Vie 26.08.2011
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CINE › NATALIA OREIRO, EL PERSONAJE DE MI PRIMERA BODA Y SUS ELECCIONES COMO ACTRIZ

“Si tenés un buen guión, no es difícil hacer reír o llorar”

Mientras disfruta de su embarazo y diversifica sus papeles en cine, la actriz uruguaya pone el foco en el universo que propone el rito del casamiento a la hora de construir una buena comedia. Y se entusiasma con un humor que va más allá de la sucesión de gags.

› Por Oscar Ranzani

“Como en la mayoría de las buenas comedias, lo gracioso para el espectador es patético para el protagonista.”

Si es cierto que en los casamientos pasa de todo, hay que ver Mi primera boda, opus dos de Ariel Winograd –que se estrena el jueves próximo– para darse cuenta de que no estaba todo dicho. La nueva película del director de Cara de queso seguramente atraerá a mucho público por la dimensión de artistas que reúne: Natalia Oreiro, Daniel Hendler, Imanol Arias, Pepe Soriano, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, entre otros. Pero si hay algo por lo que vale la pena pagar una entrada es porque logra el objetivo de una comedia: una historia que hace reír. Y que lo consigue con un humor sutil, inteligente y ácido que no está dado por una sucesión de gags sino por los padecimientos del novio, que no hace otra cosa que embarrar la cancha en uno de los días más importantes de su vida. Es que Adrián (Hendler) pierde el anillo de su novia minutos antes de la ceremonia religiosa (él es judío y la novia es católica) y no sabe cómo decirle a Leonora (Oreiro) que no lo encuentra. Desde ese momento, utilizará su ¿ingenio? para que todo llegue a buen puerto y que el rabino (Rabinovich) y el cura (Mundstock) los declaren marido y mujer. Pero los intentos de recuperar el anillo arman una bola de nieve repleta de problemas.

Oreiro tiene una sólida experiencia en la comedia, pero lo que le sedujo de Mi primera boda fue tener un personaje distinto, “porque Leonora, en principio por lo menos, no es muy carismática”, según analiza en diálogo con Página/12. Para Oreiro, Leonora “está pasada de responsabilidad, de ansiedad, de histeria”. Si bien cree que eso es algo que le debe suceder a la mayoría de las novias que anhelan que todo salga perfecto, Oreiro ve en su personaje un aspecto un tanto exagerado. “Esta cosa de sueño de las mujeres que arrastran un poco a los hombres a convertirse en príncipes durante un día es un poco irreal”, admite, mientras recalca que la mirada del director “está puesta en que lo dramático llega a ser como en la mayoría de las buenas comedias: lo gracioso para el espectador es patético para el protagonista”.

–¿Hay una influencia de La fiesta inolvidable, aunque no tan grotesca?

–A mí me hace acordar mucho. Pero no sé si es una búsqueda de Ariel. Supongo que no porque no lo hablamos. Pero la película me hace acordar a La fiesta...: ese sinfín de desaciertos que terminan convirtiendo en un caos algo que iba a ser una celebración. Y yo creo que los dos la pasan muy mal: él por miedo a no contarle la verdad a mi personaje y decir: “¿Con quién me estoy casando? ¿Con un monstruo o con la persona en la que debería confiar?”. Y ella porque desde un principio piensa que, en realidad, lo que le pasa a Adrián es que no se quiere casar. Y él sí se quiere casar, lo que no quiere es toda la cosa para afuera. Y ella siente que es su cuento de hadas y que todo tiene que salir perfecto. En general, cuanto más uno quiere cuidar una situación y cuanto más perfeccionista se pone con algo, eso se convierte en algo más frágil y más vías de escape empieza a necesitar. En la vida uno debería dejarse fluir. Pero el casamiento, sobre todo para la mujer, es un momento muy especial. Se junta todo. Y digamos que Leonora tiene una mamá muy especial, los amigos del novio también. Está todo mal ahí, como para que explote.

–¿El casamiento tiene cosas patéticas y la película las exagera?

–Depende. En general, la ilusión es que salga maravilloso y la mayoría de las personas lo recuerdan como uno de sus momentos más importantes. Y para las mujeres es casi la única oportunidad que tienen de ponerse, además de los 15, un vestido de princesa. Pero es una cosa muy romántica que no siempre sale bien porque tenés que ser muy relajado para disfrutarlo. Si no, estás más pendiente de que la comida esté bien, que no pongan la música que no querés. Y siempre está el que critica el vestido o la mesa. O los que se ponen en pedo y hacen un desastre. Digamos que sucede todo eso. Pero no siempre pasa en todos los casamientos. Yo creo que es un acto romántico. Después, toda la parte comercial de los casamientos es medio buitre. Creo que los que se están por casar van a ir a verla para ver si se casan de verdad (risas).

–¿Su personaje representa el sueño de toda mujer enamorada?

–Decir que toda mujer sueña con lo mismo sería creer que todas somos iguales. Y realmente todas somos muy distintas. La gran mayoría de las mujeres, de chicas, jugábamos con muñecas y nos creíamos princesas. Soñamos con ese momento. Pero no creo que todas las mujeres sueñen con eso. Para las mujeres es el único momento que pueden tener de fantasía, de fiesta, de compartir con todos sus amigos, pero es mucho más estresante de lo que se piensa y de lo idílico que se cree que es.

–¿Y cuánto de su personaje reconoce en usted misma?

–No, nada (risas). Yo logré comprenderla a Leonora. Charlábamos mucho con el director que, a veces, los hombres subestiman el acto romántico, la sensibilidad de lo importante que es para una mujer casarse. Si es necesario o superficial... ¿qué importa? Es ese momento y el hombre tiende a subestimarlo. Cuando Adrián subestima ese momento de ella, uno se da cuenta de que le está rompiendo el corazón y que Leonora verdaderamente está sufriendo. Hace horas que está encerrada en ese cuarto que viene hace meses preparando para que todo salga bien. Y lo peor es que no sabe por qué le empieza a salir todo mal. Te da pena. Te reís de la desgracia que le está pasando a ella. Yo llegué a comprenderla desde ese lugar, de esa parte romántica y sensible que las mujeres tenemos mucho más que los hombres. En ese sentido, yo soy como más hippie. En mi vida no me gusta ser el centro de atención porque tengo una profesión que de por sí me demanda una exposición grande. Para mi vida privada no elijo las cosas donde todos me van a mirar o me van a sacar fotos. Me pone incómoda. No lo disfruto. Prefiero las cosas más íntimas, más pequeñas, más relajadas.

–¿Antes que en un humor inocente la gracia está puesta en la acidez que tiene sobre todo el personaje de Hendler?

–El punto de vista de la película tiene ese humor ácido. Y fue también lo que me atrapó. Es un humor más inteligente. No es una sucesión de gags, sino de imprevistos que terminan haciéndote reír cuando el otro está llorando, embarrado. Sin duda, el personaje de Dani es muy irónico.

–¿Y al ocultar el error el personaje de Hendler tiene un costado más oscuro que el suyo, que parece más lógico, o Leonora también lo tiene?

–Yo creo que sí, porque él termina ocultándole eso porque ella le genera miedo. El lo oculta por miedo porque, en definitiva, es una tontería lo que pasó. Pero le da miedo arruinarle ese momento tan especial y cómo puede reaccionar Leonora. Si por una tontería reacciona a los gritos, hay que imaginarse si le dice lo que hizo. Que él lo oculte significa que en esa relación hay falta de comunicación, uno no se puede estar casando con una persona a la que le tiene miedo. Es una mezcla de miedo y de no querer lastimarla. Y la falta de confianza hace que ella crea que él no se quiere casar cuando, en realidad, él sí se quiere casar. Lo que no quiere es toda la presión que se genera en la fiesta.

–¿La historia también invita a reírse de la solemnidad religiosa, con la introducción de los personajes de Rabinovich y Mundstock?

–Invita a reírse de lo preestablecido, de por qué las cosas son. Y muchas veces hacemos las cosas sin saber por qué son, de dónde vienen o qué significado tienen. Simplemente somos como robotitos que repetimos lo que nos dicen que hay que ser o hacer lo que nuestros padres hicieron. Y no sabemos si lo estamos eligiendo de corazón porque nos gusta repetir un modelo preestablecido o porque alguien nos dice que es así como se hace. Y esta cosa de que dos religiones no se podrían unir, en realidad, es tonto, porque el amor debería traspasar cualquier tipo de frontera.

–¿Toda situación trágica tiene su costado gracioso?

–Quizás no toda. Las tragedias no siempre son graciosas. Lo son las tragedias que pueden llegar a tener un costado irónico. Hay tragedias que suceden cotidianamente que no son para reírse sino más bien para llorar, para hacer una reflexión y tomar un punto de vista a favor o en contra. Pero en una boda, este tipo de tragedias son para la risa porque, en definitiva, no es nada importante. Lo que no es importante siempre es para reírse. Aunque a uno en ese momento le parezca terrible, ridículo o la vergüenza más grande de su vida, todo pasa. Después, hay tragedias que no hay manera de dar vuelta cuando hay vidas en el medio, cuando hay gente que sufre; es decir, las tragedias que son incomprensibles e injustas. En la vida, todo lo otro, uno tiene que tratar de tomárselo con humor.

–¿Qué pudo desplegar desde el punto de vista interpretativo como novedoso en Mi primera boda, en relación con otras comedias en las que actuó?

–El personaje de Leonora no es el más carismático. De hecho, al principio, es como muy insoportable: está casi histérica. Y eso para mí era divertido porque, en general, mis personajes son más simpáticos. Aunque el de Música en espera tampoco era muy simpático al principio. Pero éste por la situación de estrés en la que se encuentra también es como bueno... fumate a la novia, relajate, nena (risas).

–¿Es más difícil hacer reír que llorar?

–Cuando tenés un buen guión no es tan difícil ninguna de las dos cosas. En la comedia, tener un reloj literario es mucho más fácil para el actor interpretarlo porque uno no tiene que hacerse el gracioso. Lo que es graciosa es la situación. Después, podés interpretarlo mejor o peor, tenés más o menos onda, pero lo fundamental es el guión. No es fácil hacer reír, pero no sé si depende del actor. Hay pocos actores que solos te hacen reír. La mayoría necesitamos un guión sólido que lleve al espectador a que la trama le cause gracia.

–¿Su personalidad se adapta mejor a la comedia? ¿Interpretar personajes dramáticos implica una sobrecarga?

–Lo que me pasa con los personajes dramáticos es que entro mucho en comunión con lo que les sucede y me cuesta salir. Algo de eso fue lo que me sucedió en Infancia clandestina, de Benjamín Avila (ver recuadro), que la terminé veinte días antes que ésta. En esa película tenía una carga emotiva muy fuerte y me costaba despegarme de lo que estaba interpretando. Lo que tiene la comedia es que uno termina el día con una sonrisa, te reís todo el tiempo y es más relajado. Pero el rigor para trabajar es el mismo porque todo tiene que tener el tono justo, no puede haber un gesto de más. A veces, se tiende a suponer que la comedia es más improvisada. Y nosotros ensayamos mucho tiempo. De hecho, yo tengo el guión desde hace tres años. Realmente se trabajó para que todo sea sutil y que no sea forzado. Esta comedia no es un grotesco. En ese sentido, en la comedia tenés el riesgo de caer en el cliché y para nosotros la intención era justamente corrernos de él.

–¿Y hay personajes fáciles de componer o todos tienen su grado de complejidad?

–Hay que tenerles respeto a los que uno cree que son fáciles, porque terminan siendo todos iguales y uno actúa de uno. Y eso es aburrido. No creo que haya personajes fáciles. Algunos pueden tener más complejidad que otros o te puede costar más tiempo entenderlos y buscarles matices, pero cada película es un nuevo mundo, un nuevo desafío. Por ejemplo, Mi primera boda es una comedia que tiene a casi todos los mejores comediantes de la Argentina. Y tenés que estar a la altura. Y todo eso se tiene que amalgamar porque cada uno tiene un estilo. Y además, ésta es una historia bastante coral porque, si bien se centra en lo que les pasa a los protagonistas, todos los personajes secundarios son protagónicos no sólo por nombre sino por situación, tienen su momento en la película.

–¿Usted es de elaborar mucho la construcción de sus personajes o se guía más bien por la intuición?

–Me guío por la intuición en cuanto a la elección de los trabajos. Leo los guiones y la intuición me va diciendo si puedo aportarle algo al proyecto o el proyecto a mí, o si me parece que realmente no estoy para eso en ese momento. Pero después, soy de trabajar mucho los personajes. Soy bastante obsesiva y trabajo mucho con los directores. Propongo mucho. De hecho, en Mi primera boda vivíamos en la locación y, a veces, eran las doce de la noche y yo lo despertaba al director porque se me había ocurrido algo y bajábamos al decorado. Eso era genial porque parecía como un Gran hermano: estaban todos los decorados armados y ensayábamos cosas de puestas y al otro día ya teníamos todo mucho más digerido. Eso me sirvió mucho. Pero no me desconecto nunca cuando estoy filmando. Estoy todo el tiempo con el personaje, me anoto cosas que después tal vez no se ven, pero que a mí me sirven para construirlo y para estar siempre con el color y el tono del personaje.

–¿Disfruta más la comedia que el drama o no depende del género?

–No sabría decir. La comedia es algo que naturalmente tiene más que ver con mi esencia. Pero siempre busco personajes dramáticos en cine, sobre todo porque siento que también hay desafíos importantes en cuanto a intensidad de actriz. Uno puede ser muy intenso en la comedia, pero los personajes dramáticos son más límite, en general. Son como más al borde. No podría hacer tres películas dramáticas seguidas. Y tampoco podría hacer tres comedias seguidas porque sentiría que es todo lo mismo. Trato de hacer una y una.

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