Domingo, 28 de agosto de 2011 | Hoy
CINE › PEDRO ALMODOVAR, LA PIEL QUE HABITO Y EL REENCUENTRO CON ANTONIO BANDERAS
A veinte años de Atame, el director y el actor vuelven a trabajar juntos en una película en la que Almodóvar visita nuevos terrenos y enlaza, más que con Frankenstein, con el mito griego de Prometeo que le dio origen al libro de Mary Shelley.
Por James Mottram *
Todos saben que las cosas buenas le llegan al que sabe esperar. Pero Pedro Almodóvar parece haberse tomado un tiempo excesivo para darle forma a su nueva película, La piel que habito. Para ser precisos, pasó una década desde que adquirió los derechos cinematográficos de Tarántula, la novela del escritor francés Thierry Jonquet. En ese tiempo el director realizó Hable con ella, La mala educación, Volver y Los abrazos rotos, forzando a Antonio Banderas, su protagonista, a soportar toda la espera. Pasaron veinte años desde la última vez que trabajaron juntos, en Atame, convirtiendo su reencuentro en una de las más esperadas reuniones en años.
Almodóvar llega a la entrevista con un traductor, ataviado con bermudas beige y una remera blanca. La piel que él habita está bronceada, y su profusa melena ya no es negra, sino que tiene varias gamas de gris. Su estómago se ve bien alimentado, y los cachetes que se abultan con la cálida sonrisa parecen invitar a un amistoso pellizcón. El cronista quizá lo haría, de no ser porque ya vio La piel que habito: una película difícil, algo retorcida, muy lejos de los coloridos festivales camp de su juventud. Un film que demuestra que, a los 61 años, Almodóvar no teme internarse en un territorio completamente nuevo. Banderas, que ha mantenido su amistad con el cineasta durante todos estos años, se dio cuenta de inmediato. “Ahora él es más complejo”, detalla. “Más serio, quizá. Más profundo en ciertas áreas. Más minimalista, más preciso y más austero. Pero lo interesante que descubrí es que mi amigo tiene la maquinaria funcionando, y funcionando muy bien. No se ha vuelto un tipo complaciente del público. No se acomoda a lo que la gente espera de él, está estirando las cosas a otros límites.”
En una visión moderna de la clásica historia de Frankenstein, Banderas interpreta al doctor Robert Ledgard, un renombrado cirujano plástico que es también una autoridad en las transformaciones genéticas y trasplantes de piel. En su gran mansión mantiene bajo siete llaves a una mujer, Vera (Elena Anaya), a la que observa a través de pantallas de video a medida que su obsesión crece sin parar. Pero la cruz de este melodrama de misterio es cómo él encontró a Vera. Si las acciones de Banderas parecen un guiño al paciente mental de Atame, la transgresión y la transformación se combinan en una película en la que el horror corporal haría palidecer a David Cronenberg. Pero no es, dice el director, un ataque a las maldades de los cirujanos.
“No estoy juzgando a la cirugía estética como tal. Si alguien trata de presentarme como alguna especie de gran moralista, bueno, soy cualquier cosa menos eso”, dice Almodóvar. “Sólo quiero que mis personajes tengan vida. Creo que la cirugía cosmética es un signo de nuestros tiempos. Creo que a menudo, cuando hay un abuso, ese abuso proviene de los mismos clientes. Gente que en la búsqueda de belleza entra en un círculo muy vicioso, que lleva a extremos grotescos. Pero eso cae en la categoría del propio autocontrol.” En su mente, al menos, el director estaba decidido a hacer “una película muda de Fritz Lang”, quizá pensando en Dr. Mabuse, la película que Lang realizó en 1922 sobre un doctor en psicología con una mente criminal. “Pero después pensé que era demasiado arriesgado, y en esta película ya había suficiente riesgo. Y tenía un poco de miedo. Me gusta tomar riesgos cuando hago una película, pero tenés que tener una idea del riesgo que estás tomando para evaluarlo. Yo estoy bien al tanto de los riesgos que tomo en cualquiera de mis películas. Siempre los asumo, los acepto y estoy al tanto de las consecuencias.”
Con la imagen dominante de una Vera “cubierta por una red de nuevas cicatrices en todo su cuerpo”, Almodóvar concede que es imposible ignorar las comparaciones con Frankenstein. De todos modos, cita a Prometeo, el Titán de la mitología griega que le robó el fuego a Zeus y se lo dio a los mortales (y que fue la inspiración de Mary Shelley para Frankenstein), como una fuente más interesante. “Como imagen, Prometeo es como un superhombre, alguien muy generoso, muy dadivoso. Y alguien que, en cierto modo, es un gran creador.” Almodóvar se esfuerza para explicar que no se está comparando a sí mismo con el Titán. “Pero hay una parte de Prometeo con la que a veces me identifico: es cuando los dioses lo encadenan a una roca y lo condenan a que un buitre devore eternamente su hígado, y que sus entrañas se regeneren constantemente. A veces, con lo que hago me siento encadenado y devorado por nuestras limitaciones como humanos. ¡Y otras veces me siento devorado por los buitres!” ¿Se refiere al modo en que fue encasillado como enfant terrible en los ’80, por su serie de películas que mezclaban liberación sexual, humor escandaloso y violencia asesina? “En los ’80 la prensa se escandalizó bastante con mis películas”, admite. “Pero eso nunca me preocupó. Yo era completamente espontáneo, entonces y ahora. A veces mi espontaneidad era irritante. Creo que la gente gusta de ser escandalizada. Pero nunca me sentí como un enfant terrible, aunque esa definición me haya perseguido toda mi vida.”
Fue en su segunda película, Laberinto de pasiones, que Almodóvar conoció a Banderas. “Estaba buscando muchachos de pelo oscuro. Y él lo tenía bien oscuro, aunque en España eso es bastante fácil. Lo vi en Madrid y hablamos de las pelis románticas, y lo primero que le dije fue ‘tú podrías ser protagonista de películas románticas!’.” Típicamente perverso, le dio un papel de terrorista árabe. Fue, como suele decirse, el comienzo de una bella amistad. Siguieron otras cuatro películas, incluyendo Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), el film que les dio renombre internacional. “Me siento muy cerca de Antonio”, dice Almodóvar hoy. “Fue parte de mi familia en los ’80, era realmente como mi hermano menor. Antonio era perfecto para diseminar esa pasión y deseo.”
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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