Domingo, 16 de abril de 2006 | Hoy
CINE › ENTREVISTA CON EL CINESTA Y DOCENTE RAUL PERRONE Y DOS DE SUS DISCIPULOS
En Ituzaingó, Raúl Perrone, prestigioso actor y director, creó un polo creativo del que salen producciones que se pueden ver en el Bafici. Aquí, junto con dos ex alumnos que ahora son colaboradores, Perrone analiza su mirada y la perspectiva del cine que viene del Oeste.
La palabra Ituzaingó significaba “catarata de agua” para los antiguos guaraníes. En la actualidad, el vocablo no sólo denomina a un lugar del conurbano bonaerense sino que también remite –sobre todo entre los jóvenes– a otra catarata, en este caso de películas. Y si este nuevo significado se está expandiendo cada vez más, es porque la ciudad ubicada al Oeste de la Capital es la base sobre la que el dibujante, actor y director cinematográfico Raúl Perrone viene construyendo desde hace años un polo creativo que por cantidad y calidad de producciones roza la categoría de fenómeno. Con tres películas en el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente (ver recuadro), el polémico realizador y sus alumnos devenidos colaboradores revelaron a Página/12 cómo funciona esta cofradía que a fuerza de convocatoria y emociones no sólo logró presentar sus trabajos en una sección especial del encuentro sino que viene, desde hace tiempo, haciendo su propio itinerario en el cambiante mapa del cine nacional.
Eje de un culto juvenil al que él mismo no encuentra demasiada explicación, “el Perro” Perrone ha visto cómo en los últimos años el movimiento a su alrededor se ha hecho más intenso. El origen de tanta barahúnda es, además del carácter prolífico y osado de su obra, un taller gratuito que el director de 54 años dicta en su ciudad natal. Todos los años, una multitud busca un lugar en ese espacio, ansiando entrar al cine por la puerta más directa. Así lo hicieron Lorna Santiago y Fabián Bianco, que terminaron actuando, editando y haciendo cámara en las películas de su maestro y hoy comparten la mesa de la entrevista. Lorna vive en zona oeste y llegó al taller un poco despistada: “Estudiaba inglés, pero no sabía bien qué hacer de mi vida y me enganché con el cine vía Raúl”, revela. La llegada de Fabián, que vive más cerca del centro porteño, fue diferente y refleja la realidad de una gran cantidad de interesados que viaja a Ituzaingó desde puntos insólitos. “Me acerqué cuando ya era profesional y transitaba el último tramo de mis treinta”, recuerda el arquitecto antes de contar, no sin cierta sorpresa, que poco después de las primeras clases ya preparaba Como dos extraños, su primer largometraje.
El taller, coordinado junto con la municipalidad, reúne a unas cien personas divididas en cinco grupos. “En cada equipo están mezclados los que quieren escribir con los que quieren dirigir y los interesados en actuar. La consigna es que no haya ensayos durante la semana”, puntualiza. “Y todas las semanas vienen producidos para, así como están, hacer un corto que no puede durar más de tres tomas”, agrega enfatizando cada fase el hombre que se resiste a ser llamado docente porque prefiere sentirse “solamente un buceador de almas”. En ese proceso se acomodan los aspirantes a guionistas, directores y actores. “Con todo ese material –sigue el creador de Ocho años después– hacemos debates, y al final de cuatrimestre elijo un guión y un director por grupo, y los ayudo a producir un corto fuera del taller para proyectar en el cine.”
Hace pocas semanas, setecientas personas concurrieron al cine de Ituzaingó para presenciar las proyecciones. Pero ahí no se acaba el circuito. Cuatro cortos producidos por los alumnos lograron que se les dedicara un apartado en el Bafici la semana pasada, otra vez con gran presencia de público.
–Todos los cuatrimestres hay una nueva convocatoria, siempre multitudinaria, que renueva parcialmente el staff de sus “aprendices”. ¿Cuál es el criterio de selección? Raúl Perrone: –Imposible definirlo. Si lo explicara con palabras perdería su sentido. Sin embargo, fijate que algo debe haber, porque al final de cada año siempre se me ocurre hacer una peli con integrantes del taller y, en general, tengo muy buenas experiencias. De hecho, toda la parte técnica y actoral de las tres películas que estoy presentando en el Bafici estuvo realizada íntegramente por alumnos.
–¿Cómo se explica esta fiebre por trabajar con usted?
R. P.: –Supongo que los pibes ven en mí a un tipo que no se disfrazó de pendejo para hacer películas que les gusten. El 90 por ciento de la gente del taller no tiene más de 22 años, y sin embargo no tengo ninguna política de “conquista” hacia ese sector. Lo único que busco es contar con el corazón, y quizás ellos sienten algo de eso.
Fabián Bianco: –El de él es un cine posible. Sentís que podés hacer películas, justamente lo que en cualquier otro curso parece lejano. Eso no sólo genera una dinámica sino también una mística de trabajo.
Lorna Santiago: –Sí. Los chicos se interesan porque encuentran un camino de acción concreta. Además está bueno ver que un director tiene un hacer que se refleja en su cine y en su comportamiento con los demás.
Los argumentos que los entrevistados dan a la hora de razonar sobre la manera en que se llenan las salas también pueden servir para develar la factura de sus relatos. El “cine posible” tiene sus premisas según Perrone: “No uso un guión fijo en mis películas, prefiero que todo se vaya moldeando a través de los dos o tres días que utilizo para el rodaje”, sentencia. “Siempre grabo en Ituzaingó porque es un lugar al que no ceso de reinventar y mostrar, a tal punto de que hay algunos que vienen a mi ciudad para poder ver el cielo que yo muestro en mis películas”, sigue, genuinamente orgulloso, antes de rematar en un tono un poco más bajo, casi intimista: “Así como Woody Allen se siente a gusto en Manhattan, yo me siento cómodo en mi barrio”. Fabián da su propia versión de la experiencia: “A veces, un día antes de empezar el rodaje, Raúl te dice ‘vení, vamos a filmar algo’ y eso ya empieza a disparar el tono de la película. Es muy instructivo ser testigo de cómo él va corriendo atrás de una trama y al final encuentra un cierre perfecto”.
–¿Ven algún sentido político en esa forma de trabajar?
R. P.: –Yo creo que ésta es una forma de existir en la austeridad que tiene como consecuencia una estética y una ética propias. Hago este cine por elección de vida, no quiero pelearle espacios políticos a nadie. Me interesa demostrar que se puede trabajar sin millones, con pequeñas historias y con calidad. Esa es mi misión.
La opción por el minimalismo no es azarosa. “No me interesan las historias con subtramas y explosiones porque no las vivo. Mis películas pueden expresarse como telegramas, pero dentro de esa simpleza trato de encontrar esa complejidad que a veces también tiene la vida”, cuenta el maestro. Bianco cierra: “Narrando así uno aprende a agarrar algo chiquito para provocar una explosión de profundidad. Creo que en esa síntesis develadora se encuentra uno de los secretos del arte”.
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