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Sábado, 11 de septiembre de 2010

CINE › LEANDRO LISTORTI DIRIGIó LOS JóVENES MUERTOS, QUE PUEDE VERSE EN EL MALBA

Lo que queda después de la muerte

La idea de la película surgió cuando el director vio artículos periodísticos sobre una serie de suicidios de jóvenes en Las Heras, un pueblo de diez mil habitantes en Santa Cruz. Pero decidió que su ópera prima se alejara del documental tradicional.

 Por Ezequiel Boetti

¿Cómo filmar esa dimensión inconmensurable que es la muerte? ¿Es posible aprehenderla y amoldarla a la pequeñez de un fotograma? ¿De qué forma se retrata el vacío que lega a quienes la sobreviven? Esas son algunas de las cuestiones que Leandro Listorti aborda en su ópera prima Los jóvenes muertos, que se verá durante todos los viernes y domingos de septiembre a las 22 en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415). “Siempre me interesó el tema de la muerte y el misterio que hay alrededor”, le confiesa el director a Página/12. Listorti reconoce como piedra fundamental del proyecto los artículos periodísticos que ponían sobre la picota mediática una serie de treinta jóvenes suicidados durante la última década y media en Las Heras, un pueblo de 10 mil habitantes ubicado al nordeste de Santa Cruz. “Los leí y los recorté en 2001 o 2002. En ese momento pensé en hacer una película, pero no se me ocurría la manera: no quería hacer un documental con entrevistas a los sobrevivientes porque no es el tipo de películas que me gusta ver y tampoco me interesaba. En 2004 fui y saqué fotos. Dos años más tarde me decidí a hacerla, empecé a escribir y surgió la idea”, rememora el también programador del Bafici. “Cuando viajé, me di cuenta de que la muerte y el misterio eran irresolubles, y empecé a pensar en la relación de ese lugar con los hechos, y con la posibilidad de buscar ahí algunas respuestas. No sólo en relación con los suicidios sino en cómo esos hechos habían marcado el lugar”, reflexiona.

Los jóvenes muertos fue rodada durante diez días en fílmico de 16 milímetros, formato que “le da cierto atractivo y misterio a un lugar vacío, algo que no tiene el digital, donde todo es tan claro y puro”, según analiza el director. El film está lejos de los cánones tradicionales de los documentales de investigación: si éstos procuran reconstruir una cadena de sucesos fácticos basándose en testimonios de allegados al caso en cuestión, Listorti brinda una variopinta galería de planos fijos de los inhóspitos paisajes patagónicos, donde el protagonismo recae en el vaivén de los extractores de petróleo, combustible de la economía regional, y en la omnipresencia de un viento apenas matizado por las escasas voces en off que contextualizan el relato. “Sabíamos que el sonido iba a ser importante porque era un contrapunto para que agregara todo lo que la imagen no brindaba”, asegura el cineasta.

–¿Cómo marcaron esos hechos a la población?

–Cada uno reacciona diferente con el tema de la muerte y los suicidios. Leyendo y hablando con ellos, entendí que a veces es tabú porque no saben cómo encararlo, o creen que es mejor no hablar para no generar cierto interés o efecto negativo, pero a la vez son cosas que suceden. Silenciarlo no permite que se pueda pensar. Creo que sí se puede hablar, pero con consideraciones al respecto. De todas formas, la película no es tanto sobre los suicidios como sobre otras cosas.

–¿Entre esas otras cosas está la muerte en general?

–Sí, sobre la muerte y qué es lo que queda después. Podrían no haber sido suicidios y de todas formas la película tendría sentido. Pero los suicidios le agregan una especie de misterio acerca del porqué. Creo que acentúa la búsqueda de razones o pistas de la gente que estuvo ahí.

–Usted habla del legado y de lo queda después. ¿No temió la posibilidad de no poder captarlos con una cámara?

–Sí, de hecho tampoco estoy seguro de haberlo hecho. En la película hay varios intentos por capturar eso y probablemente algunos funcionen mejor que otros. Pero me gustaba el desafío de hacerlo sin la certeza de si iba a funcionar y me ilusionaba que, si llegaba a funcionar, podía estar bueno. Eso me generaba una sensación que me gusta como espectador, que es la de estar mucho más activo, que no se trate simplemente de ver qué pasa.

–En ese sentido, la película requiere un complemento del espectador.

–Las quejas que he recibido son sobre lo demandante que es la película. Más allá del tema, que puede resultar pesado, está bueno que el espectador pueda pensar y trabajar. Además, no se agota en una primera visión. Cada vez que la veo, descubro cosas que no había visto antes, pienso constantemente en la relación entre las imágenes.

–La película transmite la sensación de que el protagonista es el viento, que lo único que hay ahí es eso. ¿Cómo trabajó ese aspecto?

–Es una presencia muy importante porque genera muchísimos ruidos. En Buenos Aires no estamos acostumbrados a escuchar la variedad de sonidos que puede generar el viento: es un mundo nuevo. Me parecía interesante que eso les diera vida y presencia a todas esas imágenes más bien vacías. Por otro lado, debía decidir qué partes de cada entrevista usar. Me daba la sensación de que esa gente hablando interrumpía algo que estaba pasando con las imágenes, y traté de usar ese recurso al mínimo posible. Las imágenes funcionaban mejor con esos sonidos naturales que con la presencia de la gente contando.

–Esa ausencia de seres humanos hace de Las Heras una ciudad aparentemente maquinal.

–Es un pueblo del sur donde en invierno hay mucho viento y es común que la calle esté casi vacía. Pero sí fue una decisión hacer planos donde no hubiera gente. Cuando armábamos una pequeña puesta la idea era, por un lado, que no aparecieran personas hablando a cámara y, por el otro, reducir la gente que pasara caminando o en autos. Tratábamos de controlarlo. El primer pensamiento que se relaciona con eso es el tema de la ausencia, pero también me imaginaba qué hubiera pasado si esos suicidios seguían hasta que no quedara nadie. Es un proceso raro que se da cuando se muere la gente más joven antes que la mayor, cuando se rompe una cadena natural. También está el hecho de que las máquinas siguieran funcionando a pesar de que la gente no estuviera, como si toda esa estructura de extracción sobreviviera a los pobladores como su único legado.

–Por lo que dice, se trata de una película bastante catártica donde expuso sus miedos en pantalla.

–La muerte siempre fue un tema interesante. El cine da la posibilidad de captar o tratar de representar cosas que de otra manera no se pueden, como la ausencia o el vacío. Otras artes son menos proclives a eso. El cine tiene la cuestión del tiempo y de que uno está ahí, y me parece que es más fácil buscar estas cosas. Es una mezcla de catarsis y de ver hasta dónde se podía llegar.

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Listorti decidió filmar muchos planos sin presencia humana.
Imagen: Sergio Goya
 
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