CINE › PIRATAS DEL CARIBE: NAVEGANDO AGUAS MISTERIOSAS
En la cuarta parte de la saga, Johnny Depp vuelve a ponerse al hombro el ya clásico personaje. Pero con el cambio de director –Rob Marshall en lugar de Gore Verbinsky– esta interminable historia de piratas perdió algo de su espíritu lúdico y ganó en grandilocuencia.
› Por Horacio Bernades
En la cuarta Piratas del Caribe no están la bella Keira Knightley ni el impávido Orlando Bloom, pero lo que más se siente es la ausencia del monito. La tripulación del Perla Negra se dispersó, incluido el mono capuchino al que el capitán Sparrow dice odiar, por más que sus monerías lo diviertan tanto como a cualquiera. O más. Al fin y al cabo, Sparrow también vive haciendo monerías. No por nada el mono se llama Jack, igual que él. Sparrow reaparece aquí, porque sin él la saga no existiría, y se reencuentra con algunos viejos amigos. Y enemigos. El que no reaparece –salvo en versión miniaturizada, producto de alguna clase de sortilegio y anticipo de que la próxima vez sí estará– es el monito, y a Piratas del Caribe: Navegando aguas misteriosas se le nota la falta. En sentido real y, sobre todo, figurado.
Cuando estaba a punto de ordenar su ejecución, el rey Jorge (Richard Griffiths le da a George el repulsivo aspecto de un sapo agigantado) cambia de idea, encargando a Sparrow la busca de la legendaria Fuente de la Juventud, que se hallaría en una lejana isla. Hay competencia para el trofeo y eso es lo que mueve al rey: la Armada Real española, enemiga mortal de la Royal Navy, también anda en busca de la mítica fuente. Al enterarse de que deberá ponerse a las órdenes de su odiado Barbossa (Geoffrey Rush), Sparrow rechaza el convite, subiéndose en cambio a otra nave legendaria. Como que su capitán es el capitán Edward Teach, que no será muy conocido por su nombre de nacimiento pero sí por el seudónimo de Barbanegra (un temible Ian McShane). Barbanegra tiene una hija, corsaria valerosa y despampanante, que se trenzará con Sparrow en batallas de espadas y escotes: la española Angélica (Penélope Cruz, con reflejos y su mejor inglés de la Puerta del Sol). Todos juntos ponen proa hacia la remota isla, viéndoselas en el camino, como nuevos Odiseos, con grandotes zombificados, ritos vudúes, sirenas sin pezón (sin público de niños, la saga perdería plata), sortilegios mágicos y todo lo que 200 millones de verdes doblones pueden comprar.
El monito que le falta a Navegando aguas misteriosas es Gore Verbinsky. Sin ser un genio, el director de las tres primeras Piratas tiene el suficiente feeling de comedia (Rango lo confirma) como para darle algún respiro a lo que de otro modo sería sólo una maquinaria sobredimensionada y sobreescrita. Aunque, curiosamente, no sobreactuada. Mérito sobre todo de Johnny Depp, que en las trenzas, collares, hablar mordido y andar resacoso de Sparrow encontró –después de Ed Wood y Willie Wonka– a su personaje más colorido. Verbinsky partió más allá del Caribe y lo sucede Rob Marshall, cuya especialidad son justamente –tal como lo recuerdan Chicago, Memorias de una geisha y Nine– las puestas aparatosas. Lo peor de Piratas del Caribe se ve entonces reforzado, mientras lo mejor –el espíritu lúdico, impuesto por el dúo Verbinsky/Depp– prácticamente desaparece, por mucho que Sparrow siga afecto al rimmel y los grititos como de Lesley Ann Warren en Víctor Victoria.
Con unos personajes que se la pasan hablando sobre lo que van a hacer o comentando lo que acaban de hacer, la medida de Piratas del Caribe 4 la da el hecho de que la escena en la que aparece Keith Richards, como padre de Sparrow, la podría haber hecho cualquiera y habría dado lo mismo. Otra vara para medir la eficacia de esta cuarta parte son los personajes nuevos, que en toda saga se usan siempre para redisparar la trama, o como simple relleno. En el caso de Navegando aguas misteriosas, tanto Barbanegra como su hija y un misionero que viaja con ellos están más del lado del relleno que del gatillo. Por el lado de Penélope Cruz, confirmado que Almodóvar es el único que sabe extraer de ella algún jugo, con perdón por la metáfora de licuadora. Por mucho que se luzca en los primeros planos, por más que en las escenas de acción se haya logrado disimular su panza de varios meses, a “Pe” no le sobra garra y aquí queda ratificado.
Garra es lo que le sobra al británico McShane, conocido sobre todo por la serie Deadwood. Personaje no le falta, como que se trata del pirata cuyo nombre resuena aún hoy, como sombra terrible, a través de los siglos. En su caso, el problema es que el guión se contenta con “ponerlo” en la trama, nomás, sin desarrollarlo como personaje. Qué decir del misionero pacato, que de haber sido tratado con humor hubiera representado un buen contrapeso cómico. Aquí, en cambio, está llamado a vivir la más cursi historia de amor con una sirenita linda, que luce unas extensiones de pelo del largo justo como para cubrirle bien las tetas. Extrañando seguramente sus experiencias en el musical, Rob Marshall se las arregla para hacerla bailar bajo el mar, junto con unas congéneres que la primera vez que aparecen muestran colmillos de vampiro. Después se les van. Producto del amor o, tal vez, del descuido de algún continuista.
5-PIRATAS DEL CARIBE: NAVEGANDO AGUAS MISTERIOSAS
Pirates of the Caribbean:
On Stranger Tides, EE.UU., 2011
Dirección: Rob Marshall.
Guión: Ted Elliott y Terry Rossio.
Fotografía: Dariusz Wolski.
Música: Hans Zimmer.
Intérpretes: Johnny Depp, Penélope Cruz, Geoffrey Rush, Ian McShane, Kevin McNally, Sam Claflin y Keith Richards.
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