Los músicos de la segunda mitad del siglo XX no tuvieron una relación fluida con la ópera. Sindicada como la rama más conservadora en una época que condenaba todo lo que no fuera revolucionario e identificada con los hábitos más superficiales del público burgués, en un período que entronizó lo abstracto como verdad superior y la complejidad lingüística como religión, logró, sin embargo, sobrevivir. Y no sólo eso. Tal vez no haya habido otra época en la que se escribiera tanto para el teatro y en que un género proliferara de tal manera en múltiples direcciones. Y, además, no hubo compositor, entre los importantes, que no hiciera su experimento, a favor o en contra de esa tradición.

El Gran Macabro, compuesta por György Ligeti entre 1975 y 1977 y reescrita en diez meses de 1996, es una de esas óperas centrales en su marginalidad y, por otra parte, una de las que se incluyeron con mayor facilidad en el canon de los grandes teatros. Estrenada, en su segunda versión, en una coproducción entre el teatro Châtelet parisiense y el Festival de Salzburgo, con puesta de Peter Sellars, parte de una especie de singspiel, u ópera popular, y coquetea con un cierto espíritu de cabaret, aunque, desde ya, sus dificultades están muy lejos de la opereta o cualquiera de sus satélites. Es, en todo caso, una obra donde lo teatral resulta de suma importancia y, precisamente, en las correcciones realizadas por su autor mucho tuvo que ver la decepción frente a las dificultades para actuar (para actuar bien, se entiende) de la mayoría de los cantantes, lo que derivó en que gran parte de las escenas dialogadas se convirtieran en musicales.

El Teatro Colón había programado esta obra como apertura para la temporada operística de este año. La puesta elegida fue la de La Fura dels Baus, presentada en coproducción con los teatros de la Monnaie de Bruselas, de la Opera de Roma, la English National Opera de Londres y el Liceo de Barcelona. La prolongación del paro que comenzó a fines del año pasado y la falta de una solución por parte de las autoridades derivó en la suspensión de actividades por parte de las orquestas del teatro. Como consecuencia, la dirección del Colón optó por presentar la obra a manera de ensayos abiertos y recurriendo a una adaptación de la partitura para dos pianos, órgano y percusión. Dichos ensayos, que tendrán entrada gratuita pero respetando la prioridad de quienes tuvieron abono al Colón el año pasado (los abonos de este año no pudieron ser puestos en venta), serán hoy a las 20.30, el domingo 3 de abril a las 17 y el miércoles 6 y el viernes 8, nuevamente a las 20.30.

La dirección escénica es de Alex Ollé y Valentina Carrasco, la conducción musical es de Baldur Brönnimann, el diseño de escenografía de Alfons Flores, el de vestuario de Lluc Castells y el de iluminación de Peter van Praet. Esta obra fuertemente alegórica, en la que se cuenta una falsa profecía sobre el fin del mundo, será protagonizada por Susanna Andersson, Ilse Eerens, Frances Bourne, Sebastiano De Filippi, Alejandro Meerapfel y Christian Peregrino. La versión, que contará con la participación del Coro Estable del Colón, que dirige Peter Burian, reemplaza la orquesta por un grupo integrado por los pianistas Eduviges Picone y Robert Houssart, Cecilia Fracchia en clave y celesta, César Bustamante en órgano y los percusionistas Diana Melo Reyes y Eduardo Caicedo.