Miércoles, 15 de junio de 2011 | Hoy
CINE › ENTREVISTA A EDUARDO COUTINHO EN EL FESTIVAL DE CEARá
El documentalista es uno de los grandes del cine brasileño y por eso recibió un homenaje en Fortaleza. Aquí habla sobre su visión del cine, su interés por filmar a personas comunes y su método para lograr un abordaje compuesto por emoción y sensibilidad.
Por Oscar Ranzani
Desde Fortaleza
Uno de los grandes del cine brasileño, Eduardo Coutinho, presentó durante estos días una retrospectiva de su obra en el 21º Festival Iberoamericano de Cine de Ceará y fue ovacionado por la multitud que colmó las butacas del Teatro José de Alencar, donde también se le rindió un merecido homenaje. Si bien Coutinho dirigió algunas películas de ficción y fue guionista de Doña Flor y sus dos maridos, dirigida por Bruno Barreto, su fuerte es el documental. Documental político, claro, pero no panfletario, sino pensado como registro de las personas comunes, anónimas, de ésas que no tienen prensa. Coutinho tiene una sólida formación intelectual que no resulta difícil de percibir en sus conversaciones. Estudió derecho y ejerció el periodismo antes de dedicarse por completo al cine. Y a la hora de realizar sus documentales, se preocupa por dejar una impronta más allá de la razón con un abordaje compuesto por emoción y sensibilidad.
Coutinho comenzó a filmar documentales cuando no estaban tan valorizados ni masificados como en la actualidad. Por eso entiende que en el momento actual se han producido cambios: “Claro que es diferente y que hay muchos más documentales, incluso algunas ficciones quieren ser documentales. Por ejemplo, en la televisión el programa Gran Hermano está basado supuestamente en el documental. Y con la invención de la cámara digital se pueden hacer documentales muy baratos, con la posibilidad de hacer filmaciones de dos, cuatro, seis horas. Y eso ha cambiado. Aunque hay mucha mierda, hay algo de bueno”, afirma Coutinho en diálogo con Página/12.
–¿El cine documental es el arte de la palabra filmada?
–No, hay de todo. Hay miles de tipos de cine que no me interesan nada. Pero lo que a mí me interesa es la figura humana que habla y la relación entre una persona que filma con otra que es la que habla. Yo no filmo personas sino una relación. Tengo el poder de la cámara, pero uso ese posible poder para tener un encuentro con una persona que es una especie de personaje, porque todas las personas quieren vivir otras vidas. Incluso, los recuerdos son tan ficcionales como los romances.
–¿Por qué le interesan las personas anónimas y no las públicas?
–Porque las públicas tienen mucho que perder. No pueden decir lo que piensan. Se cuidan mucho al hablar, al pensar, al tomar decisiones. Lo que puede perder un tipo común es mucho menos; a veces, casi nada. Por eso no hablo con los personajes como lo hace Michael Moore.
–¿Pero no es más difícil presentar un personaje anónimo al público?
–No tengo que presentar nada. Hay personas que van a hablar de su vida y eso basta. La única cosa importante de la que uno puede hablar es de su vida. Son temas que no están en Google. Y estas personas hablan de cosas que no están en Google.
–En sus documentales, ¿su estrategia es tratar a las personas como personajes?
–No, nunca busco tratar, por ejemplo, a los pobres como “pobrecitos”. Nunca, no tengo piedad, eso no existe. Son personas como yo. No me interesa si un tipo cree en la Iglesia Evangélica, pero lo escucho porque a él le interesa. Quiero saber sus razones, las mías no importan.
–Muchos documentalistas se quedan semanas o meses antes de filmar en una comunidad para establecer una relación previa con las personas que va a retratar. Su método es todo lo contrario, ¿no?
–Sí, no quiero ver a la persona antes. Hay asistentes que hacen el trabajo de encontrar personas. A veces veo pequeñas filmaciones y en otras ocasiones no veo nada. En ocasiones ni siquiera conozco a la persona. La primera vez que veo a la persona es en la filmación. Fuera del acto de filmación, nada se puede decir si es verdadero o no. Pero la filmación es verdadera.
–¿Por qué prefiere no establecer contacto antes de la filmación?
–Porque no me interesa nunca escuchar dos veces lo mismo. Y la persona que habla previamente nunca se olvida enteramente de que yo conozco su historia desde antes. No es ficción, en la que uno hace dos, tres o veinte tomas. Quiero que me cuente como si yo no supiera nada. En eso hay un empeño de su emoción, de su cuerpo, que es totalmente diferente de la cosa hecha repetidamente.
–¿Por qué prefiere llamar “conversación” al diálogo con las personas de sus documentales antes que “entrevista”?
–Porque “entrevista” es una palabra del periodismo y lo que hago es todo lo contrario de periodismo. Más bien es contraperiodismo.
–¿Cómo es eso?
–No hago películas sobre Brasil, sobre la guerra del Paraguay, sobre la situación de los bancos mundiales ni biografías. Eso no me interesa. No hago películas sobre personas extraordinarias, sino personas ordinarias, comunes, que hacen cosas comunes y que, a veces, son cosas extraordinarias.
–En esa conversación que construye a través de la palabra, ¿qué función juegan los cuerpos?
–El cuerpo habla. El ser humano habla con la boca, con los hombros, con los brazos. Y el cuerpo dice cosas increíbles, mucho más allá de las palabras.
–¿Entiende como sagrada a la palabra de la persona que habla en un documental suyo?
–Si fuera religioso diría que sí. Pero como no lo soy, diría que más que sagrada parece maravillosa. Es tan común como extraordinaria. En cierto sentido, es sagrada sin Dios.
–¿Su cine es una especie de memoria fílmica de las personas comunes?
–No sé, quizá se puede decir eso. No sé.
–¿Cómo lo definiría?
–Nunca definiría lo que hago. No estoy preocupado por ser original en el sentido tradicional de la palabra. Todo el que escribe hace algo que es suyo y de los otros. Siempre hay contaminación, plagio, como quiera llamarle. Originalidad, belleza y perfección son palabras prohibidas. Pureza y perfección son palabras abolidas en mi trabajo. Perfección hay en la muerte.
–¿Qué conoció del mundo haciendo cine?
–Cosas indefinibles. Uno necesita legitimarse, justificar por qué existe en el mundo. Si el hombre fuera inmortal, no habría arte. Todo lo que se hace en el arte está basado en que el hombre es un animal que sabe que va a morir. Entonces, las cosas importantes son pocas: la familia, el amor, el sexo, la salud, el dinero, la muerte y la religión. El mundo es eso, es mucho en pocas cosas.
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