Lunes, 19 de julio de 2010 | Hoy
CINE › EL VIAJE DE AVELINO, DE FRANCIS ESTRADA, INAUGURA LA SALA INCAA-DOC
La ópera prima de Estrada se basa en un caso real que tuvo gran repercusión pública cinco años atrás y narra la epopeya de un padre que atravesó la precordillera catamarqueña a lomo de burro para salvar la vida de su pequeña hija.
Por Oscar Ranzani
La noche del jueves 14 de julio de 2005, Avelino Vega, un hombre de 50 años, oriundo del pueblito Río Grande (Catamarca), de tan solo setenta habitantes, se convirtió en uno de esos héroes que pasan del anonimato a la fama. Es que este humilde poblador de la precordillera estaba desesperado por el estado de salud de su hija Nelly, de tres años, quien tenía un cuadro de desnutrición avanzado y había comenzado a tener fiebre y diarrea. Avelino no lo dudó: cargó el cuerpo de Nelly en el lomo de una mula y a pie comenzó un largo peregrinaje con la idea de llegar al Hospital de Fiambalá (Tinogasta), para que los médicos pudieran salvarle la vida a su pequeña. Luego de caminar durante diez horas por terrenos inhóspitos, en una noche oscura y extremadamente fría, Avelino llegó con su hija al pueblo de Tatón, donde también lo conocían. Entonces, llevaron a padre e hija en vehículo al Hospital de Fiambalá, distante 85 kilómetros de ese pueblo. La historia tuvo un final feliz porque los médicos lograron salvarle la vida a Nelly. El caso fue difundido en los medios nacionales y dio cuenta de la dura realidad de quienes no viven en ciudades o lugares con las mínimas condiciones para la supervivencia.
El realizador argentino Francis Estrada leyó la noticia y también la siguió por televisión. “Me conmovió”, recuerda y, a la vez, reconoce que el impacto que le produjo no lo distingue de gran cantidad de personas “porque la noticia tuvo mucha repercusión y hubo reacciones de muchísima gente de distinto tipo: cadenas de solidaridad, donaciones. No considero que lo que me distinga sea el impacto que me produjo sino lo que me motivó”. Es que Estrada decidió realizar un largometraje basado en esta historia, recreando los hechos con los protagonistas verdaderos: Avelino, su mujer y su hija. El resultado es su ópera prima, El viaje de Avelino, que podrá verse, en carácter de preestreno, hoy a las 19.30 en Arteplex Belgrano (Cabildo 2829), en el marco de la inauguración de una sala dedicada a documentales argentinos (ver recuadro). Y el jueves será el estreno para el público.
–¿Cómo fundamenta el cruce entre documental y ficción que tiene El viaje de Avelino?
–Es mi primera película y traté de combinar la emoción genuina que me produjo el hecho real con algunos elementos que provee el lenguaje cinematográfico a la hora de intentar construir una obra. Siempre toda documentación de un hecho en algún punto la ficciona. A la vez, tengo un interés particular por la Historia como saber, y los historiadores estamos intentando recuperar los hechos, con un esfuerzo que siempre tiene algo de imposible porque el hecho no va a volver nunca. Con lo cual el volver a representarlo implica, de alguna manera, ficcionarlo. En este caso, el intento particular fue recuperarlo con los protagonistas reales.
–¿Y qué le dijo Avelino cuando le propuso hacer la película con su familia como protagonista?
–El no tenía mucha idea porque nunca fue al cine ni nunca vio un film, con lo cual proponerle hacer una película era como proponerme a mí construir un reactor nuclear. El tema fue cómo construir una relación con él. Y para mí, ahí había un dilema ético, en el sentido de hasta qué punto yo tenía derecho a llevar a Avelino y a su familia a revivir determinados sucesos. El planteo fue ser muy cuidadoso y respetuoso. Por eso, tratamos de hacer las condiciones del rodaje respetando muchísimo lo que ellos estaban sintiendo y viviendo. Y en todo caso, eludir todo morbo y toda reconstrucción sobreintencionada.
–¿Cómo fue el trabajo de dirección con gente inexperta en la actuación?
–No puedo decir que el trabajo fue arduo, porque ellos no sabían, ya que no tenían ningún compromiso ni ninguna obligación de saber. Fue arduo porque yo no sabía y porque tenía que ir encontrando el tono, los mecanismos, los planteos correctos y las formas de abordar los temas con Avelino y con su familia. Con la esposa de Avelino se produjo un hecho muy interesante. En una escena donde nosotros estábamos reconstruyendo los momentos de la enfermedad de la nena, la madre se puso muy mal porque, de alguna manera, fue más allá de un recuerdo. La madre empezó a sentir que estaba pasando otra vez aquello que había ocurrido en el pasado. Pero tenemos que entender que en estas culturas, la dimensión de lo ficcionado y de lo real no tiene las divisiones, los mecanismos y los soportes que tenemos nosotros.
–¿Qué fue lo que más le impactó de Río Grande mientras filmaba la película?
–Fueron varias cosas, porque las condiciones de vida son muy ásperas, muy duras. Uno diría: “Son entornos con enormes carencias”, pero sinceramemnte también pude vislumbrar ciertas potencialidades, ciertas ventajas comparativas con respecto a nuestro estilo de vida. La relación con la naturaleza es mucho más franca, mucho más fluida. Son entornos muy duros, porque las posibilidades de supervivencia son muy limitadas, y los son cada vez más. Me impactó, por ejemplo, la contundencia de la noche que en este tipo de lugares es otra: mucho más densa. Es como que el cielo se te viene encima. A un hombre de la ciudad le supone posicionarse de otra manera. Me impactaron las condiciones de adaptabilidad que tienen. Y eso me hace pensar que hoy, que hablamos de globalización, de un mundo único, creo que se exagera demasiado eso. Y la diversidad y las condiciones de vida disímiles son todavía muy grandes.
–Sin hacer una denuncia explícita, ¿es una película que habla de los olvidados?
–Hubo algo muy importante que consistía en no editorializar. A mí me preocupaba cierto costado más universal. De todas maneras, la película refleja condiciones de aislamiento, de marginación, niveles de desprotección y de falta de atención por parte los organismos y los actores sociales que deben encargarse, por ejemplo, de garantizar la salud pública. Pero mi preocupación principal pasaba por tratar de conectarme con un individuo de una cultura extremadamente ajena a la mía, que a raíz de un hecho que me conmovía a un grado máximo, me vinculaba con él en un punto esencial.
–¿Considera que El viaje de Avelino es también una crónica de la soledad?
–No sé. Hay que ser cuidadosos con eso cuando uno desde determinada cultura lee otras realidades. Si uno los ve desde nuestra perspectiva, son hombres solitarios. Pero con todo respeto puedo decir que se trata de comunidades y de culturas que están acostumbradas a modos de vida muy diferentes de los nuestros. Quizá, lo que nosotros pensamos como soledad, para ellos es simplemente una condición de vida diferente. Por ejemplo, Avelino suele ir a un puesto que queda más lejos todavía que Río Grande y se queda cuatro o cinco días cuidando sus animales. Me da la impresión de que no se siente solo en esos momentos.
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