CINE › CINE NUMEROSA PRESENCIA ARGENTINA EN EL FESTIVAL DE LOCARNO
La muestra suiza presentará cuarenta estrenos mundiales, de los cuales la mitad son óperas primas. De esta manera, consolida su reputación como habitual lugar de encuentro para las nuevas tendencias, los descubrimientos y las revelaciones.
› Por Luciano Monteagudo
Este año cumple 63, pero parece nacido ayer. Fundado en 1946, el Festival Internacional de Cine de Locarno (que comenzó el jueves pasado y se extiende hasta el domingo 14) es, después del de Venecia, el más antiguo del mundo, seguido muy de cerca por Cannes y un poco después por Berlín. Pero, a diferencia de sus compañeros sesentones, que con los años se volvieron no sólo inmensamente prestigiosos, sino también un poco pesados –en estructura, en burocracia, en cantidad de películas–, el festival suizo se ha mantenido increíblemente joven de espíritu y de público, al punto de que suele ser reconocido como el lugar de encuentro para las nuevas tendencias, los descubrimientos y las fulgurantes revelaciones.
Ubicado al pie de los Alpes suizos y sobre las costas de lago Ma-ggiore, en el cantón italiano de Ticino, Locarno ha sido el festival que dio a conocer al mundo cineastas de la talla del iraní Abbas Kiarostami, el hongkonés Wong Kar Wai y el ruso Aleksandr Sokurov, por citar sólo tres de los realizadores que tuvieron su plataforma de lanzamiento aquí antes que en ningún otro lado. La reputación de Locarno como cazatalentos se remonta a sus comienzos, cuando en la inmediata posguerra aparecieron por el festival cineastas luego fundamentales para la historia del cine europeo como Roberto Rossellini e Ingmar Bergman. Pero fue sobre todo en la década del ’90, bajo la dirección del crítico Marco Müller (actualmente a cargo de la Mostra de Venecia), que Locarno ganó una notoriedad incuestionable, particularmente como pionera en la difusión de los nuevos cines orientales.
La década pasada no fue la mejor para el festival, que atravesó por sucesivos cambios de timón, pero con la llegada este año del francés Olivier Père a la dirección artística las expectativas puestas en Locarno vuelven a ser muchas. Hasta el año pasado programador de la Quinzaine des Réalisateurs del Festival de Cannes, donde dio a conocer a algunos de los nombres que cambiaron el mapa del nuevo cine del mundo (el catalán Albert Serra, el portugués Miguel Gomes, el argentino Lisandro Alonso, entre otros), el salto de Père promete devolverle a Locarno su eterna juventud, su tradición de vanguardia, valga la paradoja.
De hecho, de los 40 estrenos mundiales que tiene el festival en su grilla, al menos 20 son óperas primas, largometrajes de realizadores debutantes, por lo que hay que estar particularmente atento a las sorpresas. “Elegimos aquellas películas que desafían las categorizaciones fáciles, que persiguen desde su concepción una idea de libertad y de integridad artística”, señala Père a Página/12. “La mayoría de las nuevas tendencias en el cine mundial convergen y se confrontan en Locarno”, asegura el semanario especializado Variety. Y la presencia de más de mil periodistas de todo el mundo y unos cuatro mil profesionales del cine (entre realizadores, productores y distribuidores) parece confirmar el nuevo interés que despierta Locarno en el panorama cada vez más competitivo de los festivales internacionales.
Como todo gran festival, Locarno tiene múltiples secciones, con la competencia oficial al frente de la muestra. Originalmente dedicado a primeros films, como una forma de impulsar el descubrimiento del cine del futuro, en 1996 el concurso se abrió también hacia aquellos realizadores que tenían más obra a sus espaldas, pero que aún no habían recibido un suficiente y palpable reconocimiento internacional. Este año, dieciocho películas pelean por el Leopardo de Oro al mejor film, entre ellas Bas Fonds, de Isild Le Besco, y Homme au bain, de Christoph Honoré, con Chiara Mastroianni, dos películas francesas que ya están despertando controversia por sus escenas de sexo explícito. También compiten Curling, de Denis Côte, que viene a tomar el relevo de David Cronenberg y Guy Maddin en la primera línea de fuego del cine canadiense, y L.A. Zombie, de Bruce LaBruce, leyenda del cine gay, forjado en el más oscuro underground y a quien ahora Locarno pone en su vidriera de la competencia mayor. La única película latinoamericana del Concorso Internazionale es la brasileña Luz Nas Trevas - A Volta Do Bandido Da Luz Vermelha, de Helena Ignez y Icaro C. Martins, pero la presencia de la región –y particularmente de la Argentina– se hace notar en otras secciones.
En el Concorso Cineasti del presente, dedicada a primeras y segundas películas, debuta en la dirección el actor Daniel Hendler, con Norberto apenas tarde, una coproducción uruguayo-argentina rodada íntegramente en Montevideo. La ópera prima de Hendler ya se había llevado del último Festival de San Sebastián, cuando aún no estaba terminada, un premio en su condición de work in progress, pero ahora aspira a repetir su suerte con un jurado que preside el crítico argentino Quintín y que también integra la directora alemana Maren Ade, bien conocida en Buenos Aires por su estupenda película Entre nosotros, premiada en el Bafici.
¿Otras presencias argentinas? No son pocas. Lisandro Alonso preside el jurado de la sección Pardi di Domani, dedicada al cortometraje, donde compite 8:05, una producción rosarina dirigida por Diego Castro. En la Selección Internacional, fuera de concurso, participa Rosalinda, un mediometraje de Matías Piñeyro (El hombre robado, Todos mienten) que integra una nueva versión de los Digital Short Films producido por el festival coreano de Jeonju, junto con Pig Iron, de James Benning, y Les Lignes ennemies, de Denis Côté. En la Se-ttimana della Critica el documental Article 12 – Waking Up in a Surveillance Society tiene como director al argentino Juan Manuel Biaiñ, largamente radicado en Londres. Y la revelación de Tatuado y La sangre brota, el joven actor Nahuel Pérez Biscayart, tuvo el privilegio de inaugurar el festival en su primer protagónico para un film francés, Au Fond Des Bois, de Benoît Jacquot, proyectado en la maravillosa Piazza Grande.
Es que otra de las particularidades de Locarno –quizá la más distintiva, por encima incluso de su programación– son sus espectaculares proyecciones nocturnas a cielo abierto, en la Piazza Grande, donde las películas se exhiben en una pantalla gigantesca, de 26 metros de largo por 14 de ancho, ante un público que supera las ocho mil personas. Rodeada por una arquitectura medieval, que le da no sólo su increíble ambiente, sino también su excelente acústica, la Piazza Grande está custodiada por el imponente macizo alpino hacia el norte y se recuesta hacia el sur sobre las playas del lago Maggiore. En este contexto, parece difícil no disfrutar de una película, sobre todo si se trata de Ser o no ser (1942), la genial comedia de Ernst Lubitsch, que forma parte de una retrospectiva integral dedicada al gran cineasta y comediógrafo berlinés. Las retrospectivas de Locarno tienen la justa fama de ser tanto o más completas y rigurosas que las de Berlín (lo que es decir mucho) y ésta dedicada al autor de Ninotchka viene a recordar que el mejor cine es también aquel que es capaz de hacer reír.
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