Sábado, 22 de mayo de 2010 | Hoy
CINE › JORNADA EXTRAñA EN EL FESTIVAL, QUE SE APROXIMA AL CIERRE
La presentación de Hors-la-lois, el film de Rachi Bouchareb que enfureció a la utraderecha francesa, provocó un gran operativo de seguridad en La Croisette. Con Uncle Boonmee, el tailandés Apichatpong Weerasethakul puso un punto alto en la Competencia.
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Carros de asalto en La Croise-tte, la gendarmería en todas las esquinas, controles y cacheos tan estrictos para entrar a las salas como si se tratara de un aeropuerto en alerta roja. Todo ese despliegue de seguridad fue el efecto Hors-la-lois, la coproducción franco-argelina que tiene en pie de guerra a la ultraderecha francesa, que amenazó con boicotear al Festival de Cannes por poner en competencia una película a la que considera “una falsificación de la historia”. Lionnel Luca, diputado del partido gobernante UMP, del presidente Nicolas Sarkozy, fue el primero en levantar la voz contra la película. Luego le siguió una fantasmal comisión autodenominada “Por la verdad histórica – Cannes 2010”, que pidió emprender acciones durante el festival. “Sabía que el pasado colonial había permanecido tenso. ¡Pero de ahí a suscitar una reacción semejante! Me sorprende que hablen así sin siquiera haberla visto”, declaró ayer en conferencia de prensa el director Rachi Bouchareb, que ya cuatro años atrás, con Indigènes –también en competencia aquí en Cannes–, había celebrado la causa nacional argelina.
Ahora Hors-la-loi (Fuera de la ley) narra la epopeya de tres hermanos argelinos durante los años de gestación del Frente de Liberación Nacional y toma como marco dos fechas tabú para la historia francesa. El 8 de mayo de 1945 (el mismo día que en París se celebraba el fin de la Segunda Guerra Mundial) en Sérif, Argelia, milicias coloniales francesas ahogaron en sangre una manifestación por la independencia del país. Y el 17 de octubre de 1961, la policía parisiense de Maurice Papon (condenado en 1998 por crímenes contra la humanidad perpetrados durante el gobierno de Vichy) reprimió una manifestación de inmigrantes argelinos en pleno centro de París, dejando como saldo ocho muertos. Entre una y otra fecha, Bouchareb hace cruzar caprichosamente los destinos de esos tres hermanos, en una película tan bien intencionada en lo político como elemental y anacrónica en lo cinematográfico.
El mejor cine, en todo caso, llegó de Asia. En competencia oficial, el tailandés Apichatpong Weerasethakul –que alcanzó a salir de Bangkok cuando “la ciudad estaba en llamas y en su pico de la violencia”, según contó aquí– presentó Uncle Boonmee Who Can Recall His Past Lives, un film que expande el tema de las reencarnaciones que ya vibra en toda su obra previa, impregnada por el budismo. De una serenidad y una belleza que vienen a contrarrestar las imágenes de violencia que propalan desde Tailandia los noticieros internacionales, la nueva película de Weerasethakul (“Joe” para los amigos) tiene un vuelo poético, una delicadeza y un lirismo equivalentes a los de Tropical Malady y Syndroms and a Century, pero es a la vez su obra menos hermética y más accesible.
“Los tailandeses –contó Joe– crecemos con la idea de la transmigración de las almas entre los animales, la naturaleza y los hombres. Incluso en esta época, muchos tailandeses continúan creyendo en fantasmas.” Empezando por él mismo, que hizo una película habitada por espectros y aparecidos, pero todos inofensivos, figuras amables que vienen a visitar y a conversar con los vivos. “Los muertos no están apegados a los lugares, sino a la gente”, dice uno de los espíritus del Tío Boonmee, que sufre una insuficiencia renal aguda y decide acabar sus días entre los suyos en el campo. Sorprendentemente, los fantasmas de su mujer fallecida y de su hijo desaparecido se le aparecen y lo toman bajo sus alas. Mientras medita sobre los motivos de su enfermedad (está pagando el hecho de haber participado en la guerra civil), Boonmee atravesará la jungla con su familia hasta llegar a una cueva en la cima de una colina, el lugar de nacimiento de su primera vida.
En Uncle Boonmee el sonido es casi tan importante como sus imágenes: por las noches, se escucha una pequeña música nocturna de pájaros e insectos, mientras de día va creciendo un rumor que parece salido de las entrañas de la Tierra. La naturaleza se anima y parece hablar, mientras por la selva se pasean unos extraños faunos, que encienden las sombras con sus impresionantes ojos rojos. El fantástico incorporado a lo cotidiano produce un poderoso efecto de extrañamiento: los personajes se desdoblan frente a sí mismos y sus ánimas comienzan a vagar por la pantalla, con humor incluso, como ese monje budista que se desprende de su propio cuerpo para abandonar la meditación y salir a comer algo, por qué no.
Para hoy quedan todavía dos películas más en competencia –Tender Son-The Frankenstein Project, del húngaro Kornél Mundruczó, y Burnt By the Sun 2, del ruso Nikita Mijalkov, continuación de su Sol ardiente de 1994–, pero si el jurado no le otorga mañana domingo algún premio a la película de Apichatpong Weerasethakul sus miembros nunca podrán alcanzar el Nirvana.
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