Jue 11.05.2006
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CINE › “LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS”

Las citas de amor del pájaro bobo

› Por Horacio Bernades

“Esta es nuestra historia”, dice una vocecita de niño y empieza a narrarla, alternándose de allí en más con otras dos voces, una femenina y otra masculina (todas dobladas, en la versión que se estrena en la Argentina). ¿Los pingüinos hablan? Sí lo hacen en La marcha de los pingüinos, el documental francés que desde su estreno el año pasado resultó, además de un fabuloso fenómeno de público en todo el mundo, uno de los más premiados exponentes del género durante la última temporada. Vista por más de un millón de espectadores en Francia, al cabo de su recorrido del otro lado del Atlántico, la película dirigida por el biólogo Luc Jacquet resultó el film francés más recaudador en la historia entera de la exhibición estadounidense. Además ganó el premio al Mejor Documental otorgado por la Asociación de Críticos Cinematográficos de los Estados Unidos y finalmente el Oscar de su categoría, en marzo pasado, en Los Angeles.

¿Es merecida esa repercusión, son justos todos esos premios? Son comprensibles, entre otras cosas por la presencia de esa voz infantil. Nuevo zoo-doc de alto impacto global producido por el cine galo después de Microcosmos (1996) y Tocando el cielo (2001), La marcha de los pingüinos juega a fondo la carta del antropomorfismo. Y no sólo por la súbita capacidad de lenguaje que el off de la película otorga al plumífero antártico. No por nada, junto a la voz del “niño” se oyen la de un hombre-pingüino y una mujer-pingüina. No pueden ser otros que la mamá, el papá y el hijito, protagonistas centrales de una película que, con tal de “conectar” con el público masivo, hace hincapié en la vida familiar (monógama y nuclear, dicho sea de paso) del principal habitante de la Antártida. Cuestión de aproximarlo todo lo que se pueda a aquel mamífero erecto que piensa, habla y asesina al prójimo. Y que llenó los cines de todo el mundo para ver esta épica gélida interpretada por ¿sus semejantes?

La larga marcha del ave blanquinegra para aparearse y procrear (más de 100 km, con temperaturas de unos 20 grados bajo cero y en medio de tremendas tempestades de viento y nieve) es descripta por el off de la película como “una cita de amor”. Hay también un “gran baile de invierno”, una “gran ciudad de hielo” y un kitsch pseudopoético en el que “las hijas de la noche nos muestran sus velos” (en referencia a una nube de estrellas) y papá pingüino le frasea a su cría: “A vivir, pequeño hijo del invierno”, cuando a los pequeños les llega el tiempo de arreglarse solos. Si al zoo-kitsch y la antropomorfización salvaje se les suman cielos azafranados, canciones melódico-ecológicas, protagonismo de las crías y hasta una mamá a la que un lobo marino se devora enterita, se tiene lo más parecido a Disney que jamás haya filmado una empresa que no sea Disney. ¿Habrá que buscar allí las razones del Oscar y otros premios americanos? Por qué no.

Sí, claro que las costumbres de los pingüinos son raras e interesantes, que el pajarraco sabe ser elegante, fotogénico y eventualmente gracioso (alguna patinada sobre hielo, la costumbre de andar de panza, las zambullidas en el hielo roto, la gracilidad para la práctica del buceo). Y que siempre es lindo y tierno ver a una cría, de la especie que sea, tropezándose y lloriqueando. Pero todo eso hubiera estado también en un documental tradicional. Un documental estilo Cousteau, para remitir a la mayor tradición francesa en el rubro. Con la ventaja de que ahí uno se hubiera ahorrado trampas, falsedades, poetizaciones y pingüinos que hablan.


5-LA MARCHA DE LOS PINGÜINOS
(La marche de l’Empereur) Francia, 2005.
Dirección: Luc Jacquet.
Guión: L. Jacquet y Michel Fessler.
Fotografía: Laurent Chalet y Jerôme Maison.
Música: Alex Wurman.

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