CINE › BALADA TRISTE DE TROMPETA, DE ALEX DE LA IGLESIA, PREMIADO EN LA MOSTRA DE VENECIA
Furioso y extenuante, el nuevo film del director de Crimen ferpecto alegoriza sobre España toda, atravesando su historia y poniendo en escena buena parte de su iconografía.
› Por Horacio Bernades
Dirección y guión: Alex de la Iglesia.
Intérpretes: Carlos Areces, Antonio de la Torre, Carolina Bang, Sancho Gracia y Santiago Segura.
Si en la caligráfica y convencional Los crímenes de Oxford el habitualmente bulímico Alex de la Iglesia jugaba por un rato el papel de realizador que cumple y cobra, con Balada triste de trompeta da la impresión de gritar a los cuatro vientos que está acá otra vez. Lo hace hasta quedarse afónico. Si el suyo fue siempre un cine-paella, que rebasaba la olla y se servía en porciones como para tres, su película más reciente es la de un cocinero que, tras recibir una mala noticia (¿la generalizada indiferencia para con su película o plato previo, tal vez?), les tira la paella a la cara a sus comensales/compatriotas. Furiosa y extenuante, Balada triste de trompeta se propone alegorizar sobre España toda, atravesando su historia, poniendo en escena buena parte de su iconografía y haciéndoles decir a uno de sus personajes: “Este país no tiene remedio”.
Para cumplir con lo que se propone, el realizador de El día de la bestia ancla en sentimientos como la humillación, el sometimiento y la venganza, tal como había hecho en Muertos de risa, La comunidad (su otra “alegoría española”) y Crimen ferpecto. Tan binaria como la primera de ellas, Balada triste de trompeta (ganadora de sendos leones a la dirección y el guión en Venecia 2010, gran perdedora de los últimos Goya) empieza con republicanos y nacionales masacrándose durante la Guerra Civil y salta luego al año 1973, cuando el protagonista conoce a su Némesis. Javier (Carlos Areces) parece un chico triste y tímido ya en las primeras escenas, cuando presencia la leva forzada de su padre-payaso (Santiago Segura, volviendo a filmar con su amigo/enemigo después de El día de la bestia y Muertos de risa). De grande, Javier será el payaso triste, el que no hace reír a los niños, el clown al que los otros le pegan.
Cuando en el circo conozca a Sergio (Antonio de la Torre), brutal como un torero borracho, Javier habrá encontrado la horma de su zapato. Rubia sexy y pareja sadomaso de Javier, Natalia (Carolina Bang) cumple el papel de zapatera prodigiosa, la punta de un triángulo que apunta al exterminio mutuo. Se supone que Javier y Sergio, enemigos jurados, representan a España. De allí el catálogo de referencias históricas: Guerra Civil, noticieros de época, un actor que hace de Franco, Raphael (el título de la película cita un tema suyo), Gaby, Fofó y Miliki, la voladura del auto de Carrero Blanco por la ETA. ¿Será entonces Natalia España misma? La alegoría no sólo es gruesa, sino sumamente resbalosa, tanto en términos de política de género como de política a secas. La mujer es presentada como un ser veleidoso, acomodaticio, potencialmente traidor, así como izquierdas y derechas quedan igualadas, en lo que bien podría ser un equivalente hispano de la teoría de los dos demonios.
Grueso es todo, en verdad, en Balada triste de trompeta. Basta que la novia no le festeje un chiste para que Sergio la trompee, la patee y finalmente la penetre, de pie y por detrás, aplastando sus tetas contra una vidriera. Entre los sacudones, Javier llora, agachado, su humillación y su deseo. ¿Habrá que sorprenderse cuando, unas escenas más adelante, Sergio arrastre a Natalia de los pelos y le dé al otro reiteradamente con una maza de kermesse? ¿O del “segmento primitivo”, en el que Javier, desnudo y enchastrado de estiércol, se come un ciervo crudo y es perseguido por un jabalí, en medio de un bosque? ¿O de su conversión en payaso-monstruo asesino, mediante aplicaciones de soda cáustica, cortes autoinfligidos y planchazos sobre las mejillas, con una plancha encendida?
Sí, ya sabemos que la cosa está jugada al grand guignol más excesivo. No por nada las transcripciones de El fantasma de la ópera, Santa sangre, Carrie y todo Brian De Palma, Tarantino y un largo etcétera. Pero el grand guignol suele ir de la mano con el sentido del humor, por negro que sea, y Balada triste... es, más allá de mínimos descansos cómicos (un enanito de circo que se catapulta contra los muros, Javier reclamando su osito de peluche), una película viciada de seriedad y autoimportancia. Nada queda, aquí, del cineasta lúdico de Acción mutante y El día de la bestia, del humorista de Muertos de risa y Crimen ferpecto: éste De la Iglesia tiene algo para decir y lo dice con la sutileza de Sergio y su maza.
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