Miércoles, 18 de abril de 2012 | Hoy
CINE › GUSTAVO FONTáN E IVO AICHENBAUM, LOS DIRECTORES LOCALES EN LA COMPETENCIA CINE DEL FUTURO
La casa cierra la trilogía que Fontán le dedicó a la centenaria casa de sus padres, en Banfield, mientras que en La parte automática el debutante Aichenbaum se interroga, a partir de un viaje a Israel, qué significa ser judío en la Argentina.
Por Oscar Ranzani
Uno es prácticamente un habitué del Bafici, ya que presentó tres de sus siete largometrajes, además de algunos cortos. El otro debuta en el festival porteño. Uno presenta el cierre de una trilogía. El otro muestra su ópera prima. Uno estudió Letras en la UBA. El otro, Diseño de Imagen y Sonido. Gustavo Fontán e Ivo Aichenbaum son realizadores muy distintos, pero tienen en común ser los dos directores argentinos en la Competencia Cine del Futuro de este 14º Bafici. “En principio, el Bafici es un espacio que nos permite siempre ver cosas diferentes, y creo que estar y participar siempre se agradece. En este caso particular, es volver para cerrar un ciclo que empezó con El árbol hace unos años”, señala Fontán, director de La casa. “La verdad es que es algo bastante inesperado, porque no fue un proyecto largamente soñado sino que, en un contexto académico, hice funcionar un material que había filmado hacía unos meses y se podría decir que la película que hice es más bien un proyecto de posproducción”, comenta Aichenbaum sobre su primer largometraje, La parte automática.
La casa es, según Fontán, parte de una trilogía compuesta también por El árbol y Elegía de abril, sus otros dos largos también filmados en ese espacio familiar y centenario ubicado en la localidad de Banfield, donde vivieron los padres del realizador (protagonistas de El árbol) y donde Fontán pasó parte de su vida. Es el propio cineasta quien asegura que la trilogía la tenía pensada desde entonces. “Y fue pensada al principio como el movimiento hacia la desaparición de los personajes. Es decir, nosotros intuíamos que había algo ahí que podíamos considerar como la muerte sobrevolando en El árbol y queríamos avanzar en esa idea hasta la desaparición de los personajes, hasta llegar a los fantasmas de esa casa. Es decir, llegar a una película donde pudiéramos filmar los fantasmas en una casa centenaria en los momentos previos a una demolición”, explica Fontán.
Si en El árbol sus padres dialogaban en la casa y en este caso no hay personajes, es posible conjeturar que La casa es una película sobre la ausencia. Fontán es más sutil: “Es una película sobre fantasmas. Y llamo fantasma a ese estado en el que las cosas están, pero están desapareciendo: las cosas que son vistas y no son vistas; es decir, las cosas que dejan una huella, pero están fugando. Y eso es lo que tratamos de filmar”. Y si se tiene en cuenta el lugar que ocupa esa vivienda familiar en el film, se puede entender que la casa es más que un espacio: puede simular un protagonista. “La casa es la que observa sus propios fantasmas. El punto de vista está en la casa. No de una manera argumental sino perceptiva. La película está construida fundamentalmente como percepción. Pero esos fantasmas son los que observa la casa. Se convierte en personaje”, sostiene Fontán compartiendo la reflexión.
Una combinación de relato documental con tono poético, La casa establece relaciones con El árbol y Elegía de abril desde el punto de vista cinematográfico, tanto por lo que tiene en común como por aquello que lo diferencia de los otros dos films. Comparte “ese espacio habitado que se va deshabitando, las ventanas, las luces, las sombras, el árbol. Son como presencias que atraviesan todo”, señala Fontán. Y a la hora de mencionar las diferencias, el realizador afirma que si alguien observa los tres largometrajes, hasta podría no darse cuenta de que es la misma casa. “Puede reconocer elementos, algún rostro, pero cada uno tiene una estética muy definida y muy distinta a los anteriores”, interpreta el cineasta. En ese sentido, entiende que la forma “no es un capricho estético y no puede ser simplemente una decisión externa al contenido”. Por lo tanto, “si lo que indagábamos era diferente, la estética para indagar eso tenía que ser diferente”, expresa Fontán sobre la arquitectura narrativa de La casa.
Ivo Aichenbaum diseñó La parte automática luego de viajar a Israel, donde vive su padre desde 2001. Fue como parte de un viaje de turismo cultural para jóvenes judíos. Y el film es una suerte de diario de viaje reflexivo, aunque construido de manera fragmentaria. Aichenbaum recuerda su infancia en la Patagonia y reconoce que su conexión con el mundo judío “fue muy poca durante toda mi vida”. Hasta que en una cena de Pésaj se hizo la pregunta que se formula tradicionalmente: “¿Qué significa ser judío? Y se armó un quilombo. Había una interna que yo no conocía y ahí me di cuenta de que había algo muy interesante que yo necesitaba responderme. Y, de alguna manera, al hacer mi diario de viaje fui intentando acercarme a esas preguntas”, relata el joven cineasta.
La parte automática es la edición de un material que originalmente era un simple registro audiovisual de vacaciones, “de cosas que me fueron pasando que fui registrando”, comenta Aichenbaum, ya que en ese momento no tenía una intención manifiesta de hacer una película. Hasta que se decidió finalmente a convertir ese material en un largo. De la experiencia vivida, Aichenbaum reconoce que se identifica más “con los judíos de la diáspora, no con el sionismo. Por ejemplo, al haber nacido en Buenos Aires, yo también tenía un plus de extranjería en la Patagonia. Y me parece que ser siempre un poco extranjero es ser judío, en un punto. Es algo así como una conclusión a la que llegué”, expresa el realizador.
El viaje le despertó a Aichenbaum otra serie de interrogantes que buscó plasmarlos en su documental. “Es bastante fragmentario y termina siendo como un archipiélago de preguntas e impresiones sobre la identidad judía, sobre las utopías socialistas, sobre mi viejo que encarna esas dos cosas. Es un relato que cruza lo político con lo autobiográfico”, admite el cineasta. Y si bien reconoce que no tenía grandes expectativas, el viaje le resultó, en más de un sentido, “decepcionante”. ¿Por qué? “Después de todo lo que yo había escuchado sobre Israel desde el punto de vista político, observé que la violencia está todo el tiempo a flor de piel. Y también por la situación de mi viejo, porque me di cuenta de cómo vive, cómo está él realmente. Eso fue bastante decepcionante y creo que hacer la película fue una especie de escudo para atravesar esa situación”, señala Aichenbaum.
El director explica que La parte automática no establece un tipo de reflexión sobre la paternidad, en particular, pero que es “como una construcción identitaria mía. De alguna manera, al cristalizar el relato de mi padre también me construyo yo. El se fue como médico internacional a la guerrilla sandinista y mi mamá volvió embarazada de mí. Yo fui concebido en esa situación. El vínculo con mi viejo mejoró mucho desde que la hice, le pude decir cosas a través de la película que no había podido decirle personalmente. Y también el hecho de compartirlo con otros, abrirlo y hacerlo como más grande, es en algún punto sanador”, concluye Aichenbaum.
* La parte automática se exhibe hoy miércoles a las 13.15 en el C.C. San Martín y repite el domingo a las 21 en Hoyts Abasto.
* La casa se proyecta por última vez mañana jueves a las 15.45 en Arteplex Belgrano.
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