Mar 07.09.2010
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CINE › LA REALIZADORA CARMEN GUARINI PRESENTA GORRI, SU DOCUMENTAL SOBRE EL GRAN ARTISTA PLáSTICO CARLOS GORRIARENA

“Me interesaba la discusión entre arte y política”

Todavía insuficientemente valorada, la obra de Gorriarena fue encasillada como la de un pintor político y social, pero Guarini, siguiendo las tensiones que ponía al desnudo el propio artista, descubre una figura que siempre transcendió las etiquetas.

› Por Oscar Ranzani

Muchos lectores recordarán que el prestigioso pintor argentino Carlos Gorriarena murió imprevistamente el 16 de enero de 2007, mientras estaba de vacaciones. Meses antes de su fallecimiento, la productora Cine Ojo había planeado elaborar un documental sobre este destacado artista plástico que retrató y criticó al poder y que, en sus 81 años, llegó a presentar veintitrés exposiciones individuales y 190 muestras colectivas, además de haber recibido innumerables distinciones como la Beca Guggenheim y el Premio Konex de Platino, entre otras. Cuando la documentalista Carmen Guarini –directora de Meykinof, H.I.J.O.S, el alma en dos y Jaime de Nevares, último viaje, entre otras producciones– comenzó a trabajar la idea y a meterse de lleno en la investigación del film, el artista ya había fallecido. Sin embargo, en Gorri –documental que se estrenará este jueves–, Guarini logró abordar la intimidad de su pensamiento de una manera muy cercana, como si lo hubiera conocido, a pesar de que no llegó a tener ni siquiera una charla con Gorriarena.

Gorri es un documental narrativo que muestra diversas situaciones en torno de la vida y obra de Gorriarena: al comienzo se ve a su esposa Sylvia Vesco con otros familiares ordenando un poco las obras del pintor en su estudio, buscando preservarlas para la posteridad. Otro eje lo componen las imágenes de discípulos de Gorriarena opinando y analizando sus trabajos en el recorrido de una retrospectiva en el Centro Cultural Recoleta. Y la tercera línea argumentativa está compuesta por imágenes de Gorriarena charlando con amigos y expresando su pensamiento. Algunas de esas imágenes en las que aparece el pintor, las cedió Jorge Coscia, actual secretario de Cultura de la Nación, quien hace varios años realizó un corto sobre el artista. Guarini también recurrió a reportajes que le habían hecho para Canal (á). Al poder acceder a los materiales de Gorriarena sin editar, la documentalista y antropóloga armó capas de contenidos que se van complementando y entrelazando con las otras imágenes de familiares y estudiosos de sus pinturas. El resultado es un documental íntimo que desnuda el pensamiento del artista en el momento en que su obra trasciende a su muerte, a través de un relato sólido que permite conocer –o reconocer– sus lúcidas reflexiones.

Guarini también pudo recurrir a casettes VHS y algunos DVD que la esposa de Gorriarena tenía en su archivo. También leyó numerosos textos escritos por Gorriarena. “Y, por supuesto, me acerqué a través de la gente que lo fue conociendo”, detalla la directora. “A partir de eso, empecé a conformar un personaje propio y a pensar cómo quería trabajar sobre su figura, porque la idea nunca fue hacer una biografía sobre Gorriarena sino decir algo a través de Gorriarena”, detalla Guarini en la entrevista con Página/12.

–¿Fue una decisión estética no plantearlo como una biografía clásica?

–Sí. Tiene que ver con lo estético y con lo ideológico. Yo descreo bastante de las biografías filmadas, porque me parece que no son suficientemente sinceras. No digo que no haya una ética en quien la hace, pero siempre es parcial. Una biografía es un encuentro entre dos personas: el que la realiza y aquel sobre quien se la hace. Y es un poco la interpretación del que realiza la biografía. Pero, en general, en las biografías clásicas aparece como la verdad del personaje. Como para mí no hay nunca verdades del personaje, entonces nunca me interesó una biografía, ni siquiera aporté datos biográficos. Al que le interese va a ir a buscarlo a un texto escrito; es decir, va a juntar información de otras fuentes. Entonces, a través de los materiales que reuní, empecé a encontrar un montón de elementos que resonaban en mí que eran propios del pensamiento de Gorriarena. Y me resonaban porque muchas de las cosas que él decía, yo no las veía del mismo modo a veces, pero tenían cierto parecido con algunas ideas que yo tenía para el cine. Y para el cine de lo real. Me interesaba mucho la vinculación entre el arte y la política, que es una discusión que aparece en relación con muchas cosas que él dice. Todos esos elementos me permitieron, en principio, tener una interpretación del personaje.

–Teniendo en cuenta que muchas situaciones sucedieron en el mismo momento de la filmación, ¿cómo se planteó la elaboración del guión?

–El guión fue emergiendo de ciertas decisiones estéticas e ideológicas. Siempre fue un punto de partida muy importante para mí no filmar nunca los cuadros en forma completa, porque la cámara no les hacía justicia a la importancia, al color y a muchas cosas que tiene la obra pictórica, y sobre todo en el caso de Carlos, cuya obra es muy texturada. Entonces, me parecía que era imposible y nunca lo intenté. Me impuse una obstrucción. Siempre antes de hacer mis películas, me formulo ciertos principios de base porque me parece que van a poder dar mejor cuenta de lo que quiero decir. Y en este caso fue la decisión de no filmar la obra completa, pero, sin embargo, hay todo un seguimiento de la misma, que materializa un montón de ideas, la estética de un artista como Carlos, sus emociones, sus principios. Están todos ahí: eso da una materialidad que es esa obra que queda cuando el artista ya no está. Es un mundo que se vive en torno de la obra. Y entonces yo doy cuenta de ese mundo.

–El documental se mete en la intimidad de la casa de la familia de Gorriarena y en los bares donde él charlaba con sus amigos, entre otras situaciones. Pareciera que usted buscó hablar de la cotidianidad de la vida y obra del artista antes que detenerse en acontecimientos trascendentales.

–Sí, es así absolutamente. Me parece que justamente son los que atraviesan la vida de un hombre. Esa cosa simple del café en la esquina construye también la mirada de un artista, sin lograr establecer un lazo de la cotidianidad misma de este artista porque ya no está. Pero busqué mostrar quiénes son esos que lo rodearon y que formaron parte de su mundo: su mujer, sus hijos, sus amigos, sus críticos, sus colegas, sus discípulos.

–Otra característica del documental es que la obra de Gorriarena se muestra no sólo para los estudiosos sino también para aquellos que no conocen de artes plásticas. ¿Esto fue pensado así desde un principio?

–No desde un principio, pero son los elementos que fueron apareciendo cuando uno iba filmando. Inmediatamente, uno se da cuenta de que puede funcionar para un público que no necesariamente tenga que conocer de arte. Es útil y, al mismo tiempo, se transforma en algo que puede ser educativo pero no está pensado de esa manera.

–No tiene una intención didáctica...

–Exacto, pero al mismo tiempo, si se quiere, lo es porque te va informando de este artista y acerca de qué significa una pintura, cómo interpretarla, cómo mirarla. Pero esto apareció casi en el final porque cuando se montó la muestra de los últimos años de su obra en el Centro Cultural Recoleta, un grupo de sus discípulos organizó visitas guiadas para esa muestra. Yo filmé esa visita guiada. Y ahí aparece toda esta cuestión interpretativa. Me pareció brillante porque, al mismo tiempo, había cosas que se discutían, que se ponían en tensión. Es decir, había una cuestión didáctica, pero también emotiva en relación con esa obra: eran sus discípulos, los tipos que Gorriarena formó.

–Las inclusiones de imágenes de Gorriarena parecen funcionar como flashbacks de la narración del documental. Es decir, se ve el presente de la familia, de sus amigos y de los estudiosos de su obra, y en determinados momentos de ese presente se incorpora el recuerdo del artista.

–En realidad, eso consistió en buscarle un estilo estético a su voz porque tenían que aparecer sus pensamientos, ya que me parecían muy fuertes. Era una pena que se perdieran pero, al mismo tiempo, tampoco estaban resumidos en un solo lugar. Entonces, me resultó interesante usar su voz para que fuera él mismo quien narrara con imágenes en blanco y negro que, de alguna manera, evocaban la ausencia porque la película recorre la ausencia del artista que ya no está. Ante la necesidad de cómo evocarlo, me pareció que ésa podía ser una forma coherente dentro del estilo narrativo.

–¿Qué aprecia de la obra de Gorriarena?

–Todo. Yo no soy una experta en arte. Me gusta de piel: es una obra que me emociona. Me conmueve, además, por todo lo que sintetiza su obra desde el punto de vista ideológico y, además, de la forma en que lo hace con los colores, con esas figuras exageradas. Me gusta esa cosa desmesurada que tiene Gorriarena.

–Gorriarena señaló en el documental que Argentina es un país cruel con los artistas. ¿Cree que él fue lo suficientemente valorado?

–Creo que no fue ni es todavía lo suficientemente valorado. Es alguien que merece un espacio al lado de nuestros grandes artistas. Es valorado, pero por una minoría.

–¿Por qué cree que se lo encasilló como pintor político y social?

–El era un hombre político. Como asumía la política como una parte importante de la vida y era honesto con esas cosas, él decidió un día comenzar a plasmar lo que ocurría en torno de él en el momento histórico que fue viviendo. Y me parece que eso llevó a que inmediatamente se hiciera una especie de categorización facilista. Pero como muchos dicen, él era mucho más que eso: él era realmente un pintor. No es que era un pintor político y social, porque muchas veces, como dice Gárgano en la película, es colgarte una etiqueta que viene más como regalo envenenado que como otra cosa. Es como dejarte de un lado del arte. Si alguien dice: “Santoro es un pintor político y social”. ¿Y qué estamos diciendo con eso? Nada. Son artistas que simplemente reflejan su tiempo, porque es lo que los mueve y los conmueve y lo que quieren expresar. Entonces, realmente me parece que va mucho más allá del hecho artístico. Construyen una estética propia.

–¿Y por qué cree que Gorriarena descreía de la función social y política del arte?

–Me parece que es por esto que venimos hablando. A mí me pasa también lo mismo. No es que descreía: porque creía, no creía en las catalogaciones. Una catalogación te limita, te estrecha en una franja y pareciera que no te permite ir más allá. No permite que la gente piense. Justamente, yo creo que esto funciona igual para el cine o, a veces, para la literatura. Ubicar al artista en una etiqueta es encorsetarlo. Bueno, éstos son artistas que trascienden las etiquetas. Lo mismo que cierto cine. Por ejemplo, cuando dicen: “Cine documental”. ¿Qué es documental? Es como una etiqueta que se necesita poner porque parece que la gente se tranquiliza: sabe dónde ubicarlo. Pero este mundo de casilleros muchas veces funciona para desinformar, y no permite cierta libertad. Yo comprendo que, a veces, también necesitamos ciertos códigos para entendernos, pero también a veces esos códigos están puestos en personas o en expresiones artísticas que los trascienden.

–Gorriarena creía que no podía pintar en “momentos de extrema felicidad” ni en “momentos tremendos”. ¿Acaso el arte no nace de las emociones? ¿Cómo lo observa usted?

–Lo que pueda decir no es lo que él pensaba, pero me parece que hay momentos de extrema tensión en la vida de uno que, por ahí, está tan metido en la angustia o en la extrema felicidad, como él decía, que no le permite desarrollar ciertas ideas o ciertas cosas. Es como que la angustia o la felicidad te tapan tanto que no ves otras cosas. Yo creo que él era un tipo que, en determinados momentos, le gustaba construir esas frases tajantes y sentenciosas. Una persona con la experiencia de Gorriarena y con la vida que había vivido me parece que se podía permitir ser sentencioso. El resumía en pocas palabras frases muy contundentes y muy extremas. Pero creo que también lo hacía como un acto de provocación. Estas encrucijadas en las que él nos ponía era para hacernos pensar. Esto que él decía acerca de que no podía pintar en momentos de extrema felicidad o en momentos tremendos son cosas que a uno le resuenan, le quedan y que le sirven para reflexionar. A lo mejor, no para darnos una respuesta ni un método.

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