Domingo, 29 de enero de 2012 | Hoy
CINE › LA DIRECTORA PHYLLIDA LLOYD Y SU GUIONISTA ABI MORGAN
Por Gilbert Adams
“No es una película política”, se apresuran a aclarar Phyllida Lloyd, directora de La dama de hierro, y Abi Morgan, su guionista. Proveniente del teatro y, sobre todo, la ópera, Phyllida Lloyd debutó en cine con 50 años cumplidos, con Mamma Mia! Aquella postal gruesa y epidérmica difícilmente diera a pensar que el siguiente proyecto de Lloyd sería un film de interiores, que aspira a meterse en la cabeza de una anciana, que alguna vez concentró todo el poder y ya no lo tiene. Hija de una actriz y un director de teatro, en 2011 el nombre de Abi Morgan se triplicó. Por un lado, la serie The Hour, que ella escribió, se convirtió en uno de los programas de culto de la televisión inglesa. Por otro, Shame, la película que coescribió junto a su director, el videoartista Steve McQueen, también viene rodeada de un aura de culto, desde su estreno en Venecia, en septiembre del año pasado. Tres meses más tarde, La dama de hierro se estrenaba en Gran Bretaña, y poco después en Estados Unidos.
–La dama de hierro contrapone el presente de Margaret Thatcher, dominado por la vejez, la soledad y la demencia, y el momento en el que tuvo todo el poder. ¿Cómo y por qué decidieron estructurar la película de ese modo?
Abi Morgan: –La primera idea fue contraponer lo público y lo privado, y surgió de la fascinación que siempre me produjeron esos momentos en los que una celebridad no advierte que está siendo fotografiada o filmada. La propia falta de documentación que había sobre los años recientes de Margaret Thatcher me obligó a imaginarla durante ese período. Finalmente hubo un artículo muy conmovedor escrito por la hija, en el que contaba de qué manera se dio cuenta de que su madre estaba demente. Eso terminó de armar todo.
Phyllida Lloyd: –De ese presente que Abi imaginó, con Thatcher semiencerrada en su casa, asaltada por los recuerdos, surgieron también ciertas herramientas narrativas básicas. Una es que la película está narrada desde su punto de vista. No nos enteramos de los hechos de un modo “objetivo”, como sucede en el género conocido como biopic, sino a través de ella, de sus recuerdos. Eso impuso a su vez el flashback como palanca narrativa. Pero rompiendo con otra constante de las biopics, que es la linealidad cronológica en la que se van sucediendo los flashbacks. Lo cual no responde a la lógica de la memoria, que es mucho más caótica. Nosotras optamos por seguir esa lógica.
A. M.: –Otro aspecto en el que decidimos ser fieles al modo en que la memoria funciona fue en la importancia variable que los detalles tienen para el que recuerda. Quiero decir: de una situación equis, uno de pronto no recuerda exactamente de qué se hablaba, o quiénes estaban presentes. Pero sí recuerda un aroma o un detalle del mobiliario. Tratamos de reconstruir esa clase de subjetividad.
–¿Ven La dama de hierro como un film político, o, por el contrario, uno de carácter intimista?
A. M.: –Yo no la veo como una película política. La protagonista se dedica a eso, existió en realidad y sus decisiones tuvieron una importante influencia sobre mucha gente, y hasta países enteros. Soy consciente de todo eso, pero me interesaban cosas más personales, más universales. Cómo se puede pasar de tener todo el poder a no tener ninguno, qué poder tiene la gente mayor en la sociedad, de qué modo sobrellevan su vejez, cómo se lidia con la demencia senil.
P. L.: –Cuando me ofrecieron filmar una película sobre Margaret Thatcher sentí aprehensión. Por el personaje en sí y por el género biopic. Nunca fui fan de ninguna de las dos cosas. En los ’80 yo formaba parte de un grupo de teatro subsidiado por el Estado y Thatcher recortó todos los subsidios. Así que imagínese la simpatía que le tenía... Pero cuando leí el guión comprendí que no era tanto sobre la Thatcher que todos conocemos, sino sobre todas esas cosas que Abi mencionó recién. No se trataba de poner en discusión si las políticas que ella determinó estuvieron bien o mal, sino de meterse dentro de la cabeza de una mujer de ochenta y pico, sola, viuda y enferma. Eso fue lo que me interesó.
–Al hacer hincapié en sus debilidades de la vejez, ¿no temen haber construido una imagen demasiado benévola de una persona cuyas políticas perjudicaron a mucha gente?
P. L.: –Es como el rey Lear, que también existió en realidad. El tipo es un tirano, y creo que eso está implícito en la obra de Shakespeare. Sin embargo, el estar narrada desde su punto de vista nos permite ponernos en su lugar, verlo como un semejante. Eso no lo hace mejor rey, sino que nos permite verlo como persona. Yo no lo votaría, pero cuando leo la obra puedo ponerme en sus zapatos. Por otra parte, incluso en lo personal la Thatcher de la película no siempre despierta piedad. El modo en que trata a la hija –que es muy parecido a como trata a algunos de sus allegados políticos– no la hace precisamente simpática.
–¿El guión se filmó tal como estaba escrito?
A. M.: –Inevitablemente, la intervención del director de la película modifica lo que está escrito. Esa es la idea, así debe ser. En este caso, yo diría que La dama de hierro es un trabajo de tres. Es mía, de Phyllida y de Meryl, ya que tuve muy en cuenta las preguntas, sugerencias e inquietudes de ambas. Uno sabe a quién hay que escuchar cuando está escribiendo.
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