CINE › FESTIVAL INTERNACIONAL DEL NUEVO CINE LATINOAMERICANO EN LA HABANA
La película José Martí: el ojo del canario, del cubano Fernando Pérez, fue hasta ahora una de las más celebradas de la muestra. No intenta ser una biografía política del poeta, sino que aborda, en clave ficcional, los momentos más relevantes de su infancia y adolescencia.
› Por Oscar Ranzani
Desde La Habana
Asistir a la presentación del film José Martí: el ojo del canario en Cuba fue un acontecimiento único, irrepetible y por qué no histórico. La película dirigida por el cubano Fernando Pérez fue una de las más celebradas hasta el momento en el 32º Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano y seguramente será tenida en cuenta por el jurado a la hora de elegir las premiaciones. El público manifestó su agrado con un aplauso ensordecedor que significó una aceptación unánime del film. Pero José Martí: el ojo del canario no es una biografía del héroe de la lucha por la independencia sino que, en clave de ficción, aborda los momentos más relevantes del poeta durante su infancia y adolescencia, antes de que Martí llegara a ser quien finalmente fue; es decir, traza una mirada alejada del bronce sobre el aspecto más desconocido, aun por la sociedad cubana. Consultado por Página/12, Pérez reconoció que la etapa de Martí que narra su película “es muy poco conocida en Cuba”. Aunque aclaró que no le gustan las generalizaciones, admitió que “es la menos conocida porque es de la que menos información hay. Generalmente, en las escuelas se da una visión de Martí mucho más cristalizada, un Martí pensador, perfecto”.
Con una ambientación excepcional que reconstruye la época de la colonia, el film de Pérez comienza narrando la infancia tormentosa de Martí, una etapa muy dura dentro de una sociedad de amos y esclavos, y en el seno de una familia muy rígida, dueña de contradicciones, especialmente por la personalidad autoritaria de don Mariano, el padre de Martí, que contrastaba con la ternura de su madre. Martí era un niño tímido, según se desprende de la trama, y sensible al maltrato de las personas y de los animales. El tránsito de la niñez a la adolescencia muestra los descubrimientos típicos de esa etapa de la vida en un chico cuyo crecimiento espiritual fue parejo al biológico. Y, sin dudas, fue un momento determinante en la vida de Martí: el de la aprehensión del mundo y sus contradicciones e injusticias, lo que terminó por consolidar la sensibilidad que lo caracterizó de adulto.
Este film forma parte de la serie “Libertadores”, de la cual ya se han realizado otras tres películas: sobre Miguel Hidalgo en México, sobre José de San Martín en Argentina y sobre José Gervasio Artigas en Uruguay. Pero está claro que la idea de Pérez no fue hacer una biografía de Martí. “Cuando me propusieron el proyecto, yo lo acepté pero dije qué película haría”, señaló Pérez en conferencia de prensa. “¿Por qué decidí abordar la infancia y la adolescencia? Porque sigo pensando que en el Martí adulto, su dimensión es de una gran complejidad. No sólo la suya como personalidad sino la de su contexto. Y yo al menos no me siento capaz de abordarlo en una película”, dijo el director con sinceridad.
Todo el proceso de rodaje “partió de sentir a Martí de una manera muy personal. De hecho, fue la primera vez que escribí un guión sin la colaboración de un guionista, porque sentía que eso tenía que partir de mi subjetividad”, explicó Pérez. También relató que el trabajo duró tres años, uno de los cuales fue solamente de investigación; luego hubo una extensa prefilmación con todo el equipo, para desembocar finalmente en el intenso trabajo de rodaje. “Y rescato también la entrega de los actores que también fue muy intensa”, reconoció Pérez. Por otro lado, el cineasta dijo que la de Martí “es una historia inacabable”, dejando abierta la puerta para que otros realizadores tengan en cuenta otras etapas de la vida de Martí para llevarlas al cine. En cuanto al legado de Martí en la Cuba del siglo XXI, Pérez eligió estos aspectos: “El sentido libertad y el ejercicio del criterio propio. Y la lucha por la espiritualidad”.
El festival de La Habana también presentó la argentina Rompecabezas, ópera prima de Natalia Smirnoff, único largometraje nacional que participó en la competencia oficial del Festival de Berlín 2010, y estrenado en abril de este año en Argentina. La protagonista, María Onetto, interpreta a un ama de casa que está por cumplir 50 años. Cuando su familia le festeja el cumpleaños, le regala un puzzle. Un juego tan simple le terminará provocando un descubrimiento personal que la llevará a caminos inexplorados hasta ese momento y a lograr, a su vez, mayor plenitud en su vida. “La película fue muy convocante, estaba el cine lleno, con capacidad para novecientos espectadores”, comentó Onetto a Página/12. “Esta experiencia que todos cuentan de que la gente va comentando en la función, acompañando con sonidos o con exclamaciones lo que va pasando en el film, también sucedió con Rompecabezas”, agregó la actriz que es conocida en Cuba por su actuación en La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel. “La verdad es que para mí, la situación tuvo mucha emoción. Era la primera vez que la veía con tanta gente.” Onetto comenta que antes de venir a Cuba, pensó que el mundo que narra el largometraje de Smirnoff podía interesarle al público de la isla porque “sabía que acá se dice que el deporte nacional en Cuba es el dominó. Sé que el tema de los juegos de mesa, del compartir un juego, es una situación conocida y practicada por los cubanos”.
Unico largometraje latinoamericano presentado en el Festival de Venecia, Post mortem, del chileno Pablo Larraín, también compite en La Habana. Inspirado en una historia real, presenta a Mario Cornejo, un hombre solitario a quien la vida política de su país no parece interesarle demasiado. Mario trabaja en la morgue, donde su misión es tipear a máquina los informes de las autopsias. Con un rostro imperturbable, quizá producto del acostumbramiento, Mario no sufre los relatos de los tanatólogos que le dictan con la precisión de un cirujano. Durante los días previos al golpe del 11 de septiembre de 1973, Mario se enamora de Nancy, una bailarina de cabaret. Al parecer, esa mujer podría llegar a cambiar la monotonía de su vida y darle un sentido mejor a su existencia. Pero esa mañana trágica hay un allanamiento en la casa de Nancy, ella desaparece de un modo extraño, y Mario comienza a buscarla desesperadamente. Sin quedarse solamente en el retrato histórico, Post Mortem invita a reflexionar sobre lo que significó la dictadura en Chile. El film de Larraín no cae, por suerte, en el morbo. Aunque el riesgo estaba latente; de hecho, se muestra cuando, tras el golpe, la morgue comienza a llenarse de cadáveres, incluso el de Salvador Allende. La imagen de la autopsia del presidente chileno muestra una situación macabra, pero la cámara de Larraín mantiene la suficiente distancia como para que la escena no resulte más desagradable de lo que es de por sí. ¿Un film político? Sí, pero no panfletario.
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