuperar protagonismo y relanzar su carrera electoral presentándose como el único héroe dispuesto a salvar a esa gente en desgracia. También le dio la oportunidad de hacer negocios inmobiliarios, al lanzar un proyecto de relocalización de la ciudad que dejó convenientemente en manos de contratistas amigos.
La película, que se plantea en la línea de interpelación cinematográfica que puso de moda Michael Moore, también alerta sobre el desmedido crecimiento de un organismo público denominado Protezione Civile, que en manos del aparato de Berlusconi se ha convertido en una suerte de guardia de choque, un ejército paralelo de inspiración fascista que también aspira a cotizar en la Bolsa, gracias a sus negociados. Como respuesta, el gobierno italiano llamó a boicotear al Festival de Cannes a través de su ministro de Cultura, Sandro Bondi, quien afirmó que la película de Guzzanti nunca debió haber sido seleccionada porque “ofende a la verdad y al pueblo italiano”. Lo único que consiguió hasta ahora, sin embargo, es multiplicar la publicidad sobre el film, que ya está siendo lanzado a toda orquesta en el propio mercado italiano.
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