Miércoles, 7 de julio de 2010 | Hoy
CINE › PABLO NISENSON, MARIANA ARRUTI Y EL DOCUMENTAL COLECTIVO D-HUMANOS
Ambos son parte de un proyecto que congrega a nueve cineastas para una serie de cortometrajes que buscan expandir la temática de los derechos humanos más allá del genocidio de la dictadura e indagar sobre el estado actual de los más desprotegidos.
Por Ana Bianco
¿Cómo se ejercen hoy en nuestro país los derechos humanos? ¿Qué importancia se le da a la Declaración Universal de Derechos Humanos en el marco del 60º aniversario de su creación? Estos interrogantes son los que movilizaron a Pablo Nisenson a la hora de asociarse con ocho directores para realizar nueve cortometrajes que muestran personas ejerciendo sus derechos: gente que se relaciona para conseguir un plato de comida, con otra que propicia la colocación de baldosas en las veredas, como una forma de inscribir a sus desaparecidos; con otros que dan pelea por el derecho a la información desde un medio de comunicación alternativo. Mientras tanto, un pueblo se extingue por las consecuencias de la minería a cielo abierto. Nisenson, con su productora Audiovisuales del Sur, se dedica a la filmación de películas con claro compromiso social. La directora y guionista Mariana Arruti, multipremiada por el documental Trelew, es una de las convocadas. En charla con Página/12, Nisenson y Arruti comparten su visión colectiva D-Humanos, que cuenta con el apoyo del Incaa y se exhibirá el 10 de diciembre, Día Internacional de los Derechos Humanos, en la Casa de Gobierno.
–¿Cómo surgió el proyecto?
Pablo Nisenson: –Desde hace años trabajo en temáticas sociales. La película es un pantallazo de situaciones que se viven hoy en el país con relación a la temática de derechos humanos, vinculadas con las necesidades de la gente: derecho al trabajo, a la educación, a la vida. Estos temas han sido poco transitados en los últimos años de nuestra historia. Hablar de derechos humanos no es sólo referirse a la dictadura, al genocidio. Algunos cortos, aunque abordan temas que son ecos de esas épocas, como “Baldosas en Buenos Aires”, de Carmen Guarini, relatan qué sucede con los derechos humanos hoy. Con nuestro documental intentamos provocar una reacción en el espectador: que pueda ver a un otro, a un excluido, con una mirada de empatía. Y que se conmueva ante situaciones malas y adversas. En gran medida, a esta gente con problemas la vemos como quien ve llover, como si fuera un tema del clima. Estas ideas empezaron a circular entre nosotros: hacer un trabajo solidario, algo muy poco frecuente. Es un hecho positivo sentarse a pensar e intercambiar ideas con otros. Como productor estoy muy contento con llevar a cabo esto, que ya está en marcha.
–¿Cuál fue la consigna con la que fue convocada?
Mariana Arruti: –Cada director/a pudo elegir un tema. Es interesante que sea un trabajo colectivo, que mi corto vaya a formar parte de un sentido más amplio en cuanto a lo cinematográfico y al contenido, vinculado con una cuestión tan fuerte como son los derechos. Le agradezco a Pablo que nos haya dado absoluta libertad para elegir el tema, el contexto y el lugar donde se iba a filmar. Esto no es un detalle menor, porque tiene que ver con las cuestiones artísticas. Creo que la libertad en este sentido es una de las cuestiones esenciales a la hora de hacer una película, que uno no tenga consignas demasiado rígidas o ideas ya concebidas por un productor. Me cuesta bastante trabajar con un productor, porque vengo de hacer las cosas sola y tomo mis decisiones con soberana libertad. Y en este sentido, con el proyecto de Pablo me sentí identificada y cómoda para realizarlo.
–¿En qué etapa se encuentra la realización de su corto?
P. N.: –Todavía no filmé “Informe sobre la inequidad”. Está basado en estudios científicos y aborda la injusticia social y sus efectos hasta en las células del cuerpo humano. Esta hace impacto en dos pibes adolescentes de la misma edad pero de distinta extracción social. Y aun cuando estos problemas sociales se terminaran, no hay vuelta atrás, porque están impresos en el cuerpo. Consulté y descubrí que un médico argentino ha hecho múltiples estudios neurológicos que muestran la incidencia que la desnutrición infantil tiene en el cerebro. Cualquiera, sin necesidad de ser médico, lo ve a simple vista en las placas de un chico afectado. Además hay un aspecto cultural. La percepción, muchas veces prejuiciosa, ha establecido que los pibes chorros tienen un tipo de piel, un tipo de contextura física determinadas. Se asocia la cara o aspecto con una personalidad y sobre esto hay estudios antiquísimos de comienzo del siglo XIX con los hay que terminar.
–Mariana, hábleme de “La espera”.
M. A.: –Es un título provisorio. El corto es sobre un comedor comunitario que se quemó en la Villa 31. Hoy funciona en la casa de una señora del barrio. El rodaje comienza en este comedor y cuenta la historia, que pretende echar una mirada sobre la Villa 31, que no es ya una villa sino un barrio, casi una ciudad, con varios barrios más o menos pobres. Los pobladores ya no están a la espera de ser reubicados. La intención es narrar con una visión diferente de la que estamos habituados a recibir de los medios. Cuento una historia de la vida de este barrio con gente que trabaja, manda a los chicos al colegio y vive una experiencia solidaria (el comedor comunitario), gracias a una señora que ofrece su casa, todos los días, para que se pueda cocinar para trescientos y no para dos o tres. La cantidad de gestos solidarios otorgaron la riqueza y la textura que fue apareciendo en la investigación previa al rodaje. No sólo es la gente de una fundación la que trabaja, sino también los vecinos y los chicos que cuando llegan del colegio sirven la leche a sus compañeros de la misma edad o más chicos. Son menores de ocho o nueve años que lavan ollas de leche inmensas y decenas de vasos de plástico en los fuentones. Es una infancia activa, solidaria y comunitaria en muchos casos. Lo lógico sería que cada familia pudiera cocinarse en su casa sin tener que recurrir a la solidaridad ni al asistencialismo. Pero en este espacio no hay un lugar donde comer todos juntos. La gente hace la cola y se lleva la comida a su casa. La propuesta sería realizar proyectos colectivos que ya no estén sólo dirigidos a cubrir necesidades. El corto ya lo he filmado y estoy en la etapa de edición.
–¿Qué otras historias completan el friso de los nueve cortos?
P. N.: –Andrés Habegger toma una historia sobre los medios: una compulsa entre los medios masivos y un medio comunitario. Dos voces completamente enfrentadas que toman la misma realidad. Esto es lo curioso y lo que lo hace interesante. Me hace acordar a los graffiti que dicen “Nos mean y dicen que llueve”. En “Pasarela a la fraternidad”, Ulises Rosell aborda el tema de las “mulas”, que pasan por las únicas fronteras fluidas del país. Javier de Silvio, en su corto “En la piel”, crea la unidad estructural de la película. con los objetos que pueblan la ciudad y que no notamos, porque los tenemos incorporados a través de la comunicación, la publicidad, y el control social a lo Foucault. Son las cámaras de seguridad, las rejas, los distintos objetos que nos condicionan y van presentando por afinidad u oposición el tema del cortometraje que sigue. Andrea Schellemberg, periodista e investigadora a cargo de los informes de Telefe, aborda la formación de los cadetes militares. Hoy en los liceos militares se está dando un proceso de transformación interesante: se enseña Derechos Humanos. Me pareció atractivo ver qué pasaba en esas clases y cómo era recibida esa información. Del corto de Carlos Echeverría no puedo adelantar detalles y el de Miguel Pereira trata de Abrapampa, un pueblo de Jujuy arrasado por la minería de plomo. Cada director tiene su editor y yo, como productor, me reservo el derecho de mirar, pero el corte final lo tiene el director. El compaginador general, Fernando Vega, será quien decida el formato y el orden de los cortometrajes.
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