Miércoles, 30 de marzo de 2011 | Hoy
CINE › OSKAR SANTOS DIRIGIó EL MAL AJENO, QUE SE ESTRENARá MAñANA
La película sigue a un médico que se ha insensibilizado tras trabajar con pacientes terminales, hasta que un atentado hace que descubra que tiene un poder sanador sobrenatural. “¿Se puede vivir sin que nada y nadie te importe?”, plantea el director español.
Por Oscar Ranzani
Siempre se ha dicho que para ser médico hay que tener mente fría. Pero Diego, el protagonista de El mal ajeno, ópera prima del español Oskar Santos, se va al otro extremo. Nada lo conmueve, luego de asistir a enfermos terminales. El primer film de este cineasta –producido por su coterráneo Alejandro Amenábar– comienza de esa manera, con un ser insensible que si el espectador no supiera que es doctor, no podría entender el grado de gelidez que tiene frente a la vida. Y frente a la muerte. Hasta que un día, una enferma de esclerosis múltiple entra en coma luego de un intento de suicidio y su novio, desesperado porque Diego (Eduardo Noriega) le dice que no hay mucho que hacer, lo espera en un estacionamiento y le dispara. Desde ese momento, Diego cambia. Es que este hombre, además de recibir balazos, se da cuenta de que tiene un don especial, sobrenatural, pero el precio por poseerlo y por ponerlo en práctica va a ser muy alto. El mal ajeno –que se estrena mañana– tiene estructura de thriller, pero al incorporar el elemento fantástico se inclina hacia el drama que le toca vivir al protagonista.
En diálogo telefónico con Página/12, desde España, Santos comenta que la génesis de la película fue hace mucho tiempo. “Tenía la idea de una historia de la sanación y de un médico que vivía un poco ese conflicto, pero para ese proyecto no conseguí dar con un guión y se quedó en el limbo”, dice. “Pero más tarde, como soy muy amigo de Daniel Sánchez Arévalo, el guionista de la película, le conté la historia. Le gustó mucho y me dijo que quería escribirla. Y a los productores les pareció muy bien, porque Daniel es un director y guionista muy conocido y muy bueno. Entonces nos pusimos a desarrollar la historia.” El realizador también afirma que es amigo de Amenábar –director de Mar adentro, entre otros largometrajes– desde los tiempos en que ambos estudiaban en la universidad. “El estaba al tanto de la historia, le gustaba mucho, y cuando supo que Daniel era el encargado de escribirla, me dijo que quería leer el guión. Como lo conozco, sabía que iba a impulsar el proyecto, que fue lo que finalmente hizo”, agrega Santos.
–¿Cree que El mal ajeno habla tanto del dolor físico como del emocional?
–Habla sobre todo del dolor emocional. Y habla del dolor emocional a través del dolor físico, a través de este doctor que trabaja en una unidad del dolor donde atiende a gente que tiene enfermedades muy complicadas. Es un trabajo bastante duro y complicado. Nosotros queríamos dar a entender que, de alguna manera, no hay dolor comparable al emocional, como el de la pérdida de un ser querido, por ejemplo. Lógicamente, los dolores físicos son también tremendos y terribles, pero la sensación de vacío en el dolor emocional es muy fuerte. Por eso, es también así el viaje del personaje, un doctor que se ha “inmunizado” ante el sufrimiento ajeno, una práctica bastante habitual y recomendable en los médicos. Pero él no ha sabido llevarlo bien y esa “inmunidad” le afecta su faceta personal.
–Justamente la película parece plantear un dilema propio de la naturaleza humana: “Cuanto más lejano sea el dolor de quien lo padece, menos me importa”. ¿Es así? ¿Eso quiere indicar el título?
–Tal como veo la vida, el ser humano es egoísta por naturaleza, pero lo es porque tiene que serlo. Uno no puede erigirse en salvador del mundo. Nadie se alegra del mal ajeno: cuando hay un terremoto o una desgracia, afecta a todo el mundo. Pero nada es comparable a cuando esa tragedia te toca de cerca. Es algo un poco obvio, pero es lo que nosotros queríamos remarcar. Por otro lado, no queríamos que la película fuera un drama oscuro, tremendista, porque el mundo de la enfermedad es muy duro. Nosotros creemos que el dolor también significa que estás vivo: tienes una posibilidad, sigues aquí. Es lo que le pasa al protagonista: al principio, nada le duele ni le afecta porque no siente nada. Según va avanzando la historia, él va recuperando sus emociones y empieza a sufrir, pero por otro lado se siente vivo.
–Si bien tiene una estructura cercana al thriller, la película combina elementos de varios géneros, como el fantástico y el drama. ¿Cómo la definiría usted?
–En ese sentido, es una mezcla complicada. El elemento fantástico es un poco el motor, el vehículo que utiliza la película para poder contarse. Pero lo que verdaderamente nos importa es el drama que ocupa la historia en el tercio final. Empieza como un thriller, y hay un momento en que el humor tiene mucho protagonismo, porque creímos que era muy importante para no ahogar al espectador. Tiene que ver con que yo, manejando un tema fantástico, soy muy escéptico por naturaleza, y me apetecía que tuviera un tono muy realista. Por eso, todos los personajes tienen una composición muy naturalista, muy de bajar todo a tierra, y ver cómo ese hecho extraordinario afecta a gente ordinaria. Me apetecía mucho esa difícil combinación. Traté el tema de una forma parecida a El protegido, de Night Shyamalan, que fue una película muy referencial porque se acercaba al tema que me interesaba: de una forma lo más hiperrealista posible se toca un tema puramente fantástico.
–¿Usted cree en el poder sobrenatural de la sanación?
–No, no creo en milagros, religiones ni supersticiones. Soy bastante escéptico por naturaleza. Es curioso, porque tampoco creo en fantasmas y, sin embargo, todas las historias que hice tienen un componente sobrenatural. No sé muy bien por qué me atrae tanto. Me gusta el género y me parece un punto de partida interesante para crear historias que, al final, van a lo humano. Dimensionan todo, lo llevan a un punto que lo hace muy interesante. Para mí, el cine debe ser principalmente un entretenimiento. A partir de ahí, lógicamente me gusta que las películas tengan un contenido, una cierta profundidad. Pero, para nosotros, lo más importante era que el viaje fuera lo más entretenido posible. Para eso, el género es muy agradecido. El terror, el thriller, lo fantástico siempre hacen que al espectador le sea un poquito más digerible.
–¿La idea fue también mostrar el cambio en Diego, que pasa de no expresar sus emociones a no contenerlas?
–Más que no contenerlas, diría que a poder vivirlas de nuevo. Nosotros decíamos que era algo que estaba en estado latente dentro de él. El sentía que lo había perdido todo, que ya nada le importaba, pero, ¿se puede vivir sin que nada y nadie te importe? Es algo que nos preguntamos al hacer la película. Para nosotros la respuesta es obvia: si nada o nadie te importa, la vida aparentemente no tiene mucho sentido.
–¿Y buscó reflexionar sobre la profesión del médico?
–Sí. Esa fue una de las ideas. Como queríamos tener a alguien que tuviera un don de la sanación, nos pareció que era muy jugoso que precisamente se le diera el don a aquel que tiene que curar a través de la medicina.
–¿Cómo fue el trabajo de investigación sobre el universo de los médicos?
–Divertido, porque es un mundo muy cinematográfico, que da mucho juego, y para el guión nos documentamos con varios médicos de distintas disciplinas. Insistí mucho para que en el rodaje hubiera enfermeros reales que rodearan a los actores, porque eso siempre acaba de darle mucha verdad a todo. Entonces, no sólo ayudaron a coordinar todas las secuencias médicas, de urgencia o tal, sino que también ayudaron a los actores a empaparse. Luego, Eduardo Noriega estuvo bastante tiempo con médicos de la unidad del dolor haciendo consultas. Es un mundo tremendo y resulta muy difícil ejercer la medicina en determinadas disciplinas. Por ejemplo, la unidad del dolor es durísima, porque casi todos los enfermos son terminales o crónicos. Todo eso te va empapando. Queríamos también ser lo más respetuosos posibles. Siento honestamente que la película es respetuosa. Vuelvo a verla y entiendo que el acercamiento que se hace al dolor, a la enfermedad, al sufrimiento, está logrado. No sentí que habíamos sido superficiales o banales.
–¿Y cómo trabajó la puesta visual para no caer en el morbo?
–A pesar de que quería una película lo más realista posible, deseaba que tuviera un valor cinematográfico. Entonces, a través de la dirección artística, pero sobre todo de la fotografía, se intentó darle al film un ambiente lo más cinematográfico posible, sin que pareciera un hospital imposible, que la gente no lo reconociera. Pero eso, en contraste con las expresiones que son más naturalistas, fue una combinación. Y en cuanto a no caer en el morbo y todo eso, para mí era muy sencillo: en los momentos de operaciones me interesaban las reacciones de los personajes, no poner la cámara para que se viera la sangre. Es verdad que hay un par de momentos puntuales de la historia donde creí como director que había que mostrarlos porque eran muy crudos, pero nunca me gustó en el cine que el director meta el dedo en el ojo. No me gusta.
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