Jueves, 5 de mayo de 2011 | Hoy
CINE › SECUESTRO Y MUERTE, DIRIGIDA POR RAFAEL FILIPPELLI
Con guión de Mariano Llinás, David Oubiña y Beatriz Sarlo, el film cierra una suerte de trilogía del director sobre la violencia política en los ’70. El enfrentamiento trágico entre dos visiones antagónicas es el núcleo temático de una película que remite al “caso Aramburu”.
Por Luciano Monteagudo
En el comienzo, fue el libro de Beatriz Sarlo, La pasión y la excepción. De allí proviene la idea original, el disparador de Secuestro y muerte, la película de Rafael Filippelli que –con Hay unos tipos abajo (1985) y El ausente (1996)– viene a cerrar una suerte de trilogía sobre la violencia política durante la década del ’70. Los hechos son bien conocidos y remiten al secuestro, juicio sumario y ejecución de Pedro Eugenio Aramburu, en la primera acción pública de Montoneros, a fines de mayo de 1970. Pero el film de Filippelli omite deliberadamente nombres propios e identificaciones fisonómicas para elaborar una abstracción, para concentrarse en lo que el propio director ha denominado “una suerte de destilado de una época, una filosofía del poder como se la entendía en determinado período”.
De hecho, esta deliberada ficcionalización de acontecimientos no sólo reales sino de importancia histórica (y sobre los cuales hay abundante documentación) comienza como una representación, con los personajes como actores, preparándose en sus camarines. Una mujer morocha se calza una llamativa peluca rubia, dos hombres jóvenes se visten con uniformes militares mientras un tercero se disfraza de sacerdote. Cuando aparecen en escena, metralletas en mano, su antagonista también lo hace, dándoles inadvertidamente los últimos ajustes a su austero traje gris de tres piezas, signo de su rango e investidura social. En ese comienzo tan lacónico como preciso, que coincide con los títulos del film, ya se presentan quienes serán los agonistas de la tragedia que se representará a continuación.
El único escenario es el interior de una casona perdida en medio del campo. Nadie lo enuncia, pero es lo que luego se conocerá como “cárcel del pueblo”. La película, sin dejar de ser realista, tiende a una estilización abstracta: el formato de pantalla ancha resalta las paredes desnudas, el despojamiento de la escenografía, donde progresivamente sólo irá quedando espacio para las palabras. El estupendo trabajo de cámara de Fernando Lockett consigue acercarse a los personajes sin ahogarlos en el cuadro, así como el montaje de Alejo Moguillansky deja respirar las escenas, que nunca se precipitan al corte, sino que van adquiriendo su propio pulso, como ese momento en que uno de los captores atiende por la ventana a lo que sucede en el exterior mientras describe lo que ve a sus compañeros del interior, concentrando en ese único plano tres acciones diferentes.
En este sentido, Secuestro y muerte seguramente es el film más ajustado, más clásico de Rafael Filippelli, de puesta en escena más clara y transparente. Se puede discrepar quizá con las actuaciones, con el tono seco y monocorde que impera en todos los intérpretes, pero esa uniformidad no hace sino confirmar lo deliberado del recurso, con el que el film decide tomar distancia del naturalismo al uso en la mayoría del cine argentino. Allí también se tiende a la abstracción, a rehuir la identificación con los personajes, a concentrarse en lo que sería el núcleo del film: el enfrentamiento trágico entre dos visiones no sólo antagónicas sino ciegas la una a la otra de un determinado momento político.
Pero, paradójicamente, es más fácil pelearse con el guión, porque no sólo conviven allí estilos y recursos muy distintos (el relato en off de un personaje, por ejemplo, que desaparece caprichosamente) sino también porque esa diversidad tiene consecuencias sobre los personajes. Los interrogatorios al general, escritos evidentemente por Sarlo, tienden a una gravedad que parece tener muy en cuenta (por momentos quizá demasiado) el destino histórico del acontecimiento. Por el contrario, quizá para equilibrar la solemnidad de esas escenas, los diálogos casuales de los captores en sus momentos de distensión, escritos seguramente por Mariano Llinás y David Oubiña, abundan en chistes, juegos intelectuales y banalidades.
Lo que sucede en ese choque es que falta un equilibrio dramático entre unas y otras escenas, así como falta también una valoración más equitativa entre las fuerzas en pugna. Mientras el general se muestra como un hombre sabio, sereno, articulado y complejo en su discurso, sus captores, por el contrario, casi parecen hacer alarde de su sordera y su estrechez de miras, por no mencionar también su frivolidad. Para una película que aspira a tener en su centro una batalla dialéctica sobre conceptos tan encontrados como revolución y dictadura, justicia popular y responsabilidad histórica, los contrincantes terminan siendo demasiado desiguales, al punto de que la pelea parece vendida de antemano.
7-SECUESTRO Y MUERTE
Argentina, 2010.
Dirección: Rafael Filippelli.
Guión: Mariano Llinás, David Oubiña y Beatriz Sarlo.
Directora asistente: Inés de Oliveira Cézar.
Arte: Cecilia Figueredo.
Fotografía: Fernando Lockett.
Montaje: Alejo Moguillansky.
Sonido: Jesica Suárez.
Producción ejecutiva: Saula Benavente.
Intérpretes: Enrique Piñeyro, Alberto Ajaka, Esteban Bigliardi, Agustina Muñoz, Matías Umpiérrez.
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