CINE › “EROS”, DE ANTONIONI, SODERBERGH Y WONG KAR-WAI
Tres directores muy diferentes entre sí se entregan a sus fantasías eróticas, pero el único que está a la altura de las circunstancias es el chino Wong Kar-wai, en una nueva variación de Con ánimo de amar.
› Por Luciano Monteagudo
Hay que esperar casi una hora para llegar al último, el mejor, el más logrado de los tres episodios de Eros, un film colectivo concebido como una trilogía de grandes nombres, que no tienen nada que ver entre sí –ni estética, ni generacional, ni geográficamente–, pero a quienes se supone asociados a aquello que la Real Academia Española define como “conjunto de tendencias e impulsos sexuales de la persona” y que sirve de título para este improbable ménage à trois entre Michelangelo Antonioni, Steven Soderbergh y Wong Kar-wai, por estricto orden de aparición.
Esta estrategia de producción que consiste en reunir un rosario de directores de nombre rutilante no es nueva, precisamente; tuvo su apogeo en los años ’60, sobre todo en el cine europeo, y pasó a mejor vida por casi tres décadas, hasta que a fines de los ’90 resurgió sorpresivamente en el circuito de festivales internacionales, por lo general con resultados inciertos, por decir lo menos. Y Eros no es la excepción.
En El peligroso filo de las cosas, el veterano maestro italiano Michelangelo Antonioni (que en septiembre próximo cumple 94 años) se apoya en tres pequeños relatos de su propio libro Quel bowling sul Tevere y, con la ayuda de su guionista de siempre, Tonino Guerra –su confidente desde los buenos, viejos tiempos de Zabriskie Point– construye la pequeña historia de un matrimonio en plena disolución, que encuentra sin embargo un nuevo y misterioso camino a explorar. El tema no es nuevo para Antonioni y lo trató sobre todo en sus últimos films –Identificación de una mujer y Más allá de las nubes, la película que hizo a cuatro manos con Wim Wenders– pero aquí, excusándose en la consigna general, se deja ganar aún más por los sentidos. No sólo le presta una particular atención al bellísimo paisaje de la Toscana, sino sobre todo a Regina Nemni y Luisa Ranieri, dos vestales romanas a quienes desviste generosamente, además de hacerlas bailar desnudas, en la cama y a orillas del mar. La sensación final que deja su episodio es la de un film caprichoso, gratuito, y la certeza de que el Maestro tuvo sin duda tiempos mejores, aunque seguro ahora se divierte más.
Ese carácter antojadizo se repite en Equilibrio, el episodio de Steven Soderbergh, con el agravante de que el director de Traffic ni siquiera está en condiciones de proporcionar la belleza a los ojos de la que es capaz Antonioni. Para evitar caer en la obvia sensualidad de los desnudos, Soderbergh imaginó una serie de sesiones en las que un ejecutivo del mundo publicitario (Robert Downey Jr.) le cuenta a su psicoanalista (Alan Arkin) un recurrente sueño erótico, allá por los años ’50, cuando la terapia era aún una novedad y todo podía ser leído en clave sexual. El resultado es más bien pobre, tedioso.
Y finalmente llega La mano, otro virtuoso ejercicio de estilo de Wong Kar-wai. Realizado entre medio de Con ánimo de amar y 2046, este episodio vuelve obsesivamente sobre los mismos motivos de su último cine, como si el director no pudiera desprenderse ni de aquellas rumbosas historias de amor ni de sus personajes, su época o sus ambientes. Como en esos films, el fragmento de WKW –protagonizado por una deslumbrante Gong Li, que inicia sutilmente en placeres desconocidos a un joven sastre de Hong Kong– puede llegar a ser caligráfico hasta la exasperación, de un manierismo por momentos agobiante, pero al mismo tiempo de una seducción embriagadora. La deslumbrante estilización romántica de la década del ’60, recreada apenas a partir de detalles –el vestuario, los peinados, el decorado, hecho apenas de pasillos y fragmentos– habla de un director que es capaz de alcanzar profundidad a partir del examen minucioso de las superficies.
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