CINE › NICOLAS GIL LAVEDRA, MARIA LAURA GARGARELLA Y VERDADES VERDADERAS
Tras la emocionante presentación en Mar del Plata, el director y una de las guionistas del film que relata la historia de Estela de Carlotto analizan la experiencia: “Ella es una persona muy singular, pero cualquiera puede identificarse”.
› Por Ezequiel Boetti
Desde Mar del Plata
El almanaque invita. Como ahora, promediaba un noviembre pero de hace treinta y cuatro años cuando una docente platense vio cómo la tragedia insuperable del secuestro y la muerte de su hija embarazada a manos de un grupo de energúmenos dotados de poder arrasaba los cimientos de su hasta entonces apacible vida platense. Ese final –apresurado, estúpido, inexplicable– fue, rara paradoja, también un comienzo. Porque desde entonces Estela Barnes de Carlotto no cesó un instante en la búsqueda de su nieto, Guido, y de Justicia, así, con mayúsculas. Ese largo camino, los vericuetos emocionales ante la corrosión reposada pero inexorable del dolor, el estoicismo avasallante e inspirador de la presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo son los ejes temáticos de Verdades verdaderas. La vida de Estela, ópera prima de Nicolás Gil Lavedra que se estrenará en Buenos Aires el próximo jueves luego de su emotivo paso por el reciente Festival de Mar del Plata. “Lo que hacen Estela y todas las Abuelas es algo heroico, pero ellas son mujeres normales. Y eso era lo que me interesaba contar”, confiesa el realizador, entrevistado por Página/12 junto a María Laura Gargarella, guionista del film con Jorge Maestro. La proyección marcó uno de los puntos más emotivos del festival costero: “Ella había visto dos veces la película, pero ésta fue la primera vez que lo hizo con público”, asegura Gil Lavedra. El resultado fue una función iniciada y concluida con aplausos, muchos de ellos de pie.
Ambientada inicialmente en 1975, Verdades verdaderas reconstruye el día a día de la familia Carlotto –padre, madre y cuatro hijos– para retratar cómo una mujer común y corriente, Estela (mimética interpretación de Susú Pecoraro), cuelga el guardapolvo blanco para abrazar el activismo por los derechos humanos. Así, las primeras escenas muestran la cotidianidad del grupo: la docencia de ella, el trabajo en la ferretería de su marido, Guido (Alejandro Awada), y las reuniones políticas disfrazadas de jornadas de estudio de los hijos (Guadalupe Docampo, Inés Efrón, Nicolás Condito y Guido Botto Fiara). El quiebre social y político del 24 de marzo de 1976 se traduce en el miedo y la certidumbre de una persecución familiar cuyo punto culminante es el secuestro de Laura, una de las hijas, y de Guido. Liberado el segundo, el vacío en el alma traccionó en Estela una fuerza descomunal. Más aún después de que una compañera de detención de Laura le asegurara que su nieto había nacido sano y salvo en cautiverio. “Es una vida que supera ampliamente la ficción”, resume Gil Lavedra, quien ya había tratado el tema de la restitución de los nietos de desaparecidos en el cortometraje Identidad perdida, que luego le donó a las Abuelas.
Fue a partir de esa acción que el hijo de uno de los jueces del Juicio a las Juntas en 1985, Ricardo Gil Lavedra, y de una de las primeras asistentes sociales en colaborar con la restitución de nietos recuperados, estableció un vínculo inicialmente profesional con Carlotto. Vínculo que la sucesión de encuentros mutó en otro más amistoso. “Empecé a conocer sus emociones íntimas y cada vez me gustaba más, porque imaginaba las escenas. A medida que más cosas me contaba sobre su vida cotidiana, más razones encontraba para hacer esta película. Cuando hablaba con ella veía en mi cabeza qué había que mostrar y qué no. Ahí empecé a tratar de convencerla para que cuente su historia en una ficción”, recuerda el operaprimista. Sin embargo, no fue fácil conseguir el visto bueno. Pasó más de un año de insistencia hasta que Estela finalmente aprobó la idea. “Sentía mucho recelo porque no le gustaba exponerse tanto ni sentía que era tan importante para que se hiciera una película sobre ella”, confiesa.
–¿Qué vio en ella para persistir durante tanto tiempo?
Nicolás Gil Lavedra: –Que era una mujer común, un ser humano que se equivocaba, que dudaba, que se enojaba, que se reía y que tenía mucha alegría a pesar de lo que le había pasado. Que te maten a una hija es algo muy fuerte, y por más que nunca se supere, en cierta forma lo pudo convertir en alegría, como lo hicieron todas las Abuelas. Me gustaba que era una mujer identificable con cualquiera. Era una más. El bronce que tiene Estela es la lucha de Abuelas.
–María Laura, usted remarcó en varias entrevistas que investigaron a Estela incluso en sus contradicciones. ¿A qué se refería?
María Laura Gargarella: –Ella es una persona muy singular. Hubo algo que a mí y a Jorge Maestro (el otro guionista) nos llamó mucho la atención. Uno esperaría que en algún momento estalle y se descargue de una forma agresiva y violenta teniendo en cuenta todo lo que le pasaba: la muerte de su hija, el secuestro de su marido, la desaparición del nieto. Pero no hay un exabrupto en su vida. Por ahí la gente espera que en algún momento de la película pase eso, pero no, ella no era así. Inclusive trabajamos con una entrevista muy larga que Estela le dio a Nicolás en la que cuenta que cuando le dijeron que Laura estaba muerta tuvo un “exabrupto”, pero simplemente les dijo “asesinos”. Para mí fue muy fuerte encontrar eso. Esa es la contradicción: cómo una persona pueda tener semejante templanza en situaciones como ésa y nunca optar por la respuesta más fácil y comprensible, como por ejemplo el resentimiento y el rencor. Ella tenía un montón de razones para odiar, pero cuando nos acercamos a ella descubrimos pura luz y amor, y cómo transformó a la muerte en dar vida restituyéndoles la identidad verdadera a los nietos robados.
–En ese sentido, Susú Pecoraro dijo que el poder de lo femenino se manifiesta en el acto de unir a pesar de todo.
M.L.G: –Absolutamente. Y eso se ve desde lo pequeño. Nosotros no tuvimos mucho contacto personal, pero de lo que hablamos con los hijos sabemos que no es un personaje, que ella es así. Eso es lo más lindo que tiene. Desde el ámbito cotidiano y familiar, desde que sus chicos eran chicos, siempre estaba adelante un espíritu conciliador. Es casi su naturaleza.
–¿Nunca temieron que fuera un personaje demasiado grande y complejo para una película?
M.L.G: –Todo el tiempo. Mi primera reacción cuando me convocaron fue que no podía decir que no, porque a todo el mundo le gustaría contar la historia de Estela y aportar a la causa con la que uno comulga de antemano. Pero al mismo tiempo estaba la cuestión del cómo.
N.G.L: –Creo que va más allá del cómo. Yo tenía mucho temor de que fuera inverosímil porque veía las escenas a medida que íbamos ensayándolas y sonaban increíbles. No parecían reales, por momentos tengo tomas y retomas que cortaba porque parecían una novela venezolana. Entonces traté de cuidar constantemente ese límite muy fino entre lo que era real y la ficción. Por más que el guión era un calco de la vida de Estela, era muy raro. Entonces ahí le decía a Susú que se quebrara, porque si no la lógica del personaje era insostenible. No le pedía un quiebre dramático fuerte, pero sí que se diera lugar a sentir determinadas emociones por más de que Estela no lo hubiera hecho así.
–Algo llamativo de Verdades verdaderas es que deja fuera del campo el secuestro de la hija de Estela. ¿A qué responde esa decisión?
N.G.L: –Forma parte del respeto a la historia y a la familia. Además ya había cosas que se habían contado muy bien antes, entonces teníamos que saber qué queríamos contar nosotros. Primero qué quería contar yo como director, por dónde me gustaría hacerlo y cuál era el aporte de los autores en relación con lo que ellos querían contar. Y a partir de esas decisiones construir una historia donde todos estemos contentos y no tengamos la sensación de que ya lo hayamos visto o que estemos faltándole el respeto a la historia. Buscamos resignificar las cosas, encontrar otros símbolos.
–En ese sentido, la película le da un espacio preponderante a Guido, el esposo de Estela, quien, al igual que el resto de las parejas de las Madres y Abuelas, no ha tenido tanto reconocimiento público como ella. ¿Están de acuerdo?
N.G.L: –Creo que hay dos razones para eso. La primera es que era mucho más probable que secuestraran a los hombres si se acercaban a la Casa de Gobierno a pedir por sus hijos, entonces generalmente esperaban a sus esposas a una cuadra mientras ellas reclamaban. Y lo segundo es una apreciación personal: creo que a las mujeres les nace el amor más fuerte ante la adversidad, una fuerza enorme que sale desde adentro, y eso se da en gran parte gracias a los maridos. No sé cuántas de estas mujeres hubieran podido luchar sin ellos detrás acompañándolas. Porque con Guido era un equilibrio perfecto. Esta historia no existiría sin el amor tan grande entre ellos. Me parece que era importante mostrar a un matrimonio común y corriente con sus peleas y discusiones. Mostrar eso también es parte de lo humano de esta historia. Ellos no son héroes, pero su lucha es una cosa heroica.
–Esa lucha que usted menciona ya fue representada en varios ciclos televisivos como Televisión por la Identidad o Montecristo. ¿Por qué creen que el cine no había abordado esta temática previamente?
N.G.L: –Creo que cada película de este tema estaba muy relacionada con el contexto histórico. La historia oficial fue importantísima en ese momento, Garage Olimpo también. También otras más chicas con historias más humanas como Kamchatka o Andrés no quiere dormir la siesta, que siguen hablando del horror, y lo mismo me parece que pasa en esta historia. Son frutos de una sociedad que ya no juzga qué pasó porque hay hechos concretos: treinta mil desaparecidos y quinientos chicos robados. Me parece que antes se cuestionaba si eso estaba mal o no, pero hoy ya los juzgó la historia y la sociedad argentina y mundial. Por eso ahora nos permitimos abordar esos temas desde distintos matices. Y la apuesta se va a redoblar y vamos a seguir contando estas historias. Esa es mi esperanza.
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