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Jueves, 13 de octubre de 2011

CINE › LA LARGA SOMBRA DE LA DICTADURA DE CEAUSESCU

La represión, internalizada

La mayor originalidad de la película de Muntean reside en el modo en que trata el tema menos original que pueda imaginarse: el triángulo amoroso de Aquel martes después de Navidad no reedita ninguno de los lugares comunes a los que el cine se había acostumbrado.

 Por Horacio Bernades

Trátese de una muerte perfectamente evitable que la burocracia torna inevitable (La noche del señor Lazarescu), el aborto como única salida ante una violación (4 meses, 3 semanas, 2 días), la revelación de que una revolución no fue tal (Bucarest 12:08) o el aplastamiento de toda individualidad a cargo de la máquina institucional (Policía, adjetivo), el reciente cine rumano no se caracteriza por su visión idílica del país que Ceausescu les legó. Opus 4 del cuarentón Radu Muntean, hasta aquí desconocido en Argentina, Aquel martes después de Navidad practica, en relación con el grueso de las anteriores, un doble movimiento. Por un lado, las actualiza, en tanto hace transcurrir la acción, de modo muy notorio, en medio de la más moderna contemporaneidad. Por otro, de algún modo las profundiza, llevando la desesperanza al campo de los sentimientos más íntimos. La hunde, se diría, en ese campo: antes que aflorar, los sentimientos más hondos se mantienen aquí –salvo un único estallido– en estado de sumersión. Sin decirlo nunca explícitamente, la película de Muntean quizá esté sugiriendo que dos décadas después de la caída del dictador, la represión sigue allí, internalizada.

Tal vez la mayor originalidad de la película de Muntean resida en el modo en que trata el tema menos original que pueda imaginarse. Como el propio realizador tiene claro (ver entrevista), el triángulo amoroso de Aquel martes... no reedita ninguno de los clichés habituales. No es que Paul, empleado jerárquico de una institución bancaria o financiera (Mimi Brânescu), tenga “la bruja” en casa y la amante afuera. Lo que le pasó fue que unos diez años después de casarse conoció a una chica (Maria Popistasu) y se enamoró. O eso puede suponerse, teniendo en cuenta lo bien que la pasa con ella, el hecho de que le haga una visita a casa de la mamá (institución prohibida cuando de relaciones “ilegales” se trata) y la decisión que toma, cuando comprende que no puede no tomar una. Sin embargo, aun en las peores circunstancias (después de una pelea con forcejeos incluidos), Paul no deja de cuidar a su esposa Adriana (Mirela Oprisor). O de llegar con ella a acuerdos, por dolorosos que resulten para ambos.

Por rubia que sea, por más que Paul le lleve más de diez años, Raluca tampoco responde al estereotipo de la amante. Igual que Paul y Adriana, que es abogada, Raluca ejerce una profesión liberal, es odontóloga. Odontóloga de la hija de Paul, para más datos: peligroso cruce de terrenos que su amante permite, tal vez como modo de precipitar las cosas. Otro estereotipo al que Raluca no responde es al de la engañada, o ansiosa por la pronta separación de su amante. En sus conversaciones más íntimas, Paul y ella pueden hacer mención a Mara, incluso a Adriana, sin que la incomodidad vaya más allá de alguna suave ironía.

Parecería estar todo bajo control, pero no lo está. De hecho, de esa disociación entre lo íntimo y lo aparente (disociación eminentemente cinematográfica, entre lo que está a la vista y lo que no) es de lo que habla la película de Muntean. Sabemos que habla de eso al ver el rostro impasible de Paul, que siempre parece estar guardándose algo. Tanto durante sus juegos eróticos con Raluca como en las circunstancias más banales con Adriana. Como la de decidir qué tabla de snowboard le regalarán a Mara para Navidad. Algo le pasa por dentro a Paul. Pero tampoco en ese punto Muntean pisa el palito del cliché: por mucho que sus largos planos-secuencia estiren la tensión latente, no habrá explosión, catarsis y paroxismo, como indican los manuales más amarilleados, sino pura y silenciosa implosión.

El minucioso estudio de la crasitud cotidiana (no necesariamente desde el rechazo, sino desde la simple admisión) y esos planos largos y sostenidos, con cámara fija, le dan a Aquel martes... carnet de socia plena del “club rumano” (aunque Muntean niega la existencia de una escuela ni nada parecido, ver entrevista). No se trata de una estética arbitraria sino, como explica el propio realizador, del mejor modo de equiparar el ritmo interno del espectador con el de los personajes. Así, en plural: es también característica del cine rumano la amplitud con que la lente se vincula con lo real. Dicho esto tanto en sentido figurado como en el más estricto sentido físico: los emplazamientos de cámara permiten tener siempre una perspectiva amplia de lo que sucede, en función de asumir todos los puntos de vista posibles. En lo que Aquel martes... se diferencia de los otros films rumanos conocidos hasta ahora es tanto en su luminosidad como en la modernidad de ambientes, modas, objetos, bien opuestas a la anticuada, abrumadora grisura ambiente de las anteriores. Rascando un poco detrás de las apariencias, es posible, sin embargo, que terminen hallándose los mismos tonos.

8-AQUEL MARTES DESPUES DE NAVIDAD

(Marti, dupa craciun, Rumania, 2010)

Dirección: Radu Muntean.

Guión: Alexandru Baciu, Râzvan Râdulescu y R. Muntean.

Fotografía: Tudor Lucaciu.

Intérpretes: Mimi Brânescu, Mirela Opresor, Maria Popistasu, Sasa Paul-Szel y Dragos Bucur.

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La desesperanza es llevada al campo de los sentimientos más íntimos.
 
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