Viernes, 4 de marzo de 2011 | Hoy
CINE › EL REALIZADOR KAMAL ALJAFARI PRESENTA SU FILM PORT OF MEMORY, RODADO EN JAFFA
Según Aljafari, “una de las motivaciones para hacer esta película es el sentimiento de injusticia, la sensación de estar fuera de lugar e incluso fuera del discurso cinematográfico”. El film integra un ciclo que se inicia hoy en la Sala Lugones.
Por Ezequiel Boetti
Ubicada al sur de Tel Aviv, Jaffa supo ser, hasta la mitad del siglo pasado, la mayor ciudad árabe del Mandato británico palestino, con cien mil habitantes y una economía pujante por las bondades de su puerto, uno de los más antiguos del mundo. Hoy, después de seis décadas de conflictos armados con Israel, el panorama es distinto: “Cuando terminó la guerra de 1948 quedaron entre 2 mil y 3 mil personas. En la literatura palestina, Jaffa se convirtió en un poderoso símbolo de la desposesión y el exilio”, asegura el realizador palestino Kamal Aljafari, entrevistado vía mail por este diario. Su segunda película, Port of Memory –que integra la muestra “Filmar al otro: documental de creación francés” que comienza hoy en la Sala Leopoldo Lugones (ver recuadro)– aborda las vicisitudes cotidianas de una familia de Ajami, uno de los barrios más pobres de la ciudad: “Mis películas son sobre la Jaffa de hoy. La nostalgia por la Jaffa del pasado está oculta, pero se siente”.
Estrenada en el Festival Cinéma du réel del Centro Georges Pompidou de París, Port of Memory tiene su punto cero en el conflicto por una casa: de un lado, el poderoso Estado que afirma que la propiedad está ocupada ilegalmente desde hace más de cuarenta años. Del otro, Salim y Fatmeh (Salim y Fatmeh Bilbesi, tíos del director), supuestos ocupantes que afirman no ser tales: que la casa es de ellos y que tienen los papeles a su favor. Pero la documentación no está bajo el poder de la pareja, sino del de su impávido abogado, quien con una frialdad escandalosa asegura haberlos perdido. De allí en más Aljafari se dedica a mostrar la tensa cotidianidad de la espera. La inclusión de su familia enmarcada en un film, cuya temática lo toca de cerca –nació en 1972 en Ramallah–, implica una fuerte impronta de recuerdos y vivencias personales, tendencia que ya se vislumbraba en El techo (2006), su film anterior, donde retornaba a la casa de sus padres y abuelos. “No tengo la intención de filmar mi autobiografía, pero por supuesto que hay elementos autobiográficos. Las películas son una búsqueda de lo que se parece a mi país perdido. El filósofo Theodor Adorno decía que para un hombre sin país, escribir se convierte en un lugar donde vivir. Yo diría que para un palestino el cine es un país”, argumenta.
–Usted mezcla documental, ficción y memoria personal. ¿Cómo trabaja con los tres elementos? ¿Cómo logra equilibrarlos?
–Realmente no pienso en el documental y la ficción como dos mundos separados, y desde luego que no dejo que esas definiciones controlen mi trabajo. Simplemente registro lo que hay en mi entorno más cercano, pero no soy un documentalista. No es fácil de definir la frontera entre lo real y lo irreal, entre lo que vemos e imaginamos. La vida está llena de elementos fantásticos y no veo por qué tenemos que establecer una frontera al momento de filmarlos. Esa mezcla se acerca más a la vida. El cine es una expresión personal, y si capturo algo con la cámara es porque me conmovió. El equilibrio lo da mi voz interior, la escucho y la sigo. Fallé cada vez que escuché a alguien más. Siempre hay mucha gente involucrada en un rodaje con opiniones diferentes, y siempre hay que volver a la voz interior para encontrar el camino.
–¿Considera a Port of Memory un film político?
–Una de las motivaciones principales para hacer esta película es el sentimiento de injusticia, la sensación de estar fuera de lugar e incluso fuera de un discurso cinematográfico. Todas las imágenes tienen una carga política, incluso en la forma precisa y cuidadosa con que el personaje principal conduce su coche, en cómo Fatmeh y su hermana hacen la cama, en la forma tan rítmica y musical de lavarse las manos. Como si ellos dijeran: “Existimos, aún estamos vivos”. Veo poesía en cada detalle de su vida cotidiana, en cada gesto. Lo que me motiva es el creer en una causa justa.
–¿Cree que el final es esperanzador?
–No lo sé. Jaffa está cada día más distanciada de sus habitantes, se está aplicando una política similar a la que se hace en Jerusalén y otras ciudades. Aquí es aún más peligroso porque nadie mira ni cuenta las viviendas palestinas destruidas ni las que construyen los israelíes. Ahora puedo decir que hacer una película en Jaffa es una expresión de esperanza y recuperación del suelo porque mis personajes fueron arrancados dos veces: en la realidad y en el cine.
–Un crítico dijo que su película era una “reflexión sobre lo absurdo de estar presente y ausente al mismo tiempo”. ¿Está de acuerdo con esa definición?
–Nací en mi patria, pero crecí como un inmigrante. Esta experiencia de desorientación marca todo mi trabajo creativo, incluso después de que abandoné el país. Cada vez que me encuentro con un palestino en cualquier rincón del mundo me presento como “del interior”. En árabe “el min Dakhel” tiene una resonancia especial para los oídos palestinos. Se refiere a los que no fueron expulsados de su patria cuando Israel nació en 1948 y, por lo tanto, no viven en la diáspora, como sí ocurre con la mayoría de sus familiares. Port of Memory puede leerse como una crónica de retorno tanto desde el presente hacia el pasado como del exterior al interior, y viceversa. Yo soy y no soy, yo estoy en mi patria y no estoy.
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